A la noche volvà a mi celda y desde la ventana inmensa que da a la llamada Sierra Norte en el entorno del pantano de Atazar, mi mente también se abrió. Pensé en lo que el tiempo ha ido curando en mi interior, en lo que el tiempo sanará en el corazón de todos. Pensé en la época de feroz antagonismo polÃtico, en los años en los que la policÃa entraba sin llamar en mis sueños y alteraba calma y paz nocturna, pesadillas que me asaltaban dÃa sà y al otro también, tras el correspondiente paso iniciático por las catacumbas del gobierno civil de Donosti. En la noche helada de la sierra, con el fondo del canto de los hermanos que aún apuraban instantes de comunión en la capilla, la memoria se fue abriendo y este relato esbozando. El recuerdo salió al paso de otros amigos, al otro lado de la barricada de la Benemérita y el Gobierno del Estado, amigos que acallaron sus propias pesadillas no con “valiumâ€, sino con hierro, abrazando equivocadamente violencia. Pensé en Ramón de Azkoiti con el que tanto habÃamos reÃdo y cuyo cuerpo joven se llevó unas balas de los GAL en un bar de Hendaia, pensé también en otro amigo que aún está entre rejas. Él no apretó gatillo, él escribÃa comunicados. Amaba a rabiar el euskera. VivÃa por y para nuestra lengua. El euskera, imagino, serÃa para él un territorio amenazado y urgido de fronteras polÃticas y también un buen dÃa dejó Donosti y él también se tuvo que olvidar de la Kontxa que todos los dÃas corrÃa arriba y abajo… El entusiasta profesor de euskera dejó la pizarra y huyó. Desde un lugar desconocido redactaba los partes de guerra. Cuando fue detenido en Bidart, supimos que dirigÃa el ámbito polÃtico de ETA. Pero Alvarez Santa Cristina, “Txelisâ€, hace años que abandonó la organización, que invitó a vaciarla. Txelis nunca apretó gatillo, su arma fue el teclado, pero al dÃa de hoy sigue en la cárcel de Logroño. No sé cómo fue: si Dios le buscó o él Le alcanzó, pues privado de mar, hacia algo inmenso debÃa echar a correr. El caso es que habitan juntos una celda estrecha y a la vez infinita en el centro penitenciario de la capital riojana. La reflexión sobre el mundo le debió abocar a su Origen. A su licenciatura en FilosofÃa añadió la de TeologÃa. A la luz de sus escritos, no serÃa justo decir que los estudios fueron a distancia, pues hay una Presencia a la que le basta el pensamiento para manifestarse. Sigue escribiendo, por supuesto en euskera, pero sus partes ya no son de batalla, sino de fe y de esperanza. No ha parado de dar clases a los internos y de ayudar a quien ha podido muros adentro. Su compañera, modelo de fidelidad y entrega, nunca le ha abandonado. ¿Cuántas veces no ha atravesado, cuando él estaba en Puerto de Santa MarÃa, la penÃnsula entera para unos minutos de compañÃa y aliento? Nada es gratis. Uno sólo se desnuda asà mismo y en parte a sus amigos, si tiene algo positivo que relatar, algo justo que pedir. ¿Por qué cuento estas historias? Sólo se justifica este breve relato si en algo puede servir para ayudar a salvar abismos, para unir a los humanos, para acercar los aparentemente irreconciliables. Sólo nos debemos a los imposibles… Presento vidas diferentes que a la postre son una misma vida, un mismo latido, no sólo fÃsico, sino también en la fe. El alto ideal de filiación divina nos predispone a abrazar la fraternidad humana por encima de todos los avatares y convulsiones inherentes a nuestras relaciones; nos empuja a vencer todas las barreras y a afianzar ese sentimiento de unidad en la diversidad, por encima de pasados, roles e ideologÃas diferentes. Cuento estas historias para certificar a la fe como eficaz antÃdoto frente a los odios más enquistados; fe en el Dios trascendente y en el inmanente, Origen de todo amor que nos penetra con su inmensa fuerza redentora y nos impide quedarnos con nuestros rencores más ancestrales. Cuento estas historias porque creo que hoy, pese a una violencia de ETA no extinguida, estamos en general en condiciones mejores para comenzar a borrar los abismos polÃticos e ideológicos de nuestro convulso pasado. Cuento estas historias para certificar que no hay distancia que no venza la fuerza del amor, el anhelo sincero de la reconciliación. La paz no sólo son rúbricas o abandono de armas, es también una mirada más generosa sobre el ayer, una mirada fraterna sobre los otrora adversarios. Cuento estas historias porque Txelis, en su dÃa dirigente de ETA, merece hoy pasear la Kontxa y abrazar a su compañera sin mirar a ningún reloj de ninguna frÃa pared, porque mi amigo guardia civil tiene derecho a venir a Estella y a sumarse al cÃrculo interreligioso de oración y canto en torno al árbol de la paz que todos los años levantamos a la vera del Ega. Porque no tiene que ser la sombra de ningún humano, porque ningún humano debe ver su vida en peligro por su forma de pensar. Cuento estas historias porque quiero amigos en todas partes, sobre todo en los universos aparentemente lejanos; quiero amigos en todos los bandos, en todas las trincheras…, pero sobre todo porque no quiero partes, no quiero bandos, no quiero trincheras… Cuento estas historias porque ya no son tiempos de tener que proteger a nadie por sus ideas polÃticas; ya no son tampoco tiempos de que, a quienes rechazan rotundamente la violencia como arma polÃtica, se les prive de libertad. Cuento estas historias porque estamos cansados de los Txerokis y correligionarios, de los irreductibles que prefieren morir matando por su triste patria, a vivir comprendiendo, conviviendo y construyendo una patria generosa y abierta para todos; porque nos consta de buena fuente que los propios dirigentes de HB quieren pasar página, quieren salir de esta larga noche de violencia. No desean por nada del mundo más atentados. Los propios lÃderes abertzales temen los arrebatos de los Txerokis y demás incontrolables. Cuento estas historias porque anhelo el dÃa en que todos volvamos a pasear por la Kontxa, los que partieron y los que están entre rejas; los que hoy tienen que ir de anónimo y sus propios protegidos; los de un lado y los de otro, los que creen en España y los que creen en Euskal Herria, también los que creemos en las patrias de igual a igual unidas y hermanadas; porque si algo nos enseñó esa mar que un dÃa se dejó atrapar por Urgull e Igueldo, es que no hay más fronteras y separación que aquellas que levantó nuestra mente pequeña; si algo nos enseñó, asomados a su barandilla, el Cantábrico, al igual que todos los mares de la tierra, es que “no rehúsan ningún rÃoâ€. ¡Por los amigos de las esquinas opuestas, por su reencuentro que inaugurará definitivamente la era de paz y convivencia por la que todos suspiramos! La paz social la pueden y la deben auspiciar y planificar los polÃticos, pero la verdadera y duradera paz sólo queda garantizada cuando es sellada en lo más profundo del corazón de los seres humanos. |
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