Nuestro corazón arrugado puede hacerse con muchas teorÃas y catecismos, ya de nueva o antigua era, ya ante los santos habituales, ya ante los gurús de más reciente desembarco. La doctrina sola no colma corazones. Vivir en agradecimiento y no en la queja o en la reivindicación constante es lo que marca la mayor y definitiva diferencia entre vida profana y vida espiritual. Sobre todo reivindicarnos a nosotros mismos como constructores de nuestro mañana, como hacedores de nuestro propio futuro. A veces reivindicar ante otros cuando la causa es a todas luces justa, pero sobre todo reivindicarnos a nosotros mismos como hijos e hijas de Dios; sobre todo sentirnos imbuidos de desconocidas facultades, de desmesurado poder para sobreponernos a las dificultades, para triunfar en los diferentes campos de experimentación y probación; sobre todo reencontrarnos facultados para salir victoriosos de la verdadera batalla, del reto de vencer a quien en nuestro interior se resiste a tornar sólo una alma rendida, clavada siempre de rodillas, infinitamente agradecida. Apuntar estas cosas no sale gratis, reclaman el compromiso constante, exigen la prueba al término de la palabra. No es posible teclear en las nubes, para después pisar entre el barro, jugar a ras de tierra. Redactar máximas elevadas impone techos de permanente cristal, pero ya no hay vuelta atrás. Combatir la queja exigirá desterrar el lamento a presentes y a futuros. Ya no podemos garabatear sino lo que reclama esa alma tantas veces tirana, tantas ocasiones feliz, incomprensible, permanentemente severa. Artaza 3 de febrero de 2022 |
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