Siempre habremos de huir del extremo que puja por instalarse en nuestro interior. Ni todo lo que tú me pides, ni todo lo que yo te quisiera reclamar, sino un lugar en el que ambos nos podamos encontrar, un punto de en medio donde ceder y crecer, donde sacrificar y por lo tanto ganar, una actitud altruista que reclame dejar cada quien algo de lo suyo y asà alcanzar algo mucho mayor que es el acuerdo. Buscar nuestra nueva afirmación lejos de la polarización, en ese mestizaje, en esa yuxtaposición constantemente actualizada es señal inequÃvoca de nuestros dÃas. Los humanos crecemos en la renuncia, en la concesión generosa. Donde difÃcilmente creceremos es en la cristalización y la paralización, en el dogma y el acorazamiento. Romper nuestros moldes y salir al encuentro del adversario es lo que a la postre nos permite evolucionar. Alargaremos crispación hasta que nos decidamos buscar ese punto de en medio, ese espacio nuevo en el que nuestra identidad se deje permear, impregnarse, fecundarse cultural, espiritual, ideológicamente... Aterricemos en el inquietante aquà y ahora, en esa tozuda actualidad polÃtica que se obceca en dar la espalda a la esperanza. Encaremos el enquistamiento lacerante y cercano. España y Catalunya están llamadas a reencontrarse, sin que se imponga una de las partes. Los grandes conflictos demandan grandes generosidades. España y Catalunya están inevitablemente llamadas a dejar sus polos alejados, a ceder, acordar, más pronto que tarde a redescubrirse. Siempre habrá un punto de en medio, en el que los humanos nos podamos encontrar y este conflicto no es la excepción. Unos y otros habrán de abandonar su extremo distante, emprender su recorrido correspondiente, evaluar las renuncias que han de poner sobre la mesa. Cada una de las partes deberá encarar aquello que está dispuesta a renunciar en aras del mayor bien para el mayor número de ciudadanos/as. No podemos seguir asÃ. Por un lado, no se puede mantener un indigno “155â€, no pueden los lÃderes independentistas seguir entre rejas o exiliados…, por otro lado no conviene obcecarse en una independencia a la que se opone radicalmente casi la mitad de la población catalana. Desconocemos qué fórmula polÃtica concreta adquiere ese punto de en medio, pero antes que nada es preciso tener voluntad de hallarlo. Una autonomÃa más generosa en el marco de un Estado más federalizado, se vislumbra como un posible punto de resolución del conflicto. Nos medimos en nuestra grandeza y nobleza, no por nuestra capacidad de imponernos al adversario, sino por nuestra capacidad de dialogar, de negociar y de alcanzar acuerdo. Esto es válido por supuesto para los dos partes en liza ahora en Catalunya, pero si cabe más para la parte que se reserva el mayor poder y por lo tanto la mayor responsabilidad. Nunca hacemos nada con las victorias sobre otros. Debimos ya haberlo aprendido. ¿Aún podemos seguir creyendo que hemos vencido cuando hemos derrotado al contrario? ¿Aún podemos pensar que hemos vencido cuando sembramos dolor y frustración al otro lado? Si algo nos ha enseñado la dilatada espiral de confrontación humana y su desmesurada factura de sufrimiento es que la victoria no es nunca de los unos sobre los otros, la victoria siempre representará el progreso de las partes legÃtimas, el acuerdo generoso entre ellas. |
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