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Palacios de otoño

Cuesta frenarnos para no correr al asalto de los Palacios de otoño. Tienta coger la mochila el próximo 25 de Septiembre. Camino del encendido destino, tentará sortear cierta ficción que la revolucionaria propuesta también encierra. Para esa fecha, a través de las redes sociales, se lleva tiempo fraguando un bloqueo sin límite del Palacio del Congreso de Madrid. Algo invita a desmelenarse y sumarse a la consigna “Ocupa el Congreso” que tanto se prodiga en este caliente verano. Podemos llegar a maldecir un exceso de cordura, pero algo también nos frena a la hora de coger billete a la pacífica revuelta. ¿Qué es lo que por dentro suscita adhesión y a la vez marca distancia?

Una y otra vez pretenderemos haberlo olvidado. Una y otra vez nos lo habremos de repetir a nosotros mismos antes de hacer el petate: la sociedad muta en la medida que mutan los individuos, no sólo en la medida que tumbamos mandatarios. Llegada la hora del bloqueo del Congreso, deberemos recordarnos que el cambio global pasa inexcusablemente por el cambio más personal.

Una y otra habrá que frenar el propio ímpetu. Antes de asaltar los palacios de otoño, convendrá seguramente soplar sobre nuestras ramas de hojas, de pensamientos, de actitudes… caducas. La sombra también se sienta en los escaños de adentro. Para transformar el hemiciclo de la Carrera San Jerónimo, no necesariamente levantaremos pancartas y agotaremos gargantas. Precisamos también banderas de transformación en una geografía más íntima en la que no soplan los vientos.

Escribir se torna a menudo un ejercicio de autoconvencimiento. Teclado en mano es más sencillo el ejercicio de autocontrol. Al fin y al cabo las opciones de impacto no son seguramente las más duraderas. Ojalá la resolución de la crisis consistiera en apear unos dirigentes. Demasiado a menudo olvidamos, que mal que nos pueda pesar, los gobernantes son ahí arriba porque los ha colocado el propio pueblo. Cambiar la clase política implica hacer progresar la conciencia de esa misma ciudadanía, abrirla a más lejanos y luminosos horizontes. Hemos ya invertido mucho tiempo volcando responsabilidades sobre tejado ajeno.

¿Qué sucederá con la tentación mochilera? La aurora de una nueva sociedad comporta el cambio profundo en el modo de sentir, pensar y actuar de los ciudadanos, no un mero rotar de la clase gobernante. Las verdaderas transformaciones siempre vienen de adentro, por más que nos gane la impaciencia de verlas manifestadas fuera. Más asaltos por lo tanto a las almenas de nuestra psique individualista y blindada, a nuestra dificultad de compartir y colaborar, que a las lejanas sedes parlamentarias.

Los asfaltos saben de un clamor cada vez más enfurecido, pero quizás hay que hollarlos por algún brillo más perdurable. Toca ya unir propuesta constructiva y alternativa a la habitual y contundente protesta. Sí, es cierto que algunos robaron con guante blanco, con nocturnidad y todas las alevosías. Es cierto que hay que parar la falta de honestidad que enferma buena parte de la administración, que claman al cielo las “primas” y demás aguinaldos que se llevan ciertos directivos bancarios, cuando dejan unos despachos en los que ejercieron muy cuestionable gestión. Es cierto que los abusos en las altas esferas de la política y las finanzas no ayudan precisamente a que la ciudadanía adopte una actitud más responsable. Sin embargo nosotros/as, esa ciudadanía crecientemente concienciada y empoderada, podemos ir en pos de algo más elevado y emancipador que la mera reivindicación. La reconstrucción de una nueva sociedad basada en otros y superiores valores no es sólo afán de los políticos.

Agotada la vieja civilización individualista y materialista, algo tendremos que ver nosotros/as en el surgimiento del nuevo orden social, de la nueva escuela, cultura, la nueva sanidad, economía, ocio… No conviene endosar eternamente sobre los políticos nuestras limitaciones o incapacidades. Cimentar el nuevo orden basado más y más en el compartir, en la justicia social, en la solidaridad universal, en el respeto y amor a la Madre Tierra…, no es sólo reto de quienes toman asiento en la Cortes.

La crisis es una hermosa oportunidad para recuperar más altos y fraternos ideales. La indignación ha de desembocar en justas y equilibradas reivindicaciones ante los estamentos políticos, pero ha de ser también acicate para progresar en la autoorganización ciudadana, en la asunción de crecientes responsabilidades a la hora de forjar nuestro nuevo y liberador destino.

 
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