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"FRATELLI DEL MONDO"

Un día los mares recobrarán toda su belleza y esplendor, olvidarán que también fueron tumbas, naufragio de hermanos y anhelos. Concluiremos que de todas las aguas es preciso rescatar a quienes en ellas peligran, llevarlos a buen puerto, proporcionarles manta de lana y sopa caliente. Un día nos daremos cuenta de que la Unión Europea sigue siendo buena nueva, buena nave en medio de un mundo tan dividido, por más que toda unión es susceptible de mejora. En Bruselas pueden morar "burócratas y mercantilistas”, pero también buenos y buenas navegantes, imprescindibles europeístas de sana y noble voluntad.

El temor y el propio ombligo no inauguran porvenir. Un día sabremos que la historia no se escribe con miedo, sino con fe, esfuerzo colectivo y generosidad, sobre todo en las horas más difíciles. Hungría, Polonia y ahora Italia no estaban precisamente a la vanguardia del futuro, sino más bien a la zaga, pues habían decidido cargar con nuestros atávicos lastres colectivos, consentido llevar nuestros recelos, individualismos y falsos orgullos a la cúspide del poder.

El euroescepticismo, la xenofobia y el nacionalpopulismo pueden enardecer importantes masas en una breve noche de euforia electoral, pero la felicidad nunca dejará de ser una causa de dimensión y alcance planetario. Creemos en una alegría de largo recorrido que se pueda compartir más allá del círculo en el que ondea nuestra propia bandera. Un día sabremos que puede haber compasión, mas no signos ostentosos de amistad para quien invade, mata y tortura; para quien bombardea de forma inmisericorde hospitales, escuelas y ciudades colmadas de hermanos ucranianos.

El ideal de la "fraternità" era algo más universal e inclusivo. Una aspiración tan alta no claudica ante las fronteras, no se limita a los súbditos de una nación. La "forza" y la "grandezza" de Italia residían precisamente en su capacidad para darse, no para blindarse, para arrojar salvavidas al Mediterráneo por encima de atávicos prejuicios, por arriba de desconfiados proteccionismos. 

Por mucho que el mitin oportunista anuncie y proclame el apocalipsis, cualquier narrativa seria tropezará con el Nuevo Testamento. “Soy Giorgia. Soy una mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana", pero al acorazarnos damos la espalda al Nazareno. Honramos, como no podía ser de otra forma, a "la madre italiana y cristiana", por más que será preciso recordar que la civilización de Jesús el Cristo era aquélla precisamente más proclive a la acogida fraterna, a la sopa caliente y a la manta de lana para el necesitado. La familia no urge quien la defienda, sino más bien quien la viva con discreción, quien la colme hoy de renovado sentido, de paz, armonía y gozo. Recortar fondos de recuperación destinados a la lucha contra el cambio climático tampoco semeja una solución precisamente evangélica. 

No vuelve el “Duce”, la historia nunca repite renglones, pero ninguna nostalgia debería acaparar cuotas de poder. Más allá de quien quiso gobernar el país como su negocio (Silvio Berlusconi) o quien se empeñó en descalificar a todos y todo sin ofrecer después nada nuevo (Beppe Grillo) o de quien se quiso atrincherar en el Norte rico y cortar todas las amarras (Matteo Salvini), la entera Italia deberá encontrarse en su centro, en su siempre fresca identidad, en su corazón alegre y descubierto.

Un día abriremos de nuevo brazos y límites de todo signo. Después de reparar tanto en nuestros intereses y en los exclusivos de nuestra nación, recordaremos que las fronteras tenían fecha de derrumbe a una altura bien visible de su viejo granito; que no podíamos ser "fratelli d'Italia" sin serlo del mundo entero.

Artaza 27 de Septiembre de 2022

 
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