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La amable doctora

Tema de hombres, afección de cierta edad y sin embargo al otro lado de la mesa me aguardaba una mujer joven con bata blanca. Estuvo muy amable. Conocía los órganos masculinos internos mejor que yo, pues me los dibujó y puso todo su empeño en sacarme de mi notoria ignorancia. En el papel plasmó el miembro viril y sus adláteres con trazos firmes y seguros. Su naturalidad me dio confianza. Mostró sobrada valentía para ignorar fronteras de edad, género y prejuicios. Derrochó media hora de su tiempo conmigo y al final tecleó, tal como me esperaba, el antibiótico. Si hubiera tosido en la consulta me habría recetado la Pfizer, la Moderna o la Oxford.

El blanco seguía hoy imponiendo su pureza a nuestro agreste paisaje. Bajé a la mañana de mi casa despacio y con respeto hasta el Centro de Salud y al poco tiempo ya tenía localizado y bautizado el mal. Son cosas que no hay que olvidar tampoco de agradecer. Si nos mostramos agradecidos, la Vida derrochará también una dicha que no sabe de medida. La Ley Divina es también, aunque el tráfico se ralentice y la geografía se mantenga por tiempo nevada.

Salí de la Casita de paredes blanqueadas y recién estrenadas y no corrí a por el antibiótico. Me adentré en el bosque blanco. Estaba tan cerca… ¿Cuánta paz es capaz de regalarnos un paisaje nevado? ¿Cuántas claves presto a susurrarnos? El hayedo solemne, silencioso, más sagrado quizás que nunca, me confesó cosas que deseo compartiros…

Me dijo que en el mundo hay mucha más gente de buena voluntad de la que podamos imaginarnos. Sólo hay buscar esa bondad inherente al alma en la mirada, como la de mi desconocida doctora. No quiere decir que argumentalmente estemos de acuerdo, no quiere decir que esos antibióticos, que esa vacuna sean lo más apropiado. Hay contundencias que arrasan con demasiada vida. Hay tratamientos rápidos y “eficaces” que arramblan con todo. Hay otros métodos más naturales, que sin tanta prisa, nos ayudan a recuperar una salud más integral. Quiere decir que ellos/ellas hacen por sanarnos, con sus herramientas, con su bagaje médico, con lo que tienen a mano…

La experiencia de hoy ha sido esclarecedora. Me ha reafirmado en lo que vengo sosteniendo aquí durante meses y que ha levantado no pocas ampollas: Tenemos que hacer un esfuerzo de mutua comprensión. La crisis nos brinda la oportunidad de acercarnos al diferente. En nuestras manos complementar y no enfrentar; incluir, integrar o cuanto menos abrazar y no combatir. En lo que a remedios respecta, después en casa siempre estaremos a tiempo de buscar el método más respetuoso y menos agresivo. Ello no quitará el agradecimiento, en este caso para con la doctora. La facultativa en cuestión puede ser en realidad reflejo de la mayor parte de la clase médica, nuestro famoso ministro Illa a la cabeza, de los miles de personas que en los laboratorios buscan el más que cuestionable “milagro” contra el COVID. La inmensa mayoría de las veces son guiados por el deseo de bien. ¿Ello quiere decir que están en lo cierto? No necesariamente, sólo que merecen nuestro respeto.

Este sistema médico combate con dura artillería y no abraza la enfermedad. La quiere siempre derrotada, desaparecida, por más importantes señales que nos quiera proporcionar. Este sistema de prisas ha engendrado una medicina de prisas que ha olvidado a los ángeles del agua, del aire y de la tierra que la Creación puso a nuestra disposición. Ha obviado la necesidad de retornar a una vida en armonía con los Reinos. Este sistema sanitario divide y separa nuestras afecciones ignorando la integridad de nuestro cuerpo. Lejos de confrontarlo, atenderemos a los dibujos de la doctora, agradeceremos sus acertados garabatos, su diagnosis rápido y certero y después en respetuoso silencio iremos en busca de la Madre Tierra, Amalurra, para que nos recete aquello que aún no expende la farmacia.

 
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