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¿Asignatura de religión?

La educación pública en Argentina deberá ser laica. La decisión se remonta a 1884, pero acaba de ser ratificada por la Corte Suprema de Justicia. A lo largo y ancho de la geografía del país hermano, pero sobre todo en su provincia de Salta se suceden movilizaciones ante la pretensión de la justicia de la nación de prohibir enseñar religión en la escuelas nacionales. El mismo debate público con intermitencias permanece vivo también en España. El aula nunca debiera ser el escenario convulso en el que disputan las ideologías. El problema quizás fue pensar que Dios sólo entraba en las escuelas por la angosta y a veces tediosa puerta de la religión y no por la ancha y deslumbrante de las ciencias naturales, de la botánica, de la zoología. El problema es que no alcanzamos a ver a Dios tras la matemática que nos rendía, al final de la física inescrutable. No terminamos de observarLo agazapado tras una historia que, no sin cuota de dolor, siempre hacia adelante se movía. Igual Dios era la inmensa y fascinante geografía.

Dios nos adiestra en la dicha de imitarLe. Seguramente estaba detrás de las manualidades, en el gozo de la siquiera diminuta y limitada creación. Quizás Dios se aburría tremendamente encerrado en el caprichoso dogma, en la anquilosada doctrina. Memorizamos lo que se nos puede olvidar, pero no es posible olvidar a Dios si lo llevamos incorporado, si nos acompaña, no tanto en la rigurosa cabeza, como en el amable y esponjoso corazón.

Lo hemos sentado en trono solemne e inamovible, pero seguramente Él/Ella prefería esconderse en los movimientos graciles de la danza, tras los montes robustos y bosques coloridos de las excursiones, sobre todo extasiarse en la sublime música, en el divino arte, en la moldeable y sorpresiva imaginación. Creo que Dios se ocultaba detrás de todas las ciencias y sus misterios inalcanzables. En realidad ni siquiera quería que Le mentáramos, a lo sumo que respetáramos y amáramos en su Creación. No tanto por Él, sino por nosotros, para aprender a reverenciar un poco más a sus Reinos, también a nosotros mismos.

Si aprendemos a verLe en todo, a escuchar por doquier su pálpito, nos podríamos ahorrar una asignatura, o lo que es mejor nos evitaríamos una religión y sus conflictos y disputas añadidas. Sobre todo nos ahorraríamos el tener que memorizar sus fastidiosos catecismos. Necesitamos profesores de religión que nos muestren la Santísima Trinidad en las flores de los prados que rodean las escuelas. Dice la tradición oculta que hay un ángel o deva en cada árbol. ¿Si los alados gozan en las arboledas, por qué encerrarlos en los manuales y catecismos? Hay elfos, gnomos, hadas y otras criaturas fantásticas que llevan siglos esperando poder traspasar el umbral de la escuela o ¿es que la fantasía o la mitología no eran formas más divertidas y originales de intentar dar con Dios y su Olimpo? ¿Qué no entrará en un aula más sensible a la luz, más permeable al ensueño?

Quieren los padres movilizados que los pequeños recen al principio de las clases. Nunca sobrará el instante más consciente, más sagrado, ¿pero si Dios nos habla en silencio, por qué no responderle los niños también en la misma honda, silencio henchido, nutrido por supuesto agradecido, silencio con las manos reunidas o desde la cómoda silla o el aventurado “loto”…? Puesto que Dios vino a través de tantos Mensajeros, por qué tallarlo sólo con espinas y madero. ¿Y si el Maestro de Maestros no buscaba exclusivas? Hay un Sol redondo, universal, también infinitamente generoso, al que prestaríamos gustosos escalera para remplazar al crucificado Nazareno.

Absolutamente nada obligatorio tiene que ver con Dios. Uno de los nombres que más Le identifica es Libertad. No, no es necesario que metamos a Dios a empujones en la escuela pública, sería mejor no sacarlo del sagrado, cálido y confortable aula de nuestro interior.

 
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