Ahora resulta que todos los brotes no eran brotes, pero no hay cielo que se preste a estallar los cohetes de nuestras fiestas. El verano se va escapando sin haberlo zambullido y el temor sigue enseñoreado sin apenas nadie que le haga una sombra donde protegernos, donde tocar de nuevo una música y ponernos a bailar que es un verbo que conjuga igual que hermanar. Ahora resulta que todos lo brotes no eran brotes, pero tantos amigos rompieron sus billetes y de tanto aplazar los abrazos, tendremos que aprender de nuevo a estirar anchos los brazos y atrapar el aire cálido y estrechar a nuestro hermano. Ahora resulta que todos lo brotes no eran brotes, pero la vida en su esplendor sigue encerrada sin galán atrevido que rompa el hechizo del temor y la invite a un pasodoble. No protestamos la ciencia sincera, la estadÃstica rotunda, la evidencia contagiosa que otrora tumbó tantos cuerpos. Cuestionamos el temor que hoy no tiene sustento, ni lÃmite, ni asiento; el miedo que nos ha alejado tanto y que aún no apuesta por el reencuentro. Hay otras voces, otras ruedas de prensa tan dignas como las que se convocan en los salones oficiales que merecen ser escuchadas. La versión oficial y la alternativa deberÃan dejarse fecundar y enriquecer. No estamos para desperdiciar ninguna perspectiva razonada, cabal y ampliamente respaldada. Los tiempos urgidos los son también de sumar miradas. La verdad, aún moceta y presumida ella, se ha echado muchos novios. Colocan a nuestras comunidades vasca y navarra junto a la señal de peligro, pero el inmenso hayedo de Urbasa susurra silente que respira aire puro y echa en falta la estival algarada, el loco trajÃn de los humanos. * Imagen de Christhian Schole |
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