Hay lejanos “ongi etorris†que auguran al dÃa de hoy más pesadumbre. Las estrellas de fútbol han de hacer muchas más piruetas con el balón hasta ganar altura sobre los suyos. El océano verde de Hamas rodea a los adolescentes y mujeres que salen de las prisiones israelÃes, verde empapado de rojo hasta arriba, verde de joven y larga venganza, verde que rasga y mata a sangre frÃa, no importa que sea bajo los bordados de algodón en una cuna. Las enseñas de la Autoridad Nacional Palestina apenas despuntan en medio de ese mar tan desatado y bravÃo. La eventual moderación ha sido engullida por las olas dentadas del terror. ¿Cómo sorber esa amenaza, cómo hacer de esa radical marea verde se diluya poco a poco? ¿Cómo inundar de anhelo de paz? ¿Cómo apaciguar los ánimos e izar el blanco de la felicidad y armonÃa compartidas? ¿Cuántas generaciones han de pasar hasta que ceda el verde de la ira? ¿Cómo lograr que la sed de represalia se agote en lo profundo de todos los corazones? DifÃcilmente tras las montañas inmensas de escombros, tras los bombardeos inmisericordes, complicadamente tras tantos cientos de vidas segadas cuando recién amanecÃan en otras cunas sin bordados de algodón, con leche materna agriada por el pánico. Netanyahu y su gobierno extremista ha ensanchado el océano verde de Hamas hasta unas costas hasta ahora desconocidas, ha agudizado una exasperación que obligará a las próximas generaciones israelÃes a una duermevela, a cerrar apenas un ojo, a acostarse con un fusil a la vera. ¿Por cuánto tiempo quiere vaciar las universidades de juventud, las calles de alegrÃa, la patria de porvenir? Los bebés de Egipto retornen a sus madres, a sus pechos sanos, a sus nanas ininterrumpidas, a la cuna de madera, encajes y algodón. Que en realidad todos vuelvan a casa, puedan abrazar a los suyos. Que liberen todos los rehenes verdes, blancos, azules…, de todos los colores, de todos los bandos. Nadie a la fuerza lejos de su hogar. Que se perdonen los muertos, los que nunca se debieron haber causado, sobre todo los que prometieron causarse. Que se detenga el horror, no por cuatro o cinco dÃas, sino por siempre; que acuerden, que se comprometan más allá de su fatal alianza con la violencia y la destrucción del adversario; que renazca la paz en Tierra Santa. BenjamÃn Netanyahu afirmaba el dÃa pasado que están determinados "a mostrar al mundo la fuerza de Israel". Es importante observar eso de "la fuerza de un pueblo", de una persona, reflexionar dónde verdaderamente estriba. Alguien deberá explicar a tiempo al primer ministro israelà que su pueblo no es más fuerte porque más bombardee, porque más plásticos se desplieguen para envolver a sus vÃctimas inocentes. Ya superan las 14.800. Eso de “la fuerza†debieran mirárselo quienes confÃan exclusiva y ciegamente en su expresión bruta, sobre todo cuando su despliegue y exhibición comporta la muerte de tantos miles de civiles “contrariosâ€. Eso de “la fuerza†no sólo iba de modernos blindados y potentes misiles, de bombardeos indiscriminados y de ciudades convertidas en ruinas. Cómo es arriba es abajo. Las gentes y los pueblos tendrán siempre pendiente la implementación de una fuerza más poderosa, auténtica y eficaz, la fuerza de los valores y de la razón. Alguien debiera decirle a Netanyahu que el poder de las armas es el último a desplegar, que antes es preciso exhibir el poder, ése sà descomunal, del diálogo y del acuerdo, incluso algún dÃa del perdón y la compasión. Artaza 27 de Noviembre |
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