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Coto al telediario

Siempre fuimos partidarios de mantener el hilo de comunicación con el mundo. Para ser uno con la humanidad es preciso saber de sus avatares. Siempre defendimos unas dosis, siquiera homeopática, de noticias de buen origen. Nunca pregonamos ventanas cerradas a la realidad, tan a menudo lacerante, que viven nuestros hermanos. La iluminación de “tatami” de espaldas al sufrimiento del mundo no es lo que las Grandes Almas precisamente nos sugieren. El incienso necesita de los humos, el Cielo de la Tierra y la Vertical ser atravesada por la horizontalidad.

No necesitamos saber de los "ERTES" por provincia, de la desescalada al milímetro y la "Bolsa" de la especulación un día se deberá desplomar para no alzarse nunca jamás. De todo el ruido de estos días nos podemos quedar con lo esencial. Tenemos superior venia. El telediario y su luto implacable puede poner en peligro logros internos. Diríamos que basta con la primera ráfaga de noticias, quizás también con los finales que nos hablan de aplausos en balcones, de gestos solidarios, de alardes de valentía en favor del prójimo… No tenemos que seguir las cifras de los muertos, los parados, la caída pormenorizada de la economía, las interminables crónicas de la “mayor crisis de los últimos tiempos…” A fuerza de tanta noticia aplastante podemos llegar a pensar que ya no estamos en las manos de Dios. Paradojas de la vida, seguramente no hemos estado nunca tan en Sus Manos, pues es ahora cuando nos quiere fuertes, empoderados/as, libres de miedos, solidarios…

Sí, las cosas han mutado mucho en los últimos días. De las noticias nos quedamos con lo suficiente y así no meter la pata y vestir chándal y calzar tenis en la hora debida. Del telediario lo imprescindible para saber que es el tiempo en el que debíamos mostrar lo mejor de nosotros mismos. Es la hora de alimentar el alma con buena lectura, exquisita música, bellos silencios, comunicaciones auténticas… Es la hora de no distraer nuestra atención con los voceros del desastre, pues bien sabemos para estas alturas, que ni siquiera es calamidad perder nuestro cuerpo, que el "bichito" lo derribe y no se levante. El único desastre sería malgastar esta bendita oportunidad, por nombre encarnación, y no progresar en conciencia, responsabilidad planetaria y hermandad humana.

 
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