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“¿A QUIÉN HAGO DAÑO…?â€

Reflexión sobre la pornografía  
Con la llegada de Internet a todos nuestros hogares la pornografía ha devenido un hábito de gran arraigo y sin embargo de muy escaso debate social. Reflexionamos sobre el fenómeno, no tanto desde una perspectiva ética, sino evolutiva y de superación personal. No nos interesa tanto analizar si es buena o mala, más bien si nos ayuda o no a ser mejores seres y por lo tanto a construir un mundo mejor.

La pantalla digital lo terminó de encumbrar. Nunca el hedonismo vivió tanta gloria como en nuestro “virtualísimo†presente. “¿A quién hago daño…?†puede ser una excusa excepcional, pero a la postre de poca consistencia, de escaso plazo. Representa un argumento que no lograremos sostener, so pena que olvidemos que estábamos en la Tierra para ser cada vez más almas, más naturaleza superior y así lograr elevar nuestro rededor. ¿Éramos para el “desahogo†o para la autosuperación? Si nuestra existencia carecía de norte, si estábamos aquí de casual paseo, podremos poner, sin ningún problema, ni escozor de conciencia, “pornohub†en nuestros favoritos. Otra cuestión será si nos alcanza siquiera el lejano recuerdo de que éramos en este mundo para soltar lastre y apego, para una afronta evolutiva, para un excelso cometido.

Ella merece que tú no vengas de otros linos, de otros algodones, de otras cabalgaduras siquiera imaginarias. Sólo cada quien juzgará la medida de su caída al entrar en las páginas del fracaso, pero no conviene dudar de esa derrota y por ende de la necesidad de levantarse. La mente también agita ágil las bridas, torna responsable de una suerte de leve adulterio. Ellas merecen que nos lleguemos a su vera lo más inocentes, sin otra piel, sin otro rostro siquiera en nuestra mente, sin otro recuerdo que el de su mirada. Ellas, nuestras compañeras, se merecen que las cuidemos. Les debemos todo nuestro sentir, atención y ternura. El interrogante sobre la pornografía no era cuestión por lo tanto de moralina, sino de la necesidad de abrazar siempre crecientes compromisos para con nosotros mismos y quienes nos rodean.

La pornografía es seguramente la fuente más extendida de sexualidad degradada y de infidelidad. Podemos ser infieles con el “mouse†y en ese momento olvidar otras promesas de alcoba y almohada. Se cuestiona mucho el machismo, pero nada la pornografía. Es un tema tan íntimo como tabú, sin embargo, podemos observar también machismo en ese salto incontenible de lecho en lecho virtual, en esa imaginación desenfrenada, a ras de barro, imbuida a la postre de egoísmo.

El machismo puede ser el vocablo soez, pero también la mirada una y otra vez extraviada; puede significar olvido del delantal, desprecio de la escoba y la fregona, falta de compromiso necesario en las tareas del hogar…, pero machismo también es, en alguna medida, el olvido de que éramos en cuerpo y alma para ella. No conviene, después de cenar, salir a pasear, ni por los andurriales de mala fama, ni por las pantallas del desliz, a veces del oprobio. Hay deambuleos que el hombre consciente y responsable se los sabe vetados. A la postre el combate contra el machismo tenía por lo tanto poco que ver, por lo menos en nuestro mundo occidental, con la pancarta y más con un desarrollo de la conciencia, con un esmero siempre pendiente en lo más íntimo. Podemos seguir sosteniendo pancarta, exhibiendo aparente militancia, pero a la postre deberemos confrontarnos con nosotros mismos y la terrible fuerza de nuestra naturaleza inferior. En Irán, en Arabia Saudí o Afganistán por supuesto la batalla se duplica, fuera y dentro, en los asfaltos de las ciudades, en aquellos otros de las entrañas.

Las estadísticas son aplastantes. La pornografía gana por goleada, es con diferencia la opción de la Red más visitada. Aún y todo no debería ser perseguida. No es concebible su prohibición en medio de un mundo libre. A la postre quizás no era tan casual ese campo de aquilatación colectiva. ¿Quién sabe si la historia humana nos empujaba a esa acelerada prueba de graduación en interior fortaleza? No somos conservadores, más al contrario queremos progresar en la dirección que consideramos constituye nuestro auténtico y elevado destino. No pertenecemos a Iglesia alguna, menos aún a aquella integrista que se escandaliza con la pornografía, pero después colecciona y regala votos para opciones más “verdes†y “pornográficasâ€. No nos gana la beatería, sino el recuerdo del sentido último de nuestra existencia. No abundamos en puritanismos baratos, sino en compromisos cada día más caros e imprescindibles.

Resta por último mencionar el serio perjuicio que se origina a lo largo del mundo a la legión de mujeres implicadas en esa triste y degradante “industriaâ€. Nos falta reflexión sobre las enormes ventajas, pero al tiempo de los nada desdeñables peligros que nos presenta este presente complejo y sus acelerados progresos tecnológicos. Nunca el humano ha gozado de más posibilidades de crecimiento y realización consigo, pero igualmente nunca el varón ha tenido su fracaso más cercano, más al alcance de sencillo, tentador e instantáneo “clickâ€.

 
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