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Punto de encuentro


La resolución pacífica de un conflicto siempre reclama recorrido por las dos partes opuestas. Si no hay voluntad para ese acercamiento indispensable, no habrá tampoco vislumbre de arreglo. Antes que por el recorrido que ha de transitar el contrario, nos habremos de preguntar siempre por el que nos toca realizar a nosotros mismos. En esa valiente y exigente demanda interna es donde realmente arranca la genuina paz.

En un mundo significado por una cada vez más profusa diversidad y por lo tanto eventual conflictividad, vamos tomando conciencia de la alteridad y de todo lo que ella implica. En su ancho y colorido espacio es preciso instalarnos y acomodarnos a largo plazo, levantar hogar compartido. Fuera de la alteridad sólo nos queda perpetuar la conocida y tantas veces reiterada dinámica de una confrontación más o menos virulenta. La alteridad en lo cultural y espiritual, por supuesto en lo ideológico y social…, constituye hoy uno de nuestros más importantes y decisivos retos.

Siempre habremos de huir del extremo que puja por instalarse en nuestro interior. Ni todo lo que tú me pides, ni todo lo que yo te quisiera reclamar, sino un lugar en el que ambos nos podamos encontrar, un punto de en medio donde ceder y crecer, donde sacrificar y por lo tanto ganar, una actitud altruista que reclame dejar cada quien algo de lo suyo y así alcanzar algo mucho mayor que es el acuerdo. Buscar nuestra nueva afirmación lejos de la polarización, en ese mestizaje, en esa yuxtaposición constantemente actualizada es señal inequívoca de nuestros días.

Los humanos crecemos en la renuncia, en la concesión generosa. Donde difícilmente creceremos es en la cristalización y la paralización, en el dogma y el acorazamiento. Romper nuestros moldes y salir al encuentro del adversario es lo que a la postre nos permite evolucionar. Alargaremos crispación hasta que nos decidamos buscar ese punto de en medio, ese espacio nuevo en el que nuestra identidad se deje permear, impregnarse, fecundarse cultural, espiritual, ideológicamente...

Aterricemos en el inquietante aquí y ahora, en esa tozuda actualidad política que se obceca en dar la espalda a la esperanza. Encaremos el enquistamiento lacerante y cercano. España y Catalunya están llamadas a reencontrarse, sin que se imponga una de las partes. Los grandes conflictos demandan grandes generosidades. España y Catalunya están inevitablemente llamadas a dejar sus polos alejados, a ceder, acordar, más pronto que tarde a redescubrirse. Siempre habrá un punto de en medio, en el que los humanos nos podamos encontrar y este conflicto no es la excepción. Unos y otros habrán de abandonar su extremo distante, emprender su recorrido correspondiente, evaluar las renuncias que han de poner sobre la mesa.

Cada una de las partes deberá encarar aquello que está dispuesta a renunciar en aras del mayor bien para el mayor número de ciudadanos/as. No podemos seguir así. Por un lado, no se puede mantener un indigno “155â€, no pueden los líderes independentistas seguir entre rejas o exiliados…, por otro lado no conviene obcecarse en una independencia a la que se opone radicalmente casi la mitad de la población catalana. Desconocemos qué fórmula política concreta adquiere ese punto de en medio, pero antes que nada es preciso tener voluntad de hallarlo. Una autonomía más generosa en el marco de un Estado más federalizado, se vislumbra como un posible punto de resolución del conflicto.

Nos medimos en nuestra grandeza y nobleza, no por nuestra capacidad de imponernos al adversario, sino por nuestra capacidad de dialogar, de negociar y de alcanzar acuerdo. Esto es válido por supuesto para los dos partes en liza ahora en Catalunya, pero si cabe más para la parte que se reserva el mayor poder y por lo tanto la mayor responsabilidad.

Nunca hacemos nada con las victorias sobre otros. Debimos ya haberlo aprendido. ¿Aún podemos seguir creyendo que hemos vencido cuando hemos derrotado al contrario? ¿Aún podemos pensar que hemos vencido cuando sembramos dolor y frustración al otro lado? Si algo nos ha enseñado la dilatada espiral de confrontación humana y su desmesurada factura de sufrimiento es que la victoria no es nunca de los unos sobre los otros, la victoria siempre representará el progreso de las partes legítimas, el acuerdo generoso entre ellas.

 
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