Van pasando los años. Unos nos quedamos, permanecemos en esta arena de intensos y apasionantes desafÃos, pero otros muchos nos van dejando fÃsicamente. Cumplieron contrato, ganaron descanso. Cada vez más familiares y amigos van culminando su misión y abandonando cuerpo. La nada no podrá con ninguno de ellos. ¡Viven hoy y vivirán por siempre!. Con otros cuerpos, con otra carne, en otro escenario, están más vivos que nosotros. Disfrutan las mieles cada vez más dulces de un viaje de crecimiento sin fin, de un apuesta interminable de mejora. HabÃa vida más allá de los ojos de la carne. Acompaño a mi madre a misa. Todo a mi alrededor son pasos cansados, cabellos blancos, almas serenas que ya han experimentado lo que debÃan, que se están despidiendo de esta existencia fÃsica. Me encuentro rodeado de gente de mucha edad y devoción. La nada no se casa con inciensos, rehuye todo templo. Bajo sus altas cúpulas se esconde siempre agazapada un trozo de eternidad. La nada no podrá nada con toda la fe y esperanza ahà reunidas. La nada sólo vence si en un momento de despiste o flojera llegamos a concederle siquiera una migaja de futuro. No corramos pues a por ella. Caduco, absurdo "sprint", ése por nombre suicidio. No hay carrera más errada. La nada nunca se llevó a nadie. No lo consiguió, no pudo. La nada nunca llegó a existir. La nada era sola, única y felizmente nada. Del libro "Luz en el suicidio". Pronta aparición de la mano de Ediciones Isthar Luna-Sol |
|
|
|