No cuestionaremos que el maletÃn con la nueva vacuna contra el coronavirus llegue a la Residencia de ancianos, pero no perdamos la oportunidad que el tan denostado y ya acorralado bichito nos ha traÃdo para cuestionar una civilización que mucho destruye la Madre Naturaleza. El parche, la vacuna, nos puede confundir; nos puede dar a entender que representa la solución definitiva y asà dar más cuerda a un modelo sin futuro alguno. Nos puede engañar haciéndonos olvidar la raÃz del problema. Las soluciones fáciles raramente son las definitivas. Demasiado a menudo el milagro elude responsabilidades.  A la ciencia tampoco se la puede dejar sola en el reto de superación de la pandemia. Ha de ir de la mano de la ética planetaria. La palabra vacuna debiera ser despojada de su hálito divino, no debiera tener ninguna connotación mágica. No puede ser freno a la revolución verde y solidara pendiente, refugio de nuestros errores, excusa para eludir las grandes transformaciones que hemos de llevar a cabo. El antÃdoto sólo no basta. Es preciso remontar al mundo de las causas. Depositar toda la esperanza en la tentadora vacuna es engañarnos a nosotros/as mismos/as, pues de esa forma eludiremos reparar en el verdadero origen de la crisis: las enfermedades infecciosas se multiplican con la destrucción de la Naturaleza. No somos radicales anti toda vacuna, somos firmes anti-amnesia que no queremos olvidar cómo empezó todo esto. No podemos huir de apaño en apaño, eludiendo las grandes cuestiones que va generando nuestro paradigma insostenible, en demasiada medida individualista, materialista y depredador de la Vida y sus Reinos. Una civilización que va despistada de pincho en pincho, de parche en parche no dará con su anhelada salud, merecido bienestar y definitiva armonÃa; no encontrará su superior destino. |
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