Merecemos la paz, nadie puede a estas alturas acallar tan poderoso anhelo. ¿Qué ganamos con la derrota? ¿Quién la demanda? ¿Nobleza o rencor, bondad o vanagloria? Propiciemos salida digna a los violentos ahora que parecen callar para siempre, que se manifiestan por fin dispuestos a acatar la voluntad del pueblo y las formaciones polÃticas que lo representan. Vivimos una esperanza que nunca hemos conocido, que no deseamos nadie marchite. Observamos familias, amigos, pueblos, organizaciones polÃticas y sociales que empiezan a superar un abismo que durante tiempo los mantuvo separados en dos partes enfrentadas. Llegamos al final de una larga pesadilla. La paz se acerca y por eso nos duele todo tipo de proclama revanchista. La voluntad de infligir sonada derrota a los violentos representa gran amenaza para la paz. Quienes insisten en “vencedores y vencidos†hacen flaco favor a tan clamorosa aspiración. Los que manifiestan que es preciso “poner a los terroristas brazos en alto y contra la paredâ€, “aplastarlosâ€â€¦ no parecen aspirar en verdad a la paz, gustan de la confrontación, de apurar votos…, de lo contrario jamás harÃan tan malogradas declaraciones. La paz, no es sólo decisión de los violentos, de que deshagan su organización, de que cejen para siempre en su dolorosa y absurda dinámica. La paz, lo hemos de ver en el futuro inmediato, es nada desdeñable desafÃo también para nosotros. Exige unas dosis enorme de generosidad y altura de miras por parte de nuestros mandatarios, por parte de la ciudadanÃa, muy en especial de las vÃctimas directas de la violencia. No queremos la victoria, nos basta sobradamente con la paz. La victoria es para los generales, la paz para los ciudadanos. ¿Qué hacemos con la victoria? ¿En dónde se emplea, qué alivia, qué procura? La paz es una inversión de felicidad y gozo compartidos. La victoria es apenas un trofeo en la vitrina, al que hay que quitarle todos los dÃas el gran polvo que atrae. La derrota de los violentos, la revancha, en el más “victorioso†de los casos llevan a la quietud, al silencio, al cese temporal de la violencia, mas jamás a una paz perdurable. Esta no cabe en vitrinas, pero es prodiga en júbilos y abrazos, en hogares y comunidades rehechas, reencontradas. La paz es rencor que merma, calor que contagia; son guardaespaldas en cola de paro, concejales que no exploran debajo de sus coches, empresarios que abren sin temor todo su correo. La paz son avenidas despejadas, autobuses sin miedo, contenedores sin fuego, fiestas sin odio… La paz es aliento para las vÃctimas, garantÃa de que a otros no les alcanzará ya su dolor. La paz son cerrojos que se abren, barrotes que desaparecen, macrojuicios clausurados…; son hijos que conocen a sus padres, son compañeras sin penÃnsulas por atravesar para el encuentro suspirado… No caben en estas lÃneas las glorias de la paz. No alcanzamos aún a verlas. Ya por nada renunciaremos a la paz que se acerca con su más firme paso. Un pueblo entero, como una piña, saldrÃa a la calle, si por uno u otro lado se tratara de frustrarla. No queremos derrotarlos, queremos reencontrarlos. Queremos que rehagan sus vidas, sus familias, sus futuros, ¿por qué no? sus ilusiones, sus anhelos…, sus cristalerÃas en el lugar adecuado. La paz cicatriza las heridas, la victoria las deja, a saber hasta cuándo, supurando. ¡Bravo por las parlamentarias vascas por tan oportuno y necesario manifiesto! ¡Bravo por los sindicatos y las formaciones que se reencuentran, por cuantos empiezan a caminar sobre el difÃcil puente de la reconciliación! No nos atrape el pasado, no nos veamos convertidos en estatuas de sal. Perdonemos, tendamos la mano, miremos para adelante… Ahora o a saber cuándo. |
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