Hemos que estar dispuestos a revisar nuestras creencias más arraigadas,  nuestros más firmes  postulados. Siempre podremos  desandar  aquellas, tantas avenidas que  hollamos en modo de soliviantada protesta. Debemos estar  dispuestos y dispuestas  por ejemplo a observar a la OTAN de hoy sin su rostro cadavérico, incluso con una faz más cercana, amable y dialogante, como polo de libertades y derechos  humanos. Antes  de salir a pasear de nuevo las avenidas en contra de la alianza militar atlántica deberemos haber  nacido en Kazajistán o en Bielorusia, haber sentido la claustrofobia y la asfixia; haber padecido el arbitrio, el abuso, haber sufrido la brutal represión por abanderar derechos y libertades. Deberemos haber  mirado a un Occidente de consolidada democracia y habernos  muerto de la envidia. Deberemos haber vivido en Ucrania y sentir  el pavor de tener 120.000  soldados rusos al otro lado de la frontera. Es muy  fácil seguir siendo “hippiesâ€, cuando no hay todo un ejército invasor a las órdenes de un consagrado dictador homicida calentando motores a escasos kilómetros de tu casa. Quien haya seguido la estela del crimen, del atropello, del despotismo del primer dirigente ruso, sabrá que no hay otros brazos en los que caer. La Alianza Atlántica nunca se levantará de la mesa de negociaciones. Representa la Alemania gobernada por los Verdes, la Francia de las libertades, la España que sigue pulsando por renacer y rehacerse, los EEUU y las polÃticas de progreso que lideran sus demócratas hoy en el poder… A la vuelta de nuestros sueños “hippies†de toda la vida, tendremos que buscar un espacio donde guarecernos, mientras la ignominia tenga en la Tierra tan inmenso  poder. Aún resuena con estupor en nuestros oÃdos la orden de "disparar a matar" en la república centroasiática. La emitió el poder bárbaro y autocrático a los soldados y policÃas contra los abanderados de la libertad. La determinación, la valentÃa y el arrojo vienen de pagar allà el alto precio de 225  vidas humanas. Nosotros también fuimos “hippies†hasta que se nos ocurrió enrolarnos en una y otra expedición humanitaria en la Croacia y Bosnia Herzegovina en guerra. Cuando en medio de aquel panorama de desolación  y muerte veÃamos los tanques  blancos de la UNPROFOR respirábamos en paz y tranquilidad, nos sentÃamos a salvo. No renegamos de ningún ideal, simplemente aprendimos a ganar en paciencia, a administrar los plazos, a postergar las más altas y puras  metas. Toda maquinaria de muerte tendrá que desaparecer de la faz de la Tierra. El vil metal de las armas no se  termina de ubicar en nuestra suspirada Arcadia. A ella seguimos rendidos y entregados. Un ejército de cualquier régimen, color o bandera no tendrá absolutamente ningún lugar en nuestra utopÃa de pasado mañana, pero aún hay trecho y los lobos ladran sobre todo en las inmensas estepas heladas de nuestros hermanos de Bielorrusia, Ucrania, Kazajistán... Pedimos para que triunfe la palabra y la negociación. Pedimos por Ucrania, para que el blanco no se tiña de dolor y sangre, para que los cañones no se cobren el lujo del estruendo. Pedimos para que en la mente de Putin penetre un poco de cabalidad y sensatez, en detrimento de su feroz ambición personalista. Pedimos para que el ejército ruso no traspase la frontera ucraniana, no entable un nuevo conflicto de consecuencias impredicibles. Nos clavamos de rodillas, pero no maldeciremos la sola y sólida alianza militar que obliga a refrenarse al aún poderoso abuso. No podemos prescindir de nuestro idealismo, de nuestras más elevadas y puras metas, pero ese idealismo ha de tomar tierra, ha de enraizar en este mundo, so pena de quedarnos en juegos de hermosas palabras, esbozar una entelequia, algo que no encarna, que sólo existe en nuestra imaginación. Ucrania opta mayoritariamente por la democracia, por vincularse a Europa y sus libertades y sus derechos. Nadie deberÃa anteponerse a esta sagrada voluntad. |
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