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Palabra amparo

La palabra es luz y amparo, pero también proyectil. Reconozco haber acariciado demasiadas veces el brillo de ese poderoso proyectil. Reconozco el esfuerzo inmenso que me supone dejar que el proyectil se pudra en la recámara. Debería preocuparme su fuego destructor. Me sorprende la fuerza, la velocidad, la precisión de todo el miserable e inútil arsenal que guardo en mi recámara. Dios me dé el coraje y la comprensión para jamás dispararlo. El primer paso del discípulo es la no ofensividad. Si seguimos disparando jamás entraremos en el Sendero. Sólo vinimos aquí para entrar en el Sendero.

Siento y constato el doble filo de la palabra. Me corté demasiadas veces. Siento el poder inmenso de iluminar, siento su capacidad de disparar y herir. Quienes nos hieren nos miden y gradúan. Son en realidad dádiva que urge alcancemos a comprender e incluso, si es posible, agradecer. Si no nos pusieran a prueba, no nos podríamos superar, no podríamos atender el desafío crucial de congelar el proyectil, de que nunca, bajo ningún concepto se dispare. Somos heridos para no herir, somos heridos para devolver con comprensión y compasión, para medir nuestra estabilidad emocional y nuestro grado de paz.

Las Enseñanzas nos dicen también que no hay que desdeñar para nada la política como campo de servicio. Por muy degradado que esté el mundo de la política es una de las formas más útiles y efectivas de entrega a la humanidad y de aliento del Plan Divino para esta Tierra bendita. No pulso “delete”, no deshago ninguna palabra sobre el anterior presidente de los EEUU. Lo único que quisiera borrar y fulminar son las terribles ganas de disparar que en la réplica he debido frenar al teclado. Feliz viernes, feliz fin de semana.

 
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