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El más grande desafío

Es muy fácil proclamarlo, teclearlo en el calor del hogar, frente a las primeras llamas de este otoño que por fin comienza a mostrar algo de su fiereza. Es infinitamente más difícil aplicarlo, pero de cualquier forma nos lo habremos de repetir una y otra vez hasta comenzar a interiorizarlo. No hay otro camino: sólo la bondad y la generosidad pueden aligerar un dolor causado por otros. La ira, la revancha nos atan más a ese dolor. Sólo el perdón emancipa. Ningún progreso humano se puede concebir anhelando o procurando el perjuicio ajeno.

Nos lo habremos de repetir cuando el arrebato trate de tomar nuestro mando: El mal jamás libera. El mal deseado a otros nunca puede suponer ningún tipo de alivio. En cualquiera de los casos, sólo puede entrañar más sufrimiento propio. El itinerario del odio al amor y la comprensión es el recorrido paulatino pero ineludible, el desafío vital que más pronto o más tarde todo humano deberá, en un crucial momento, saber afrontar.

La sociedad debe acompañar a las víctimas, pero no ser presa de ellas y del resentimiento que a muchas les habita y domina. Las víctimas no pueden marcar la agenda política, ni influir en las decisiones de los mandatarios. Las víctimas no pueden ser un poder fáctico entre bambalinas. El Gobierno de Madrid está tristemente preso de ese mismo espíritu de rencor que impregna a muchas de las asociaciones de víctimas del terrorismo. Sortu ha actuado con prudencia al declarar que no hará recibimientos a los miembros de ETA liberados merced a la derogación de la doctrina Parot. Ahora Sortu y la izquierda abertzale amén de prudencia, habrán de mostrar coraje y valentía. Habrán de pedir la inmediata entrega de las armas y el fin definitivo de ETA.

A las puertas de la cárcel de Teixeiro sobraba la ikurriña agitada al viento. No puede haber ningún género de triunfalismo, ningún signo de victoria tras tanta sangre y muerte originadas. La historia de ETA es una historia de enormes fracasos, de terrible decepción cada vez que se apretó un gatillo o se colocó una bomba. Ningún triunfalismo por lo tanto, ningún gesto de victoria tras semejante acumulación de dolor ajeno. Tanta muerte, durante tanto tiempo acumulada, sólo debiera comportar un sentimiento de responsabilidad y culpabilidad en quienes directamente la provocaron. Ninguna victoria se puede enarbolar en medio de semejante reguero de sangre.

Estrasburgo ha liberado a Inés del Río de la cárcel de fuera, en breve saldrán también otros presos con muchas muertes a sus espaldas. ¿Quién si no ellos/as mismos/as se podrán liberar de la más oscura prisión, la cárcel de adentro? ¿Quién sino ellos en su más íntimo fuero, cuando se desplomen las débiles consignas, los magros ideales, cuando callen los cantos y cedan los abrazos de bienvenida, cuando cesen los parcos honores en sus geografía de origen, habrán de desnudarse, recapitular y reconsiderar? ¿Quién sino ellos un día en sus paseos por fin por anchos campos, frente a abiertos horizontes, terminar reconociendo la magnitud de ese fracaso? Sólo la solicitud de perdón les podrá aliviar de los más duros grilletes, del más severo juez: la conciencia de adentro.

Todos hemos perdido en esta batalla, en esta conflicto de décadas en el que, quien más quien menos, adquirimos nuestra cuota de responsabilidad. Hemos sin embargo también ganado en conciencia y arraigo de paz. Las más largas y oscuras noches auguran los más brillantes amaneceres. Sólo siguen perdiendo los que se perpetúan en una árida y ahora también anacrónica confrontación. Euskadi merece, Euskadi anhela la paz y la reconciliación con la enorme fuerza de su alma colectiva. No permitamos que nadie frustre este ardiente anhelo.

 
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