Ni siquiera Le dà permiso para que las acercara. Yo no la junté. Ellas mismas ser reunieron. Debió ser al rendirse el alma, al ahogarse el último grito. ¿Cuántas vidas hasta esa reunión de las palmas, hasta esa fusión de lo dual, hasta ese abrazo de los contrarios? ¿Cuántos cielos no golpeó nuestro puño? ¿En cuántos arrebatos la ira izó nuestro brazo? A veces aún el puño se levanta solo. Lo izan las iras, los rencores del ayer, lo alzan las rabias acumuladas que poco a poco voy matando. Paz cada vez más profunda después de las batallas. Nada, ni nadie que combatir, que tumbar, que golpear…, reunimos las palmas de nuestras manos y el grito queda ahogado en un océano de crecientes sosiego y perdón. ¿Cuánta pelea hasta sentir hoy el peso de la ira alzada? Apenas asoman enemigos en el horizonte de terciopelo amarillo. No renegamos del dÃa en que el puño se izó, bendecimos aquél en que se fundieron nuestras manos. Ya no tumbamos adversarios. Hay un CÃrculo, que si Dios quiere, más pronto que tarde, se acabará cerrando. No damos ya con una causa para apretar fuerte la mano, para combatir a ningún hermano, por sumido en la ignorancia y el egoÃsmo que se encuentre. No importa hacia qué Dios, tampoco ante cuál altar; no importa las palabras que susurren nuestros labios… ¿y si por solo un instante todos los humanos reuniéramos nuestras manos en plegaria y si por solo un momento afirmáramos que todos nuestros congéneres sin excepción, son nuestros hermanos? Nada, ni nadie separe nuestras manos fervientes, pues son en Su Gloria, son para Su Nombre. |
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