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LA ROÑA DE LAS PALABRAS

Urgimos más dosis de mutuo respeto que carga de ideología. La actual y suma tensión política no puede ser por siempre. Nos negamos a acostumbrarnos a ella. En algún momento, con prudencial distancia de las urnas, habrá que instalar un modo más amable y civilizado. Las palabras que se exhiben con intención de sellar y callar al opositor a la larga resultan peligrosas. Con la ofensa polarizamos al adversario. Cuando, en alusión a la formación de Abascal, el líder de “Podemos†llama a la batalla contra el fascismo, algo nos dice que estamos sumando crispación y restando paz, algo nos susurra dentro que las palabras tienen su instante y que sacarlas de contexto sólo enredan el presente. Si los dirigentes de Vox escondieran campos de entrenamiento con la finalidad de reeditar oscura historia; si en verdad prepararan una marcha sobre Madrid, sobrarían todas estas letras.

No conviene ir por ahí adjudicando tanta camisa negra. Nadie va a marchar sobre el asfalto en formación con amenazas y ademanes agresivos. El pasado no volverá por lo menos con la misma marcialidad y violencia. Noventa y nueve años no son en balde. Necesitamos didáctica, argumento, no estigma. Si estigmatizamos nos abocamos a la lucha sin fin, cerramos las puertas al reencuentro que un día tendrá que ser. Mientras "Vox" no llame expresamente a la violencia, llenar nuestras bocas de la palabra “fascistasâ€, no arregla nada, nos ancla, nos perpetúa en una trinchera caducada. Es preciso convivir con ese verde, mientras no gaste botas militares o levante el brazo en un ángulo de cuarenta grados sobre la horizontal.


Para evitar que el fanatismo medre será preciso suscitar entre la ciudadanía nobleza de ideales, no espíritu de dura confrontación. Ya caímos en las batallas de Madrid, en la Ciudad Universitaria contra los fascismos de fuera, sobre todo contra nuestros propios y ocultos fanatismos. Madrid ya triunfó sobre verdadero y cruel fascismo en la década de los setenta, ahora lo que toca es convencer a los conciudadanos de la extrema derecha de que los cayucos han de tener puerto y los inmigrantes mañana, que los subsaharianos también pueden aspirar a papeles y a esperanza. Habrá que hacerles ver con amabilidad que el credo único corresponde a la Edad Media y que la multiculturalidad y la multireligiosidad, lejos de constituir amenaza, son un regalo de nuestros tiempos. Con razón, serenidad y tacto habrá que compartirles que la familia no se encuentra amenazada, que la diversidad es la clave de la unidad, que la verdadera unidad de España a la que aspiramos, se construye con las libres voluntades de sus pueblos, nunca con la imposición…


Quizás debían "pasar" para reencontrarnos. Cuando, presos de nostalgia, gritamos hoy, "¡No pasarán!", algo de su intransigencia y la nuestra ya están pasando. Las “consignas†tuvieron su fuerza y su momento adecuado, incluso de gloria. Fuera pueden naufragar. Nos aguardan nuevos diccionarios de palabras vivas, convincentes, no raídas. Con palabras que se han gastado, que siguen operando con toda su roña de rencor, no es fácil construir un nuevo mundo.


Para que la intolerancia se crezca y transforme en fascismo ha de exaltar descaradamente la violencia. A la intolerancia se la puede aislar, colocar cordón, pero no devolver con la misma moneda de insulto y afrenta. Sólo el verdadero fascismo, en aras de la integridad de las personas, los derechos humanos y la democracia, será preciso perseguir y reprimir. El fascismo fue brutal en exceso, se cobró demasiadas vidas, como para jugar con él en el presente. La historia no acostumbra a repetirse, pues es grande el dolor que deja a sus espaldas. La historia se puede volver a tropezar, pero su caída es cada vez más amortiguada. No conviene despertar a los dragones que ya no rugen con la fuerza de otrora. Invocar es atraer. Si tanto invocamos al fascismo, podemos acabar desperezándolo. El recuerdo nos aleccione, no nos ofusque y aprisione.


Ahora prima desandar muchos caminos, arriar consignas provocadoras que demasiado tiempo se sujetaron a nuestros labios. Es la hora, tantas veces postergada, de ensanchar la mente y el corazón. Las gentes de la ultraderecha que guardan las formas también tienen sitio bajo el sol. Quizás ése ha sido nuestro pequeño avance en los últimos años, el concluir que en nuestra sociedad hay un sitio para todos y todas, mientras no se ofenda o se apele a la violencia. A quienes mañana queremos que entren al espacio común de la sana convivencia, no podemos hoy faltarles. No resolvemos nada con la demonización. El odio jamás será progreso, siempre, siempre retroceso. Un día incluso con ellos también habrá que construir futuro.


 Koldo Aldai Agirretxe




Artaza 4 de Mayo de 2021

 
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