Siquiera de vez en cuando, dejarse fluir, disfrutar del no hacer, relajarse y acomodarse en el instante. Siquiera en el corazón del estÃo, rebelarse ante el agobio. Mi madre me ha liberado de la esclavitud de la actividad constante, de la filosofÃa, en cierta medida también subyugante, del continuo hacer algo. La estoy cuidando, aquà junto al mar, en este verano que lanza sus últimos potentes rayos. Cuando el sol embadurno su piel tostada y arrugada; cuando las olas, le sujeto; cuando nada, le socorro... A sus ochenta y muchos años me sigue dando lecciones… Ralentizar la vida en su compañÃa me ha hecho mucho bien. Ella me ha liberado del apremio, me ha enseñado por necesidad lo que los maestros espirituales no han conseguido: clavarme en el aquà y ahora, vivir despacio, muy despacio, poniendo conciencia a cada acto. Cuando se cansa, me enseña a disfrutar de la respiración y la paz en el banco más cercano. Cuando el collar complicado me armo de paciencia hasta acabar éste en su cuello aún presumido... |