Ya ha desaparecido aquel perenne barro entre las recias casas de piedra. Un olor a pan recién cocido inundaba en la visita sus calles ya empedradas y vestidas de otoño. Nuevas construcciones de vanguardia, nuevas familias pioneras. Mucha huerta goza ya del abrigo de los plásticos. Todos los tejados están arreglados. Grandes planchas de cristal guiñan y solicitan al sol su energÃa y calor. Las aspas de los molinos más robustas roban también más fuerza al viento huraño y hermano. Los niños de entonces sostienen en sus brazos otros niños. En realidad sostienen ya el peso de todo un legado. Esos niños sostendrán otros niños... Un futuro más sencillo, austero y perdurable ya nos ha alcanzado. Los niños de ayer son los padres de hoy. Mantienen el fuego y han tomado en muchos aspectos las riendas de la comunidad. HabÃa relevo, hay, habrá relevo. Estamos hablando de la fuerza insobornable de la utopÃa, del eterno anhelo del humano de levantar un mundo mejor, de más compartir y colaborar. “No era un rollito de verano...â€, tal como se mencionó en el arranque en Pamplona de las mencionadas jornadas. No era una locura de momento, la chaladura de unos objetores de conciencia que se habÃan cansado de estómagos vacÃos y huelgas de hambre, de sentarse al atardecer delante de los Gobiernos militares. No se marcharon con los primeros frÃos, tal como pensaban los responsables de Montes de la Diputación. No era una chifladura de cuatro inquietos “hippies†de los exaltados ochenta. Era, es una conspiración planetaria, un amor profundo por la tierra, una aspiración sincera de empezar a transformar el mundo de forma silenciosa. Otras ruinas aguardan, otras ruinas llamadas a inundarse de otras flautas y “txistusâ€, de otro olor a pan cocido, llamadas a cubrirse de nueva arcilla y calentarse con vieja leña. Otros jóvenes aguardan un futuro desafiante, creativo, sostenible, que no pase por fichar ocho horas en un trabajo mecanizado. La tierra comienza a inundarse de cada vez más “Lakabes", de cada vez más anhelo comunitario y de vuelta a la Madre Tierra. Iremos a por nuevas ruinas, las que ahora son, las que vendrán, cuando una civilización caduca basada en el individualismo, el consumismo y materialismo se vaya desmoronando, pues sencillamente no es sostenible. Iremos a por nuevas ruinas, colgaremos paneles solares, las rodearemos de huertas y haremos sonar música en sus nuevas plazas recién empedradas. Lakabe ha elegido su propia forma de hacer ecoaldea. En realidad hay tantas formas de hacer comunidad como comunidades mismas y ya van más de 10.000 en los cinco continentes, considerando sólo las que están coordinadas en el marco del GEN (Global Ecovilage Network). En esa variedad de hacer comunidad está la riqueza de este movimiento imparable y variopinto de alcance mundial. Cada comunidad su forma de labrar, brincar y agradecer; su caserÃo particular, sus flores de verano y su hojarasca de otoño...; cada una enfoca desde un ángulo sus molinos al viento, sus paneles al sol. En una comunidad suena el “txistu†saltarÃn, en otra el dulce violÃn, en otra el sencillo y poderoso “gongâ€â€¦ Lo importante es ponernos en marcha tras otro sonido, tras las pistas de una más consciente y responsable civilización. No consumiremos pan blanco, ni aparcaremos nuestra bicicleta a la vera de una gran fábrica. Sólo nos resta pensar cómo construiremos el nuevo mundo. Es cierto que nos equivocamos en muchas cosas, pero no erramos cuando sentÃamos que tenÃamos que tirar para el monte, cogernos de la mano e intentar hacer realidad, siquiera en pequeño cÃrculo, el sueño de otra música y otro baile, de otra “era†de más verdadera y fraterna comunión. |
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