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Medievo prolongado

Nada está perdido. Para el estallido de cuanto emerge, para promover la urgente emancipación de las bases católicas, quizás era preciso un apretón germano de tuerca. Apelamos, por lo tanto, a la revuelta en favor de la libertad íntima, la más sagrada de todas las libertades. Suspiramos por la abolición de las últimas dictaduras, aquellas que pretenden dominar por dentro.

Triunfa en Roma la más severa disciplina. Azote y flagelo se arrogan cartas de infalibilidad. La palabra única y demonizadora cobra máximo volumen tras la “fumata blanca”. ¿Cómo ha llegado el mayor Inquisidor de nuestros tiempos al sillón vaticano? ¿Quién le ha puesto el báculo papal entre sus manos? El desmedido enaltecimiento del anterior pontificado despejó el camino a un más extremo conservadurismo. No se puede concebir el ascenso de Ratzinger sin ese panegírico mediático de alcance planetario, sin aquellas mareas humanas glorificando al anterior obispo de Roma.

Llamamos a la búsqueda sin tutelas, ni fronteras; al trabajo en favor de la síntesis y el sincero diálogo. Reivindicamos credos e Iglesias hermanadas, la victoria de los “relativismos” y de los “vagos misticismos religiosos” (última homilía del purpurado ascendido). Clamamos por el olvido de nostálgicos exclusivismos, por la jubilación de los “cardenales de hierro”, por el definitivo silencio de la Inquisición y sus continuadores.

Apelamos al triunfo de las verdades compartidas y no de la doctrina impuesta; de los credos que se enriquecen y no del dogma que somete; de las visiones que se unen, de los Evangelios y textos sagrados que se fecundan, de las Revelaciones que se entrelazan, de los Cielos que se complementan y enaltecen.

Creemos en el florecimiento de la unidad en la diversidad, que ya no en la uniformidad. Apelamos al triunfo de los corazones vinculados por eternos valores y no de las mentes subyugadas por una ortodoxia caduca. Confiamos en el avance de la humanidad inspirada por la única y superior religión del Amor.

Creemos en la comunión de los hombres y mujeres de buena voluntad con independencia de la oración que ponen en sus labios; en el triunfo de la “Eclesia” primigenia de incondicional entrega y no de catecismo, cilio y espinas. Creemos en el evangelio de Jesús el Cristo y no en postreras cibercruzadas lanzadas en su nombre, en su ministerio de verbo divino y testimonio excelso, no en manías de racias, purgas y persecuciones.

En el tiempo del reencuentro en el Fondo, del emerger de la pluralidad y el mestizaje de las formas, del guiño tan suspirado entre religiones…, el Bismarck de la verdad acorazada y la fe condenadora toma las riendas del Vaticano. En el tiempo de horizontes compartidos, los cardenales levantan la mano prusiana, aupan al perseguidor de los teólogos de la liberación, al fustigue de la Iglesia de base y de progreso, al fulminador de todo lo diverso.

En la era de la comunión espiritual, del ascenso del genuino ecumenismo, del compartir altares y templos, en el tiempo de la tan anhelada cita de los caminos espirituales, quiere vencer la Edad Media del totalitarismo y oscurantismo, tan sólo privada de potros y hogueras.

No puede triunfar “el martillo de herejes”, la máquina de excomunión y anatema. Sólo es espejismo. No puede perdurar el medievo. El papa de pelo blanco y mirada inquietante, el pontífice de látigo y castigo no puede detener el futuro.

No tirite la esperanza de un Iglesia plural, universal, abierta, sin blindaje y monopolios. Se acelera la descomposición de lo caduco. Por más que los purpurados quieran estirar la sombra, es sólo noche cerrada previa al más radiante y multicolor alba.

 
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