¿Y ahora qué? Ahora volver a empezar, sobre un terreno más común, sobre unas bases más compartidas, sobre una mayor e imprescindible mutua comprensión. En ese nuevo punto de arranque, el independentismo deberá recabar mayores consensos, no podrá ir a la carrera, saltándose imprescindibles pasos, pero la comunidad española habrá de comenzar a abrir los brazos en acogida, crear un nuevo marco legal en el que puedan encajar más cómoda y autónomamente otras nacionalidades. No fue acertada la declaración de la independencia de Catalunya, pero menos aún encarcelar opositores polÃticos y redactar penosas eurórdenes. Con la DUI no hubo avance en cohesión de la comunidad, hubo retroceso también en los niveles de autonomÃa. Ha habido más fragmentación y ha habido igualmente una palmaria merma de derechos. Sin embargo, la activación del artÃculo 155, la detención de parte del Govern y la orden de busca y captura de la otra parte, nos parecen medidas abusivas a los que jamás pensamos llegarÃa el gobierno español y la alta magistratura. Esa desproporción no ayuda en la resolución del conflicto, todo lo contrario auspicia nueva conflictividad. Es llegada ya la hora de preguntarnos si sólo el nacionalismo del otro es el dañino, deberemos seria y humildemente interrogarnos por la salud de nuestro propio nacionalismo. ¿No será el nacionalismo que suspira porque Puigdemont baje esposado las escalinatas de un avión el que más se ha pervertido? El nacionalismo que desborda sus fronteras, que interviene más allá de su geografÃa, que puede llegar a invadir, acosar, reprimir parece ser más peligroso que el que pide respeto, que aquel que sencillamente se reafirma en su identidad y que ve las relaciones con otras naciones hermanas en clave de igualdad, nunca de superioridad. Divide quien prohÃbe, quien reprime, quien encarcela, quien busca y captura al disidente, al opositor. Desintegra quien interviene en asuntos ajenos, quien cuestiona la unidad en la diversidad y trata de imponer una unidad más uniformante. Fragmenta lo que fuerza, lo que constriñe, lo que limita. Deshace la comunidad quien no la respeta. Hay una dañina obcecación a la hora de no querer comprender algo tan elemental como que medidas policiales y judiciales, menos aún siendo estas últimas tan desproporcionadas y severas, jamás resolverán un problema polÃtico. Sólo la cerrazón o la posición partidaria y extrema cuestionan encuentro, diálogo y acuerdo. Cuesta comprender a quienes defienden un Estado que se revela con faz hostil con respecto a quienes lo cuestionan. Cuesta comprender esa defensa de gran parte de la ciudadanÃa española de este Estado con evidente déficit de derechos, defensa que frena el empuje civil de cuantos aspiramos a mayores cotas de libertad y de democracia… Esa defensa se ha tornado además ya demasiadas veces agresiva verbal y fÃsicamente. El silencio es indispensable cuando el dolor ajeno, pero ni siquiera ese silencio ha sido respetado. Duelen la medidas represoras, pero nos duele aún más el incondicional apoyo que se brinda a las medidas represivas de uno de los Estados que se está manifestando como de los más autoritarios y arbitrarios de toda Europa. Lo inconcebible nos mide. Siempre hemos de estar listos para afrontarlo. Duele la prisión de buen parte de un Govern, pero duele aún más que no se respete el buen nombre de los encarcelados, que aún en prisión tengan que padecer persecución, ofensa, cuando no infamias como las sufridas por Oriol Junqueras. El dolor ajeno es un terreno sagrado en el que no debe incursionar ni siquiera un constitucionalismo que se piensa con todas las leyes en la mano. Hay otra Ley que está muy por encima de las del mundo y es la ley del respeto y la solidaridad universal a la que todos/as sin excepción nos debemos. Donostia 7 de Noviembre de 2017 |
|
|
|