Los vástagos de una libertad excesiva reclamamos refugio, alero, incluso hábito… De mayor queremos ser como él, dormir a los pies de un maestro, ayudar a levantarse cuando la necesidad aprieta. Envidiamos su túnica roja y azafrán, no me atrevo a decir que también su perenne sonrisa. Quisiéramos postrarnos millones de veces al igual que él ante algún sobrecargado altar tibetano. Añoramos una faz cercana colmada de arrugas, un mirada amiga desbordada de compasión. Echamos en falta una tradición seria, unas reglas, el calor de una “shangaâ€, incluso una autoridad que derroche humor y no se lo crea en exceso. |