Pero no aún sigue ahÃ, algo asustada entre tanto deslumbre de neón, algo descolorida de olvido, algo apagada por la lejanÃa de su estrella. Aún llama a nuestra puerta, aún podemos insuflarle ternura, magia, inocencia. En este mundo que va marcando negro por todas partes, que va recortando belleza, en favor de aristas y geometrÃa, en esta sociedad de "codazos", cifras y marcas... aún podemos revivir la Navidad. Porque nuestra sociedad precisa de dÃas de villancicos, nuestras tardes reclaman un fondo de "Adeste fidelis" que ralentice el paso en el asfalto, nuestras calles necesitan la sorpresa de Papa Noeles en las esquinas, de guirnaldas de luces en mitad del invierno, cuentos de cerilleras con pies desnudos, repartidas por todas las latitudes, ablandando nuestros corazones acartonados. Nuestras plazas reivindican una tregua ganada en favor de la cordialidad, la sonrisa y los buenos deseos. Nuestros buzones saturados de anónimas cartas de propaganda, necesitan felicitaciones henchidas de grandes anhelos y propósitos. SÃ, en medio de tanta violencia como nos ha sacudido en estos dÃas, nuestras gentes urgen de esa historia de amor que reponemos cada año. Historia mil y un veces contada y cantada, mil y un veces necesitada. Entre el laberinto de fiestas pasajeras la Navidad no caduca porque es una permanente llamada a vivificar lo más noble que mora dentro de nosotros mismos. Por más que se la agobie con incesante invitación al consumo, con felicitaciones alumbradas por el interés, por más que se intente empequeñecerla al tamaño de simple negocio..., las Navidades nunca dejaran de ser la más firme apelación a la fraternidad humana. Sin embargo la imagen de esos abultados paquetes, coronados de orgullosos lazos con los que se ha pretendido identificar a la Navidad, puede privar a nuestros hijos del alma de unas fiestas entrañables. Nada más lejos de la realidad que equiparar el "tamaño" de las Navidades al tamaño de los paquetes. Por más que lo pregonen los grandes almacenes, el encanto de la Navidad poco tiene que ver con el nivel de consumo, al igual que el apilamiento de cosas no supone un aumento de felicidad. A estas alturas de creciente individualismo, no está de más reafirmar que la felicidad tiene más que ver con el reparto que con la acumulación. La austeridad puede ser gozosa, además de solidaria con los numerosos hogares sin turrón, ni cava. No hace falta subirse a un púlpito, para recordar en esta resaca del "pelotazo", en estos tiempos de feroz competencia a todos los niveles, que la esencia de la existencia humana, estriba por encima de todo en el dar. Estamos hechos para dar, con plena libertad, con gozo. He ahà el secreto de nuestro paso por la Tierra. La posibilidad de dar es el mayor regalo con el que hemos venido al mundo. En estos tiempos en que los ángeles planean por los más variados programas televisivos y agitan sus alas desde los estantes de kioskos y librerÃas, quizá nos sea permitido acercar a esta tribuna las palabras de aquél, que bien de carne y hueso, bien de fibra imaginaria, habló a Gitta Mallasz en la HungrÃa de 1943, en plena persecución judÃa. "Aquello que irradiáis fuera del cÃrculo es vuestra medida y vuestra alegrÃa. Por eso vuestro gozo no tiene medida. El hombre colmado irradia desde él hacia fuera. Por lo tanto su gozo es inconmensurable. Es el secreto de la vida eterna..." Hasta nuestros dÃas ese cÃrculo era reducido, se limitaba a nuestro entorno, el mendigo de los domingos, el amigo arruinado, el vecino desahuciado, al granero quemado de más allá... Hoy los medios de comunicación y transporte han agrandado ese cÃrculo, agigantado el desafÃo de la entrega y situado más allá de nuestras fronteras. Esa circunferencia se eleva a esfera, abarca ya toda la tierra, ese globo que ha ensanchado con ingenio y paciencia la tecnologÃa, es el mismo y de exacta medida que el de nuestro compromiso. Hoy nada, absolutamente nada, que ocurre en la Tierra nos es ajeno. Nunca el dar adquirió proporciones tan gigantescas y de comulgar con ese ángel centroeuropeo, nunca nuestro gozo pudo tampoco rayar tan alto. "El mayor regalo que Dios nos ha dado, prosigue este ángel, es que también nosotros podamos dar. Y asà dando, nos hacemos lo que en realidad somos: parte de El. Es una ley inapelable en la tierra: dar. Cada planta da su fruto, cada ser tiene que dar. Es una ley estricta y seria: todos están obligados a dar" (La respuesta del ángel. Gitta Mallasz. Editorial Sirio) ¿Qué son por lo tanto las Navidades sino el recuerdo de la llegada de un ser que lo dio absolutamente todo? ¿Qué son los dÃas que ya se acercan entre zambomba y pandereta, sino la fiesta, no del descorche y derroche sino del dar? La tabletas de turrón se van apilando en ese rincón de la cocina que sólo ella conoce. Hombres cargados de luces, encaramados en largas escaleras arrebatan, con excusa de adorno, a los cielos retazos de oscuridad. Alguien desempolva las figuras ya asfixiadas de un belén anhelante de su lugar presidencial… Una vez más viene sin avisar, se toma la confianza de sorprendernos en pleno ajetreo invernal, pero algo nos llama a adherirnos a esta fiesta universal. ¡Sea bienvenida una vez más! |
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