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SÓLO SANAR

Enero tiene sus heladas ya contadas. ¿Cuánta flor no aguarda agazapada bajo tierra? Quizás sólo espera de ti el rocío del silencio y la comprensión. Confía... De ninguna de las formas rebajarse a devolver. Si no quieres echar por tierra todo tu progreso interno, no se te ocurra devolver. Leer el golpe recibido de forma liberadora es imprescindible para quien está realmente comprometido en el Camino.

Conviene leer los infortunios que nos trae la vida en clave de pago kármico, de peso aligerado, de futuro despejado. La Vida jamás se equivoca. Confiar en la infinita inteligencia de la Vida es garante de paz en el corazón, de no zozobra ante lo inesperado.¿Quién sabe lo que hay tras la aparente e inconcebible injusticia?

Me pongo en las Manos de Dios, incondicionalmente a merced de la Vida, a sabiendas de que los golpes que traen los días eran imprescindibles, bien para equilibrar los que uno pudo haber propinado, bien para poder avanzar en el perdón y la compasión, o lo que es lo mismo en el Sendero. El Sendero era lo único importante, no las cosas, ni los apegos, ni las tablas de madera mal ensambladas.

No sé quién habla ahí dentro en medio de tanto frío. Sólo emplaza a olvidar agravio. Escribo para no devolver, para que se me quité absolutamente de la cabeza el que yo pueda herir, en vez de sanar, siempre sanar.

Artaza 31 de Enero de 2023

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¡LLÉNANOS, OH DIOS, CON TU PERDÓN Y MISERICORDIA!

Su inmensa bondad ha terminado por tallar su rostro. Su bonhomía aflora en forma de sonrisa permanentemente anclada en su semblante. Escuchaba al entrañable Fray Pepe Guirado con el té de la mañana. Sin darme cuenta me vi reclamando cincel ambicioso y severo labrando mi faz, reclamando golpes de martillo certero, diciéndome que yo quería ser esa bondad que vivo aún extraña. Reparé en que esa titánica tarea debía ser un reto sostenido de enteras vidas. Arduo trabajo ha de acometer este incipiente altruismo para intentar esculpir mis facciones duras.

Menos mal que la palabra y el rostro del ermitaño llenaban la mañana, menos mal que el sol calentaba las altas cimas. No sé de lo contrario si hubiera podido con la prueba que me alcanzó enseguida en forma de bocinazo en mi casa. El martillo y el cincel llegaron al instante como un voluminoso envío postal, como una carta cuya finalidad era hacerme daño. No puedo ni debo hablar de esa prueba que tenían la forma de cajas y cajas de cartón en medio de una mañana heladora.
De nada sirve analizar las razones de las guerras que estallan en las lejanas Ucranias, si no acertamos a ver el origen de la encarnizada batalla que se entabla de repente en nuestro interior. Antes de lanzar mis sofisticados Leopards, de desatar primero mi incredulidad y después mi artillería de todo signo, debía hacer silencio y orar.

Tenía las palabras de un santo resonando en mi interior, tenía el sol calentando las cumbres nevadas. La Vida no nos trae pruebas sin la ayuda correspondiente para superarlas. La falsedad y el abuso no desembarcan en nuestros días, si la Vida, que encarna el más puro altruismo y generosidad, no nos quiere con ella, no nos desea en sus cumbres. Si nos llegan pruebas duras a nuestra presente es porque el Inombrable tiene guardado algo grande para nosotros; es porque nos quiere tallar con fuertes cinceladas, porque quiere a marchas forzadas aquilatar nuestra alma. Esos bocinazos en mitad de la atmósfera heladora, nos alcanzan porque la Vida quiere hacernos partícipe de todo lo que se gesta; porque hace falta un alma crecida, un derroche grande de perdón y compasión para formar parte de lo nuevo.

