Debe haber cantos que nos permitan penetrar en el otro mundo lenta, suavemente, sentirnos en la esfera recién alcanzada como en nuestro propio hogar. Dicen que, si es de ley, seremos recibidos por brazos angélicos más tiernos que los de nuestra propia madre. Al renacer a la vida espiritual otra suerte de canción de cuna nos puede acompañar. Quizás al otro lado del velo nos alcance ese eco, quizás tomen cuenta de que la Tierra y su humanidad también se están transformando y elevando. Los músicos se habrán de poner al pentagrama para crear las canciones de la despedida fÃsica que ya empezamos a necesitar. Apenas tenemos cantos para la nueva era de luz que ya se acerca. El canto nos ayuda a llegarnos a las alturas de nosotros mismos. Lejos, muy lejos irá quedando el luto y su desgarro. Ritualizar lo que hasta ahora era más o menos banal, mecanizado, más o menos alegre en el caso del nacimiento, más o menos triste en el caso de la partida. Deseamos imprimir conciencia a los momentos más importantes de nuestra vida, a la sazón cuando venimos y cuando nos vamos. Entrar y salir con cantos, quizás en ello consista algo de la nueva era que ya se está inaugurando. A la vuelta de todas las convulsiones y azares de la vida fÃsica, ojalá nos aguarde un hermosa melodÃa. Entrar y salir con paz, con serenidad, con agradecimiento. Las fraternidades “kobdas†de la antigua Atlántida despedÃan de esa forma a los seres que partÃan. Sacaban a sus jardines con estanques a esos seres prestos a dejar el cuerpo y hacÃan sonar sus arpas. Formaban coros y entonaban sus himnos sublimes. Hay muchas cosas que cambiar en este mundo, pero difÃcilmente un cambio real, definitivo podrá operar sin tomar conciencia de la fugacidad de nuestro paso por la materia, de nuestra vocación de vida eterna. La real transformación personal y colectiva sólo podrá ser cuando tomemos idea de nuestra real identidad en cuanto seres espirituales que circunstancialmente hemos tomado cuerpo en este mundo fÃsico, almas que vamos encarnando en diferentes geografÃas, condiciones, género... Recuperar algo de ese canto que nunca se acaba, tomar noción de nuestros diferentes cuerpos y dimensiones, profundizar en nuestra verdadera naturaleza…, nos servirá para finalmente abrazar los más elevados postulados de fraternidad humana y filiación divina. Sólo asà los encarnaremos con la fuerza del alma. La fraternidad no es una bandera revolucionaria, es un latido interior y por lo tanto florecerá de forma natural y espontánea, al amparo de una canción casi silenciosa. Mantener ese Canto, esa melodÃa que nos devuelva a la sensación profunda de unidad con cuanto nos rodea, ahondar en definitiva en nuestra verdadera identidad espiritual, nos permitirá igualmente concluir que todos los humanos son nuestros hermanos, que nos hemos reunido aquà para cooperar, ayudarnos, crecer juntos. Nos llevará al convencimiento de nuestra divina herencia, de la cual apenas podemos conocer los más inmediatos obsequios. Del libro en preparación. "Sólo un hasta luego. Para los que lamentan la partida de un ser querido" |
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