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Carta abierta los militantes de “Euskadi ta Askatasuna”

“A la búsqueda del honor perdido”  
A veces parece que el honor fuera un principio del pasado, de señoritos de levita y cuello alzado que se entretenían defendiéndolo a la luz de la luna con espaditas de peligroso acero. A veces da la impresión que el honor no llegara más allá de la glosa que le dedican nuestros dramaturgos clásicos, trasnochado sentimiento que recuerda a oficiales de postín que por él se batían cuerpo a cuerpo…

Desempolvo el valor del honor en estas líneas, aún a riesgo de ser tildado de nostálgico. Quizá haya nostalgias que debamos recuperar. El honor no es privilegio de cadetes y caballeros del pasado, sino un valor universal, inherente a la nobleza de todo alma. Honor no sería sino esa síntesis, hoy más que nunca necesaria, de verdad y coraje, de compasión y valentía, el resumen de los principios de sacrificio, fidelidad, generosidad, pureza...

No traigo gratuitamente a colación el tema. Hay quienes muy oportunamente lo han sacado a la arena de nuestros días. En mitad de la era digital, cuando pareciera que estábamos de vuelta de todos los elevados principios que impregnaron nuestra cultura del pasado, llega un mensaje a propósito, desde la espesura de la selva de Lacandona. ¿Cómo no?, vía Internet nos alcanza una misiva del subcomandante invitando a reparar en la cuestión: el honor existe y os lo subraya, precisamente a vosotros, militantes de ETA. De boca de los indios levantados en armas de madera, a lomos de puro “byte” nos desembarca en la “bandeja de entrada”, el recordatorio de que el “honor” perdura, que merece la pena vivir y morir, que no matar, por él.

El cruce de misivas públicas de Marcos con Garzón y otros intelectuales por un lado y con personas de la órbita abertzale y vuestra organización armada por otro, no entra en el objeto de reflexión de estas líneas. Sólo reparo en la última carta del líder de los zapatistas en la que os responde a vosotros y a vuestro comunicado de no aceptar su intermediación en el conflicto vasco. Es en este último texto donde se saca a relucir el tema del honor.

Srs. de “Euskadi ta Askatasuna”, rechazáis públicamente la oferta de mediación de EZLN en el conflicto, golpe de aparente fuerza para vuestra galería, pero quizás no hayáis reparado lo suficiente en las profundas verdades que os presenta el guerrillero de esclarecedor humor y eterna pipa:

“Quien se toma en serio (la lucha) acaba por pensar que su verdad debe ser verdad para todos y para siempre. Y, tarde o temprano, dedica su esfuerzo no a que su verdad nazca, crezca, dé frutos y muera (porque ninguna verdad terrenal es absoluta y eterna), sino a matar a todos aquellos que no acatan esa verdad. No vemos por qué pudiéramos preguntarles qué hacer o cómo hacerlo. ¿Qué nos van a enseñar? ¿A matar periodistas porque hablan mal de la lucha?¿A justificar la muerte de niños por razones de la ‘causa’?”
Sería muy oportuno encajar el comunicado entero en estas líneas, pero por evidentes razones de espacio, voy directamente al apunte preciso que os hacen estos compañeros de “armas”, sobre el indispensable “código de honor”:

“Nuestra lucha tiene un código de honor, heredado de nuestros antepasados, y contiene, entre otras cosas: el respetar la vida de los civiles (aunque ocupen cargos en los gobiernos que nos oprimen); el no recurrir al crimen para allegarnos de recursos (no robamos ni en la tienda de abarrotes); y el no responder con fuego a las palabras (por mucho que nos hieran o nos mientan). (…) En la lengua de los guerreros de la noche ‘Luchar con honor’ se dice ‘Pasc 'op ta scotol lequilal’”.

El honor existe pues, amigos de “Euskadi ta Askatasuna” y se rasga, mancilla y pisotea con el accionar de una violencia cobarde. Habéis echado a perder lo más sagrado que os habita. Cada vez que ponéis una bomba, apretáis un gatillo, no sólo ensuciáis vuestro propio honor, sino el de todos los vascos, porque lo hacéis en el nombre de nuestra supuesta liberación, porque, pese a todo, sois parte de mi pueblo, de mí mismo. Pese a todas las barbaridades que habéis cometido a lo largo de vuestra historia, vosotros sois mis hermanos, hablamos una misma lengua, nos emocionan las mismas melodías, amamos unos mismos bosques, nos cautivan unos mismos otoños.

