Relata el diario El Mundo: “Miles de cristianos y chiÃes han sido expulsados; las niñas mayores de 12 años han sido vetadas de las escuelas; la pólvora ha borrado estatuas y santuarios; y los cigarrillos, el alcohol y el narguile (pipa de agua) han sido erradicados. Se han convertido en corrientes las lapidaciones de hombres y mujeres por adulterio o las decapitaciones de personas acusadas de brujerÃaâ€. Ojalá el IS (Islamic State) atendiera otra clase de lenguaje. Ante tamaños atropellos, podemos preguntarnos ¿qué detendrá el mal, quién y cómo lo neutralizará? Podemos agarrarnos a nuestro discurso pacifista o creer al presidente Obama cuando dice que esas personas no entienden otro idioma que el de la fuerza. A lo largo de toda la historia las coaliciones internacionales que se han ido formando lo han sido por un interés de poderÃo y conquista. En el presente empieza a no ser asÃ. Se están creando coaliciones en pro de la defensa de la vida y los derechos humanos y ello es de celebrar, pues representa todo un evidente avance. ¿Cómo frenar el salvaje abuso, cuando las palabras y la diplomacia no sirven para nada, cuando la brutalidad raya ya su lÃmite? Bien es verdad, que será preciso considerar las lecciones obtenidas de las intervenciones occidentales en paÃses donde anteriormente se habÃan cometido flagrantes violaciones de los derechos humanos. La complejidad del tema no nos haga mirar para otro lado. Los ocho millones de personas que viven hoy bajo el yugo de ese Estado islámico recién formado, nos interrogan. Desde el desierto nos cuestionan también las vÃctimas occidentales maniatadas que hacen cola para ser pasadas a cuchillo. Sin embargo la respuesta nunca habrá de ser biliar y apresurada, sino ponderada, reflexionada y calculada. Las guerras de Afganistán, Iraq, Libia..., con sus evidentes errores por parte de las fuerzas interventoras no pueden ser en balde. Ante esas situaciones tan lejanas, como difÃciles será preciso antes que nada preguntarnos si la tiranÃa tiene recambio local, alternativa real, civil, integradora. Será necesario estudiar cuidadosamente si la contribución desde fuera será determinante para la caÃda de esa tiranÃa. Nadie ajeno puede hacer por entero el trabajo de democratización que le corresponde al propio pueblo y sus instituciones. Si es caso sà contribuir al progreso del polo defensor de la libertad y los derechos humanos. Una intervención foránea, aunque sea sólo desde el aire, habrá de contar por lo tanto con una importante alianza en el lugar. Lo ideal serÃa poder sumarse a unas fuerzas imbuidas de principios democráticos, capaces de presentar alternativa al abuso y el caos, de actuar como polo integrador del resto de las fuerzas democráticas. De lo contrario sólo acontecerá recambio entre unas y otras fuerzas más o menos antidemocráticas que pretenden medrar en medio del casos. La intervención foránea se habrá de desatar, además de con ciertas garantÃas de éxito, con el menor impacto colateral. Habrá de desarrollarse de forma impecable y su móvil habrá de ser puro, siempre en favor de la vida y los derechos humanos. Ninguna otra finalidad económica o geoestratégica puede mancillar ese honesto móvil original. Nadie negará los errores cometidos por las potencias occidentales en el pasado reciente en esa geografÃa, pero tampoco podemos ignorar que los gobiernos de Europa y América se han levantado como por un resorte, no al observar sus intereses geoestratégicos mermados, sino al contemplar la barbarie televisada de los yihadistas cuchillo en mano. La cuestión no es nada fácil, menos aún baladà y es preciso que la afronten, no sólo los gobiernos, sino también nosotros y nosotras, la gente de a pie, la ciudadanÃa occidental. El fascismo y la barbarie lamentablemente no quedaron atrás. Ayer era preciso plantarles cara en nuestro propio terreno, ¿hoy será preciso hacerlo allende nuestras fronteras, en las geografÃas donde siguen medrando con otra faz y causando tanto hastÃo, dolor y muerte? |
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