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LA FLOR DE LA PACIENCIA

Nos lo leía nuestra amiga Pilartxo en la meditación de hoy a la mañana: “No puedes forzar la apertura de una flor, pues si lo intentaras, destruirías la belleza y la perfección de esa flor debido a tu impaciencia…” (Eileen Caddy en su libro “Dios me habló”)

La magia de la vida consiste en buena medida en respetar los paréntesis, los barbechos, los tiempos de espera. Si rompemos los tiempos, nos rompemos a nosotros mismos, pues nosotros también somos ciclos. En todo tiempo, no podemos desear de todo. Hay un momento también para la reverente expectación, para el sereno anhelo, para el suspiro. Si todos los anhelos son en todo momento satisfechos, las voluntades se aplanan, la sorpresa desaparece y la vida pierde su sana tensión, su noble esfuerzo, su imprescindible desafío.

El perfume de la flor impacientada me ha llevado hasta estas letras reposadas. En realidad vamos dejando demasiadas flores forzadas y tiradas por los caminos. Nos saltamos los tiempos y después queremos los mismos perfumes. Forzamos los cultivos, las máquinas, las comunicaciones, los procesos de toda índole, la vida… Todo ha de ir rápido, por más que aún no demos con la estrella Polar, ni sepamos del Norte.

Los tiempos, los ritmos, los ciclos son sagrados, sagrados sus comienzos y sus finales, pero nosotros queremos todo el tiempo flores abiertas en el jarrón y aguacates blandos en la ensalada. La vida guardará siempre su sorpresa y la flor su perfume para el momento adecuado.

 
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