He leído en vuestro último comunicado el anuncio de otros cuarenta años de desatinos y por eso me he volcado en el teclado. No sé por qué afilé tanto estas palabras, quizá el oportuno mensaje que irrumpe desde la selva mejicana… No sé qué es lo que me empuja a escribiros estas severas letras, quizá la necesidad de compartiros que no vamos, de ninguna forma a permitir, que sigáis segando vidas durante las cuatro décadas anunciadas.
“Amnistía” volvíais a proclamar, con gigante pancarta, la víspera de San Sebastián en la “Consti”. “Amnistía” volveremos a clamar como hace veinticinco años a pleno y rebosante pulmón, aunque vuestras espaldas estén cargadas de cadáveres. Pero por favor, enterrad a ETA, acabad con el más pesado sueño de toda nuestra historia.

Rescatad, airead, sanad vuestro honor sepultado. Antes que a cientos de vidas del “enemigo”, vuestras bombas y balas malhirieron vuestro honor. Sin éste poco le resta al ser humano, poco le asiste, pues al fin y al cabo reniega también, si lo queréis de otra forma, de su condición de hijo de Dios-Fuente de todo amor.

Al verdadero soldado no le quedan las batallas que ganó, sino el honor que jamás comprometió en ellas. El soldado no teme perder el combate, sino la dignidad en el fragor del mismo. No le asusta un tiro en la nuca, le aterra la tentación de darlo.

“El honor es patrimonio del alma, decía Calderón de la Barca por boca del Alcalde de Zalamea, y el alma sólo es de Dios”. El soldado puede ser ateo, pero sabe que hay una parte elevada de sí, llámese alma, llámese espíritu…, el nombre es lo de menos, que jamás puede abandonar. El auténtico guerrero de la luz sabe que la violencia sólo está justificada como último recurso en defensa de la vida. Incluso en ese caso, mira a los ojos y, si ha de atacar, lo hace de frente. En la prueba conservará o no su cuerpo físico, pero su honor permanecerá. El verdadero guerrero generoso y florido se mide con sus iguales, jamás ataca a ancianos o a niños, menos aún practica el terror como estrategia. Sabe que si lo hace, anula de una todas sus pretéritas victorias.

Quizá veáis trasnochada esta evocación, pero alguien os debe de recordar que “eusko gudariak”, los soldados vascos, eran doblemente apreciados, por su elevado código de honor, por su lealtad, por su condición de combatientes sin tacha. Otro tanto ocurrió con los trabajadores, los pastores, los misioneros…, que en los últimos siglos dejaron nuestra geografía y sembraron semillas de nobleza por donde pasaron. Habéis tiznado el elevado significado de lo vasco a lo largo de todo el planeta, allí donde ha sido, y ojalá lo sea, a pesar de vuestra mácula, sinónimo de valor y entereza, de laboriosidad y servicio a justas causas.

No habléis en nombre de nuestra historia, porque nuestro pasado es de “gudaris” valientes, no de timoratos que matan por la espalda. En la guerra ellos se distinguieron por su defensa de la ética y de la vida. Cuando en la contienda civil española campaba la anarquía y a veces también la sed de venganza en las filas republicanas, nuestro gobierno, oficiales y soldados fueron siempre garantía de humanidad, referencia de rectitud a prueba de desmanes. Durante aquel episodio de inevitable confrontación, sólo en nuestro territorio, el enemigo, una vez apresado, gozaba de los más elementales derechos humanos. Allí estaba también Manuel de Irujo en Madrid, dejándose la garganta proclamando civilidad en mitad de la barbarie. Ahora somos nosotros los que exportamos barbarie.

No nos habléis de independencia, ¿para qué la queremos si hemos perdido el honor, para qué si por fin estamos logrando tumbar las fronteras? La patria no es ya un bastión almenado, sino un ancho prado sin muros, abierto a todos los vientos. Además, si hemos de contar a nuestros hijos hazañas bélicas, que sean por lo menos las de soldados compasivos que no sembraron tanto dolor baldío en el logro de sus objetivos.

Denuncio a “Euskadi ta Askatasuna” por haber mancillado los códigos del noble combate. El verdadero soldado sabe cuando llegan los tiempos de la paz, cuando tiene que volver al hogar y calentar el fuego de su familia, levantar nación ofreciendo bien un intelecto que diseña, bien unas manos que construyen. El verdadero soldado sabe cuando una palabra es millones de veces más poderosa que un tiro.

Denuncio que “Euskadi ta Askatasuna” hable en nombre de mi patria, el hogar noble de un Ignacio de Loyola, de un Francisco Javier, de un Ellacuría, de una Yoyes… de legión de hombres y mujeres entregados a las más elevadas y solidarias causas. Denuncio que hable en nombre de un pueblo, que de forma absolutamente mayoritaria, aspira a vivir en paz y en sana convivencia entre las diferentes culturas políticas, una pueblo que reclama con insistencia el eterno silencio de vuestras armas.

