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Abandonar la razón

Ahora sé que fue en balde sacar tanta artillería dialéctica, desplegar tanta argucia de confrontación mental. Lo que debía haber desplegado era el intento de comprender y situarme donde el otro. Escribo para olvidar que me he llevado la fría, la miope, la pesada razón, y sin embargo seguramente he perdido la preciosa, la única, la seguramente irrepetible ocasión de hacer un amigo. ¿Si la victoria me priva de la paz interior, para qué quiero la victoria?

Tras una larga discusión epistolar con fondo de política, seguramente me he llevado la razón, es decir no me he llevado nada, quizá menos que nada, el haber generado una tensión gratuita. Ahora regalaría esa razón, trocaría todas las razones por un abrazo con mi contrincante, pero ya es tarde. La razón no sirve para nada, sólo sirve nuestra capacidad de comprensión y de compasión para llegarnos al otro, para intentar ponernos en su lugar y circunstancias. Es cuando estamos en condiciones de acercarnos algo a la verdad, que no a la razón. La razón es muy menudo presa del ego, no así la verdad. Lo sabía y sin embargo mail, tras mail he batallado cual ciego ignorante.

Ahora me arrepiento. Ahora que por fin ya tengo la razón, porque el otro simplemente ha enmudecido, quisiera deshacerme de ella, ahora que yo me he quedado con la última palabra y mi contrincante ha cedido, me quedo mustio. Escribo para olvidar el fracaso, para decirme en alto a mí mismo que ya no volveré a pelear por la razón, que intentaré deshacerme de ella y quedarme con la parte de verdad que el otro de seguro, en su medida y desde su lugar, también es portador. ¡Ojalá lo consiga!

 
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