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IMPERMANENCIA

Todo pasa, también ella. Noventa y cinco años años proporcionarían otra suerte de maduro encanto. Incluso ese rostro perfecto sería erosionado por el tiempo, esa piel registraría arrugas. Incluso “la mujer más guapa del mundo” estaba citada con la muerte. Ni siquiera Gina Lollobrigida logró sobornarla.

Esas curvas son hoy cenizas, quizás alimento venidero de los gusanos. Incluso la sublime belleza termina entrando un día en una caja de madera. Meditar sobre la impermanencia nos permite liberarnos de la cadena de apegos, un día incluso emanciparnos. ¿Qué ha sido de esas formas que cautivaron a los hombres del momento? Solo las hemerotecas pueden rescatar esos bailes ante los que tantos varones sucumbieron.

Algún día la música callaría. Ni siquiera la danza era eterna. El budismo nos invita a meditar sobre la caducidad de las expresiones. Todo esta sujeto a un cambio más o menos acelerado. Cuando nos resistimos a aceptar la transitoriedad de las formas estamos abocados al sufrimiento.

Tomar conciencia de que la forma siempre se retira, de que en esencia somos almas inmortales, nos proyecta en la eternidad, en la infinidad de posibilidades que tendremos de superarnos y ser mejores personas. Nos permite no sucumbir al dominio de nuestra naturaleza inferior, no desplomarnos ante la infinita belleza que Dios y sus Huestes dévicas han creado.

Podamos retornar a Dios por el camino mental que explica la maravilla, que remonta con los pensamientos hasta la más excelsa expresión de la belleza, que nunca por la errada vía del apego y la dependencia.

Artaza 16 de Enero de 2023

 
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