"Poder, poder popular" , era el constante clamor que se elevaba ayer domingo en el polideportivo de Manresa. Era la decisiva asamblea que tenía en sus manos buena parte del futuro de Catalunya. "Procés" hoy a parte, yo también me dejé la garganta por las calles de Donosti gritando consignas semejantes. El pueblo era una suerte de difusa y magnánima entidad que, una vez instalada en el poder, nos llevaría hasta las mismas puertas de la Arcadia. Sin embargo con el curso de los años, de demasiados años, me fui desengañando, observando que quizás había idealizado al tan traído "pueblo", había depositado en él un exceso de confianza. Resulta que "pueblo" era también el marido que deja con un moratón en el ojo a la vecina cuando vuelve con dos copas de más, pueblo era el camionero impaciente que te saca de la carretera si no vas como una bala, el que insulta al arbitro cuando pierde su equipo, el que tira las colillas cuando termina el cigarro, el que tiene miedo a que los emigrantes le quiten el trabajo… Resulta que igual el pueblo no era tan digno de encomio, quizás tampoco tan malo. El pueblo se estaba haciendo, en realidad todos nos estamos haciendo. En realidad era más importante "hacernos" primero, construirnos, madurar, hacer de nosotros hombres generosos, conscientes y altruistas y después sin prisa, un buen día llamar a las puertas del poder. |