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Loa a la guadaña

La disyuntiva estaba entre el filo o el motor. Es el filo el que me coloca en mi lugar, alerta, atinando la puntería. Es la guadaña la que me mantiene ágil, la que me obliga a estar centrado, despierto. Ante la máquina no hay sana tensión, sólo ruido. El motor cortacésped me resta esfuerzo, pero no me exige nada, no me mide, además arroja humo y contaminación. En el mismo gran almacén tenía las dos opciones. En realidad siempre quise tener una guadaña y un campo ancho para segar su hierba. Cuando era aún un adolescente, pasé varios veranos en un caserío remoto en Errezil, la Gipuzkoa profunda. Fui a aprender euskera. "Nausi", el padre de la familia nunca me dejó la guadaña. Siempre anduve con rastrillo o con el cepillo de limpiar las vacas. Era un precaución comprensible, pero yo me moría de ganas de cortar la hierba con su guadaña.

Me alegro de haberme decantado por el filo. Seguramente fue que en ese momento me vino Ghandi a la cabeza. Seguramente me acordé cuando el santo apóstol de la no violencia nos invitaba a trabajar con nuestras manos, a tejer nuestros vestidos, a cultivar nuestro alimento. Creo que sería un desastre con el telar, enredaría todos los hilos, sin embargo me encanta avanzar por el pasillo verde de la hierba cortada. Llevé la guadaña a la caja de pago y no el cortacésped.

Nos dirán que con el motor cortamos rápido, "ganamos tiempo". Sin embargo ya no nos creemos ese reclamo. Urge revisar ese concepto de "ganar tiempo". En mi caso, seguramente donde tenía que estar era ahí, vaciando la mente, viviendo el instante, calculando a cada paso la fuerza necesaria, la altura precisa del filo, en un ejercicio de concentración suprema. Debía estar ahí, agradeciendo a la hierba su verde manto, su mullida alfombra, su refrescante presencia. No queremos ganar tiempo para después ir a ninguna parte, para volcarlo después en el sofá delante de la caja tonta. No queremos ganar tiempo para después despilfarrarlo en un ocio desnortado. Queremos estar ahí, "perdiendo el tiempo", viviendo el instante, apurando la vida en el acto sencillo y consciente.

Hoy me he hartado de segar hierba, por toda la que no pude cortar en mis años más mozos. Con el filo todavía hay diálogo, diálogo desventajoso, pero diálogo al fin y al cabo, diálogo con la hierba que cae a los pies y que abatida perfumará el campo. Con el motor cede el diálogo. El motor silencia la comunicación. Lo que urge al humano es retornar el diálogo con la Naturaleza, con los Reinos. Podemos prescindir de muchos motores. La Tierra agradecería también que apagáramos algunos de ellos. Podemos dejar los que no producen mucho ruido, ni generan contaminación, los que son movidos por pequeñas dinamos, por la energía del sol o el viento.

El humano está hoy hipercomunicado con sus semejantes por los más diversos medios y dispositivos, sin embargo le falta comunicación con la vida que le rodea, con las plantas, los animales, con el medio. La Naturaleza, su trasfondo oculto de seres constructores, devas y elementales, están deseando entablar ese contacto pendiente, restablecer ese vínculo perdido. La diferencia entre la herramienta manual y la motorizada no es gratuita. En realidad simbolizan dos órdenes, dos sistemas, me atrevería a decir que dos civilizaciones. En el caso del campo es la diferencia entre la agroindustria y la huerta cuidada con amor y ternura. Entre los polos puede haber también un término medio nada desdeñable.

No sé por qué la guadaña tiene tan mala fama. Nadie viene a buscarnos con su filo en ristre al final de nuestros días. Dicen la Enseñanzas que partimos de este mundo a la hora y día elegidos. Marcharíamos solos, sin necesidad de que nadie con negra túnica, ni cara cadáver venga en nuestra búsqueda. Nosotros podemos partir serenos, satisfechos de la tarea cumplida, de los campos cultivados y segados, de la vida sencilla día a día apurada, de la existencia austera en contacto con la Tierra, nuestra Madre, mil y un veces agradecida.

Arteixo 16 de Octubre de 2015
http://www.KoldoAldai.org

 
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