Jubilarnos, sÃ, cuando los pasos tropiecen y los ojos se apaguen. En el más tardÃo otoño, cuando el cuerpo marchito se preste a entregarse y nutrir a la Madre Tierra. Cuando el Sol se acueste y amanezca sólo dentro aún más radiante. Jubilarnos, sÃ, con la bufanda al cuello, las botas puestas y las manos encallecidas. No hay prisa de descanso. Aquà no se acaban las playas. Ya habrá tiempo allà Arriba para tumbona, parchises y cartas. Podemos remar exhaustos hasta la otra orilla, apurar nuestra entrega a la vida y al mundo. A los sesenta y siete aún podemos dar “guerra†y servicio. Es posible cocinar a fuego lento, limpiar con menos brÃo, barrer menos fino… Lo que importa es mantener vivo el entusiasmo con la nueva luz de cada dÃa, afrontar con ilusión la apasionante aventura de cada mañana… Poco importa la edad oficial de jubilación. El debate se podrÃa más bien centrar en qué le ocurre a una ciudadanÃa que en buena parte suspira por dejar de trabajar. ¿Puede ser sostenible a largo plazo tanto abismo entre creación y trabajo? Algo falla en una sociedad en la que muchos/as de sus trabajadores/as y profesionales suspiran para que se colmen las ocho horas de cada dÃa, los sesenta y cinco años actuales hasta la jubilación. No podemos mirar tanto a un reloj y al otro. ¿Es que tanto dista el disfrute de la diaria tarea? ¿Es que tan carente de motivación está el ejercicio de nuestra contribución al bien común? Demasiada distancia entre ocio y trabajo, entre gozo y tajo, entre arte y vida laboral. Será preciso cuestionar un modelo social en el que el trabajo es tan denostado. Hasta que afinemos las máquinas del mañana, hagamos de las tareas más ingratas las tareas de todos, pero nadie deberÃa pasar las horas pendiente de unas manecillas, de una sirena. Queremos debates más en profundo. Queremos que se empiece a cuestionar en serio una civilización insostenible, pero que, salvo matices, apuntalan tanto los de un lado como los del otro. Reflexionemos también sobre las reivindicaciones poco sostenibles que estos dÃas se airean y que no reparan lo suficiente en el bienestar de quienes envejecerán pasado mañana. Las generaciones que nos precedieron cuidaron de nosotros y, sin embargo, nosotros nos resistimos a mirar por las que vendrán después. La solidaridad es un concepto a extender no sólo en la geografÃa, sino también en el tiempo. Quienes aún no han nacido no tienen sindicato al que afiliarse. Cierto que hay salarios sin pudor, pero ¿por qué no apretarnos todos un poco el cinturón, si asà salvamos también la dignidad de las pensiones del futuro? Cierto, no se le puede pedir más a quien sube de la mina o baja del andamio. Su descanso ha de llegar más temprano. Será también preciso velar por los derechos laborales, por las conquistas sociales, pero, lograda la dignidad incuestionable en el trabajo ¿habrá que apostar algún dÃa por algo más que el bolsillo o los brazos cruzados a los sesenta y cinco? En algún momento el grito debe dar paso a la visión, a la propuesta, al esbozo. ¿Para cuándo las luces largas, el vislumbre de otro mundo? En buena medida cada quien decide su atardecer, cierra sus telones. Mientras suenan los tambores de la batalla para defender los sesenta y cinco, otros borrarÃamos de nuestra tapa la fecha de caducidad. No, no nos retire a los sesenta y siete, señor Zapatero, no meta en nuestro bolsillo el carnet de jubilado en la flor de la vida, cuando más podremos ayudar por nuestra experiencia, cuando más podremos servir a la comunidad con todo lo aprendido. |
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