No hay que cambiar los papeles. Ilegalizar a vuestro brazo político y a vuestra gente es otorgaros libreto de “víctimas” y no os corresponde el más mínimo argumento para continuar cruenta batalla. Perseguir vuestra actividad política es un error, pues no procede regalaros ninguna burbuja de oxígeno para que sigáis sosteniendo la violencia. Habláis de cuarenta años más de guerra en vuestro último comunicado. Seguid, si así es vuestra voluntad, con vuestro brutal accionar, pero no lo hagáis en el nombre de mi pueblo, de mi gente, de mis derechos. Seguid como banda sin patria, ni ley, pero no invoquéis la “casa de mi padre”, nos bastamos solos para defenderla.

Ya sabemos que desde el Gobierno español se podría facilitar mucho las cosas para acabar con el contencioso, sin embargo la cerrazón de los políticos de Madrid nunca puede ser excusa para perpetuar la violencia y el terror. La responsabilidad de matar y extorsionar es exclusivamente vuestra, por más que el Partido Popular esté obcecado con la política de palo y represalia.

Es cierto que la sola policía no puede venceros. Sabemos que hay que acorralaros con los Cuerpos de Seguridad para así defender la vida que ponéis en peligro, pero sobre todo ganaros para la paz con la razón, con la palabra. No tiene sentido venceros, pero sí convenceros, no tiene sentido la firmeza ante el despropósito, si no hay generosidad en la reinserción en la vida ciudadana. Ya no hay victorias con las armas. No nos interesa vuestra derrota, sino la supremacía de la libertad y de la vida, la victoria del diálogo y la reconciliación. Nos llama vuestro propio triunfo sobre vuestra propia sombra. No nos cautiva vuestra capitulación, sino el dominio del amor y de la vida sobre el odio y la muerte.

Creo en las palabras y las lanzo a través de un fino hilo de cobre. Vivo con ellas y de ellas. Las paseo y ordeno cada mañana, cada tarde, cada noche. Un día sí y al otro también. Creo en los cerrojos que estallan, en los sueños que sostienen, en su fuerza de convicción, en su facultad de horadar la noche. Creo en el imposible que derrotan las palabras, en su fuerza para provocar abandonos en las filas de la muerte, creo en su poder de formar guerreros de la luz, soldados del alba.

A veces salen las palabras como proyectiles imparables, a veces se disparan y no las puedes detener. A veces retornan con riesgos cuando las pones a viajar, pero uno no está autorizado a callarlas, salen del alma… No comulgo con el proyecto de país, con el ideario de sociedad de un concejal popular, pero tengo que estar dispuesto a defender su derecho a la vida y la palabra hasta las últimas consecuencias.

Ya vale de teatro hermanos, compañeros. Es una función ya vieja, saltad a otra escena. No más estrados con retratos de “héroes” que también arrinconaron su honor, no más “txalapartas” elevando a los cielos memorias de la sinrazón, nos más himnos y canciones que ayer nos lanzaron a gloriosas avenidas, a justos combates, pero que hoy acunan el disparate, no más banderas y blasones que no ondean los vientos de nobleza. El fuego de vuestros altares empuja a los cielos un pesado mineral de plomo, vuestros “gudaris” caen, pero enterraron los laureles de la gloria en su loca carrera de muerte.

Srs. de “Euskadi ta Askatasuna”, sabed que todos los despropósitos que habéis cometido no han conseguido cerrar los brazos de acogida, siempre generosos, de mi pueblo. Sólo hay una puerta para recuperar ese honor dilapidado: el “perdón”. Por más sangre con que se llenen vuestras manos, al invocar ese restaurador perdón, al superar su mágico dintel, nuestros corazones, palabra de honor, de abrirán como la flor del alba.

¡Soldados del hacha y la serpiente, desempolvad el honor, abrazad la vida, la vuestra y la de vuestros congéneres, corred página, superad pesadilla! Dios bendiga vuestra salida de las catacumbas, vuestro itinerario de vuelta al sol, vuestro retorno a nuestras calles y plazas, a una Euskal Herria plural, alegre, tolerante. Uníos a los ejércitos de fusiles de madera en la selva de nuestros días, uníos a los batallones de la paz que conquistan altas cotas en los corazones humanos.

Luchad por vuestros ideales, hacedlo con pasión, con alegría, pero sin metal, ni plástico detonante en las manos. Luchad, pero luchad con honor, como lo hace “Aralar”, como lo hace tanta gente que os ha abandonado, porque no podían soportar lastrar su ideales con tanto sufrimiento ajeno. Luchad con coraje, como tantos grupos de acción directa no-violenta que han surgido en los últimos años dentro de la órbita abertzale…

Quedaros con esta última invitación, con la imagen de cientos de miles de brazos dispuestos acogeros tras una próxima y definitiva tregua. Puesta la confianza en un honor que más pronto que tarde saldréis a buscar, con el apelo viviente a vuestros más elevados sentimientos, que de seguro aún albergáis, con mi más esperanzado saludo, agur bero bat:

Koldo Aldai

 
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