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Entero Abrazo

No han tardado en llover las críticas sobre la receta de Blair de promover la abstinencia sexual entre los jóvenes de menos de 19 años. En estos tiempos de "rompe y rasga", de "aquí te cojo y aquí te pillo", nadie le puede negar un indudable valor al artífice del "Estado niñera", como le acusan sus más agrios detractores. La campaña a favor del retraso del primer encuentro sexual de los adolescentes ha desatado la más viva de las polémicas dentro y fuera de su geografía insular. La virginidad adolescente no es precisamente un valor en alza en la era del coito prematuro, rápido y libre de responsabilidades

Los contrarios a la campaña argumentan que los 550 millones de ptas. de su coste, bien podrían haberse empleado en otro tipo de planes orientados a la educación sexual de los adolescentes. Más allá de la polémica sobre sexo adolescente sí ó no, la noticia de la campaña ampliamente difundida por todos los medios, bien puede servir para animar un debate más general sobre el tema. Quizá no se trate tanto de elucubrar a propósito de la "edad" precisa para entablar relaciones sexuales, como de abordar la necesidad de elevar la "calidad" de las mismas, en medio de un mundo en el que la sexualidad rueda sin freno sobre el carrito del mercadeo y de un hedonismo desnortado.

En realidad es difícil circunscribir la sexualidad a un espacio de tiempo. No hay edad para su sano ejercicio. La señal de salida viene marcada por un cúmulo de circunstancias. En la "primera vez" influye el carácter de los jóvenes, el ambiente circundante, la cultura, las prisas en definitiva que cada quien albergue de alargar o despedir una etapa más inocente. La señal de meta quizá sólo la apunten los dedos que se atascan, los labios entorpecidos, y aún así quedará la mirada, el olfato para apurar un juego al que es difícil ponerle principio y fin. No hay confines para la más íntima y explosiva celebración de la vida que es la sexualidad. Imberbes y canosos pueden ser seducidos por su magia inherente. No hay límite para la sexualidad exploratoria, para el juego de besos y caricias. Sin embargo, el acto sexual concebido como un ejercicio de suprema mutua entrega, de gozo responsable, marca ya otra frontera y reclama una madurez y unos compromisos que aún no puede encarnar el adolescente.

No es fácil imaginar un pan sin levadura, una morada sin luz, un bosque sin trinos, igualmente se nos debería de escapar la imagen de una caricia sin cariño o de unos cuerpos fundidos sin el adherente de un profundo afecto. El sexo en nuestros días se ha visto reducido, en buena medida, a un artículo más de consumo desprovisto de toda su sacralidad, un producto "light" carente de imprescindible ternura. Los jóvenes se limitan a reproducir las pautas imperantes.

Las campañas de educación sexual, por lo general, tampoco alcanzan a apuntar esta cuestión clave, no hacen referencia al atributo primordial de la sexualidad: el amor. No mentan los manuales al uso que es preciso asociar este juego al mutuo afecto, que el sexo de usar y tirar es siempre una carrera insatisfecha. El amor podrá sobrevivir sin sexualidad, pero ésta se degrada sin el primero. Las campañas informativas son "políticamente correctas", pero humanamente incompletas. Nadie duda de que es preciso orientar a los más jóvenes sobre la vida sexual, anticonceptivos, preservativos, sobre sus "ventajas" e "inconvenientes", pero resta algo más. El "gozoso misterio" de la sexualiadad invita a ser revelado en todo su esplendor y magnitud, alejado de enfoques puramente mecaniscistas y autocomplacientes. Los educadores habrán de vencer el pudor de mentar el ingrediente imprescindible del candor, la calidez necesaria para el desenvolvimiento del encuentro y proporcionar a los jóvenes una idea asociada de sexo y amor.

Quizá no vaya tan desencaminada la campaña de Blair, quizá conviene aguantar un poquito hasta encontrar un latido, un ritmo, una mirada afín. Quizá merece la pena esperar al hombre o la mujer que no sólo colme el cuerpo, sino también silencios, distancias, noches y días.

Carece de sentido cualquier batalla a favor de la virginidad. Es un tema demasiado íntimo para verlo estampado en "spots" publicitarios, sin embargo no está de más una reflexión social en torno a la empobrecida y degradada visión de la sexualidad que en, buena medida, la sociedad ofrece a los jóvenes. Prima un debate a fondo sobre la cuestión liberado de castrantes puritanismos y aventurados libertinajes.

El tema trae carga de profundidad. No en vano nos vamos aproximando a la madre de todos los enigmas: nuestro verdadero origen y naturaleza. Hay una repetitiva disyuntiva a la que este tema también nos conduce, un dilema existencial que los seres humanos nos vemos en la necesidad de encarar en algún momento de nuestra vida. Bien somos meramente cuerpo y nuestro paso por el mundo es casual, aleatorio y efímero, bien somos espíritu inmortal que para caminar por la tierra echó mano de un cuerpo. Bien nos acostamos y "si te he visto no me acuerdo", bien somos dos almas que se encuentran en la carne, conscientes de la trascendencia de un acto de suma entrega. Bien nos proporcionamos placer físico fugaz y autocomplaciente, bien entendemos que ese placer no es sino la guinda de dos seres que se reconocen y funden.

Quizá seamos algo más que esa carcasa de carne y huesos mejor o peor conservada y nuestro espíritu nos anime siempre a algo más que el simple restregado de los cuerpos, quizá la sexualidad sea algo infinitamente más grande y hermoso que la mera satisfacción de nuestros apetitos físicos, de nuestros siempre insaciables deseos.

Además del efecto multiplicador de placeres, preservativos y anticonceptivos han detenido el ascenso del sida y las enfermedades venéreas, frenado la sobrepoblación..., pero a su vez han mermado la conciencia de un sexo más responsable. Ya no se trata como antaño de disuadir al joven del encuentro sexual, sino animarle a que el abrazo sea pleno, entero, en cuerpo y en alma. Sólo ellos son dueños de sus cuerpos, mas acerquémoles al trampolín de su más elevado y sublime uso.

 
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