Sin embargo, no nos hallamos ya ante un escenario de guerra tradicional. La locura puede estar dispuesta a agotar sus cartas. Quien enfoca detenidamente y dispara brutalmente sobre dieciocho ciudades ucranianas colmadas de civiles inocentes, no se va a detener en su cruel escalada mientras que le reste potencial destructor. Putin ha demostrado sobradamente ser guiado por una lógica perversa. Para doblegar militarmente al adversario no va a ahorrar ningún dolor a su población. ¿Cuántos misiles de largo alcance aguardan su turno fatal, su vuelo mortal desde las lanzaderas rusas? ¿Cuántos, que aún reposan en los hangares, podrÃan caer sobre urbanizaciones, escuelas y hospitales ucranianos? En algún momento deberá cesar el estruendo, antes de que vengan las bombas del absoluto silencio, antes de que Rusia descargue ese funesto recurso de la recámara que echarÃa por tierra las victorias, que detendrÃa forzosamente a los tanques osados, que generarÃa un daño inconcebible, que nos introducirÃa en una era de destrucción nuclear sin precedentes. El ansia expansionista y ultranacionalista de Putin ya le ha conducido a la clara y rotunda derrota. Los centenares de miles de jóvenes rusos que huyen de su llamada a filas es el corolario de una aventura militar absolutamente fracasada. Agudizar esa derrota puede traer unas consecuencias imprevisibles que será preciso evitar. Un Putin acorralado con el botón nuclear a su alcance es ahora más peligroso que nunca. Ucrania ha sentado ya un glorioso ejemplo, ha resignificado el ideal del sacrificio en nuestros fáciles tiempos del solo rozar de la pantalla para innumerables cometidos. Ucrania puede acercarse más que digna y orgullosa a la mesa de unas imprescindibles negociaciones con Rusia. Más territorios no deberÃan ser a cambio de un coste desmesurado de destrucción y vidas. Zelenski ha llegado a un punto que sà puede ofrecer algo más que “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.†Con el ejemplo mayúsculo de valor presentado ante el mundo se lo puede permitir. Por más que en buena parte de los territorios de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia siguiera ondeando la enseña de la Federación rusa, el futuro se encargarÃa de ir colocando a los corazones en el lado correcto. El virtual acuerdo, hoy aún muy lejano, deberÃa garantizar de todas formas que cada ciudadano de esas provincias pudiera ubicarse en el lado de la frontera que desease, es decir ser súbdito de Rusia o Ucrania. Tras el turno aciago de los Putins, no deberÃa demorarse una nueva era en la que las fronteras polÃticas se empiecen poco a poco a difuminar. Ceder ciertos territorios a Rusia no crea un peligroso precedente, pues la cuota de dolor que el invasor ha tenido que abonar ha sido desmesurada. Ya no será baladà decretar desde un remoto despacho la invasión de una geografÃa aledaña. Acierta el Papa Francisco cuando pide a Zelenski que “esté abierto a propuestas de paz seriasâ€. El presidente ucraniano no deberÃa haber prometido que no beberÃa de esa siempre necesaria agua del diálogo, no deberÃa haber enterrado por decreto la posibilidad de negociar con Putin. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Finlandia ya cedió territorios a Rusia a cambio de una paz que a la postre ha resultado duradera. El sentimiento nacional se enardece con el anuncio de sucesivas reconquistas, pero hay momentos en que esa sacrificada victoria comporta también alguna renuncia. La ayuda militar y logÃstica occidental a Ucrania ha sido necesaria. La nación ha podido de esa forma defenderse ante la brutal invasión y conservar la mayor parte de los territorios, pero la guerra y su incuantificable cuota de dolor, destrucción y muerte debe finalizar, siquiera al precio de unos trozos de tierra. Hay mucha más Ucrania. Hay inmenso territorio para planificar jardines y parques, para levantar de nuevo escuelas y hospitales, sobre todo para erigir, de entre la extendida ruina, los pilares de una nueva nación, internamente tan fortalecida. |
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