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A una mochila pegado

De repente no eres un teléfono móvil, ni un cómodo coche que avanza, ni un Super-pentium conquistando universos virtuales.... De repente falta el sofá, el telediario de la noche, las zapatillas a mano y el zumo de melocotón en la nevera… La realidad resulta ser más grande que el minúsculo espacio donde paseas, trabajas, celebras… De repente eres un individuo que camina sólo por el mundo desarmado, un hombre a una mochila pegado.

De repente no eres un teléfono móvil, ni un cómodo coche que avanza potente por las carreteras de dorados trigos, ni un "Super-pentium" de tropecientos megaercios conquistando universos virtuales.... De repente falta el sofá, el telediario del "Lorenzo" a las 10 de la noche, las zapatillas a mano y el zumo de melocotón en la nevera… La realidad se ensancha y resulta ser más grande que el minúsculo espacio donde paseas, trabajas, celebras, gozas…

De repente eres un individuo que camina sólo por el mundo desarmado de aparatos, ornamentería, seguridades, compañía…; eres poco más que un hombre a una mochila pegado, un gran saco a la espalda en el que apenas metes un par de mudas, algunos papeles, chubasquero y cuatro avellanas; saco pegado a otro saco en realidad, porque tú eres también enorme bolsa deseosa de llenarse de paisajes, gentes, aventuras, conocimientos…

Conviene coger la mochila, buscar un avión que vuele bien alto y saltar a otra lejana geografía, añorar la paz de tu rincón, la bocina que te acerca pan caliente, periódico y "buenos días", el valle familiar que se va durmiendo a tu paso en ese atardecer colmado de trinos… Está bien hablar con otras rocas, con otras montañas, buscar el silente susurro de otros majestuosos interlocutores más allá del diario diálogo, a veces semejara imprescindible, con el imponente cresterío que domina tu paisaje.

Está bien echar mano a la cintura para palpar por inercia el móvil y recordarte totalmente incomunicado; sacar el plástico milagroso de la Visa y que el cajero te responda en inglés que no te suelta un dólar; llegar a un lugar donde a nadie conoces, donde nadie te aguarda, pero echarle ganas, desplegar cordialidad y conquistar un pequeño hueco en nuevos corazones…

Es preciso tener que sacar el dedo al borde del asfalto, para que nunca jamás se nos ocurra ignorar un autoestopista por mucho metal que cuelgue de su nariz, labios, orejas… Es oportuno sentir el clamor desesperado del estómago, mascar el vacío y la carencia de alimento de millones de humanos, para anotar a la vuelta los veinte dígitos de la ONG más eficiente de tu pueblo.

Conviene adentrarse por mundos extraños, familiarizarse con existencias más difíciles, para que la experiencia desacartone sentimientos, para que al volver hagamos de nuestro entorno, un lugar más de todos. Conviene, siquiera temporalmente, correr la misma suerte que los sin techo, sin tierra, sin móvil, sin "Pentium" y luchar a la vuelta por construir el “otro mundo posible”, un planeta avanzando hacia la rampa de cualquier maravilloso sueño, pues todos han cubierto sus necesidades más elementales.

No está de más achicharrarnos en los caminos, para así poder agradecer después sentidamente la brisa fresca del hayedo de Urbasa, o aquella que peina las olas en Hendaia; clavar tus huesos derrotados en la dura y estrecha esterilla, para poder valorar el retorno al mullido descanso de tu amplio futón.

Está bien no escuchar las noticias en un mes y constatar que el mundo no se aviene precisamente al gris diseño y a la diminuta perspectiva de los telediarios; asomarnos desde lejana cima a la vastedad del globo para que nuestros azares y cuitas domésticas se ajusten a una más exacta proporción.

Está bien ponerte a gesticular ante el viandante, empujado por cualquier apremio, para que al volver desempolves por fin los vídeos que te prometían inglés fluido en unos meses; faltar a las fiestas patronales, oír de lejos el eco de su algarada para que nuestro oído se haga a otros ritmos, a otros bailes, a otros fandangos.

Está bien escribir este y otros artículos sin ordenador, llenar un zarandeado cuaderno de flechas, números y tachones, para después pulsar gozoso el suave teclado… Está bien volver a agitar el "tipex" y, entre uno y otro borrón en blanco, reconciliarte un poco con el "Gates" y su contestado "Word".

Viajar es siempre cultivo de imprescindibles desapegos. El viaje nos vuelve a encontrar con nuestra dimensión más plural, más abierta, más solidaria. El viaje es el mejor ejercicio frente a las limitaciones y temores internos, frente a los sentimientos más desatinados de chauvinismo o xenofobia. El viaje es excusa para ampliar nuestra cultura y valorar nuestra propia diferencia, sin necesidad de enquistarnos en ella.

Al fin y al cabo quizá no seamos de ese mundo al que nos empeñamos en habituarnos y clavarnos. Está bien echar raíces lo suficiente fuertes y sólidas para saber ubicarnos, entender y sentir el lugar para poder crecer y desarrollarnos en su más amplia y generosa expresión. Está bien enraizarnos en una comunidad con la que adoptar el compromiso de servir. Sin embargo habremos de cuidarnos que las raíces no sean profundas en exceso. No conviene que pasen todos los aviones por encima nuestro y no cojamos ninguno. Volemos y retornemos a casa con la piel más curtida y el alma más ensanchada. Feliz verano a tod@s.

 
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