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Algodón sin arrugas

No, no es la epidermis, la que une a las parejas. No es la piel con piel lo que consuma la unión. Es el acero con el algodón lo que termina de unir al hombre con la mujer. Una feliz tarde encontrarás tus camisas, tu ropa interior planchadas y entonces ya estarás "muerto", ya no hallarás escapatoria. Entonces te deberás el resto de tus días a esa mujer que metió todo su cariño en ese vapor, a esa compañera que planchaba con gozo, mientras tú aporreabas un teclado. Permanecerás ahí clavado. Si una noche de engañoso verano te tienta la huida, antes de saltar por la confundida ventana, deberás siempre recordar aquel montón de algodón tan pulcramente planchado.

No, no sería la piel con piel lo que uniría a la compañera con el compañero, serían los actos cotidianos de muda, cuidadosa y total entrega. Ahí están de prueba esas camisas que lucirás como nunca lo has hecho. Ahí está la canción que ella puso en sus labios, cuando creíste que ella holgaba y en realidad pensaba en ti y en quitar la última arruga de tus camisas.

Nadie lea glosa machista, sino canto a ellas, a su entrega, a su obra bien hecha. Nadie dude de que nosotros habremos de ganar destreza con la plancha y con la olla y con la fregona y con la bolsa de la compra… Sí, cada quien asuma sus responsabilidades. Cada quien debe comprometerse con el lustro y el orden, asumir las tareas de la casa, pero a veces la pantalla no aguarda y ella se cuela… De una gran bola de algodón ella hará una obra de arte, con sus pisos de ropa bien arreglados. Entonces sí habrás de soltar el teclado, entonces sí deberás dejar de escribir tonterías, olvidar la ventana y abrazarla fuerte, no sólo piel con piel, sino corazón con corazón, compromiso con compromiso.

No, no es la epidermis de los cuerpos, sino de la almas lo que sella las auténticas alianzas. No es el revuelco entre las sábanas, no es la cabalgadura hacia un cielo sin nombre, la escalada un pico siempre huido…, lo que terminaría de estampar la unión. El amor se solaza y se mece en el lecho, pero en verdad se consagra al ponerse las zapatillas y abandonarlo. Es el olvido de uno mismo para el bien del otro, lo que consagraría plenamente el genuino amor. Son las camisas planchadas, los mil y un detalles que pueden hacer la vida más agradable a la compañera o el compañero. El amor no se canta, se vive. No, el amor no se escribe con letras digitales, sino con reales signos de entrega, fidelidad y compromiso, pero el domingo luciré sin arrugas y a alguien quería contarlo.


Pintura de nuestra amiga Dora Gil (www.doragil.com)

 
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