De repente me vi frente a ese sol que acariciaba las nieves de las alturas pidiendo a Dios que me llenara de paz, perdón y misericordia. El susurro de la oración no debía ser suficiente pues ahora siento la necesidad de llegarme al teclado. No hay ninguna prueba que llegue a nuestra vida sin que la merezcamos. Por eso pido uno y otra vez a Dios que me libre de todo rencor, que me inunde de su bondad, que me talle con su rostro sin rastro de arista, ni mezquindad.

Sólo la oración constante me libra de la terrible tentación de la caída. Estoy determinado a volcarme constantemente sobre las cumbres nevadas, a imaginarlas cuando la tierra se trague el blanco. Estoy determinado a que ningún sentimiento de odio y rencor me gane y entre en esta habitación. Sólo quiero ángeles del amor incondicional revoloteando alrededor de esta pantalla y teclado; sólo quiero enviar luz y comprensión a quien corresponde, cohortes de ángeles para que iluminen esa mente extraviada, para que ablanden ese corazón herido.

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LUCHAR O RENUNCIAR

Renunciar cuando sientas ancha la tierra.

Renunciar porque te sientes infinitamente más fuerte que unas tristes armas, que un calibre de arrabal. 

Renunciar cuando empiezas a comprender al humano que se encuentra tras el atropello.

Renunciar cuando crees que el silencio y la paz ablandará los corazones, pondrán las bases de la justicia duradera. 

Renunciar cuando se afirma la compasión, cuando cede la necesidad de afirmar de derechos por lo demás difícilmente cuestionables. 

Renunciar porque, más pronto o más tarde, el sabio destino coloca a todos y todo en su justo y adecuado lugar. 

Renunciar cuando tomas conciencia de que la vida siempre esconde sus más preciados regalos tras cada renuncia generosa.

Renunciar cuando ves que los vientos de tu vida empujan para otro lado, cuando exprimiste todas las enseñanzas, cuando sientes etapa culminada, cuando te consta que los bosques de encanto pueden echar también raíces lejos del territorio… 

Renunciar cuando te desborda la fe y la esperanza, hasta el punto que el desapego puede incluso devenir gozo. 

Renunciar cuando tomas perfecta cuenta de que no eres de este mundo, que sientes que mañana te arrepentirás por haber luchado tan apasionadamente por el metro cuadrado en una tierra tan pasajera. 

Luchar cuando crees que puedes poner al unísono sobre la mesa razón y corazón. 

Luchar pacífica y amablemente cuando se bloquea el diálogo, cuando de momento se han agotado todas las posibilidades de estrechar las manos y alcanzar acuerdo.

Luchar si sientes plena y honradamente que te asiste todo el derecho, sin el más mínimo resquicio. 

Luchar solo si has alcanzado absoluto dominio de ti mismo, de forma que ni en los momentos más duros del encono darás riendas al bruto en ti aún agazapado.

Luchar cuando sientes que el valor de la justicia ha de anteceder al de la paz. Cuando el ¡ya basta! remonta con una fuerza incontenible en tu interior. 

El batallador llama a la lucha por la justicia, fatalmente orgulloso de creerse curtido en tantas. Sólo sería una apuesta más en una espiral antigua y enconada. El pacificador elude la batalla, quiere esperar, inaugurar algo nuevo, aún con el coste de la renuncia.

Luchar o renunciar, a sabiendas que todo es excusa, de que se juega más que unas maderas torpemente ensambladas, de que nos estamos midiendo, en definitiva graduando en generosidad, renuncia y altruismo para ser dignos de lo Nuevo que nos aguarda. 

¿Cuándo luchar y cuándo renunciar? Quien recete se equivoca pues cada circunstancia es una. El pulso es fuerte, seguramente más universal de lo que creemos. Batallador y renunciante tratan de tomar las riendas del Ser. No sé aún quién ganará en la previa batalla de dentro. 


Artaza 26 de Enero de 2023

 
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