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"Coexist"

Con la media luna islámica, la cruz de David y la cruz cristiana, varios artistas internacionales han formado un gran mural que se exhibe estos días en las calles de Jerusalén con la palabra en inglés, "coexist" (coexistencia). La iniciativa se va a promover también en otras ciudades con un pasado de enfrentamiento violento y división.

Se trata de una didáctica elemental pero imprescindible, de un "abc" de la convivencia ya indemorable. Se trata sencillamente de que los niños musulmanes, judíos y cristianos se sienten en una misma aula, ante un misma pizarra, que sus padres se miren sin rencor a los ojos, se paseen por los mismos parques, se revuelquen y saquen el balón en las mismas praderas, se trata de que todos frecuenten las mismas avenidas y se agolpen en los mismos autobuses y metros. ¿Por qué cuesta tanto anclar tan sencillos sueños? ¿Por qué el odio sigue minando el jardín de "coexist"

Dicen que los dioses no entregaron la verdad entera a ninguna religión, precisamente para que en el curso de la historia ensayáramos "coexist", para que desarrolláramos la capacidad de aprender los unos de los otros, para que, tal día  como hoy, unas "verdades" fueran "fecundadas" por las otras. La coexistencia religiosa y social es antigua asignatura aún pendiente. Es la más vieja lección a superar por los humanos y sin embargo es preciso anotarla aún en grandes carteles, en las más frecuentadas calles, rotularla en los muros de las avenidas, en las paredes de los corazones. Tolerancia es una palabra que debería de estar pasada de moda, ya ajada y en desuso, pura historia superada, valor que no precisase ser evocado.

Los desafíos evolutivos se van sucediendo uno tras otro. Una vez aprobado el parvulario de "coexist" es preciso atender al siguiente reto evolutivo: cocrear. Una civilización avanzada no se conforma con la mera tolerancia. Una sociedad madura aprecia la diferencia humana que acoge en su seno, se siente reconfortada y enriquecida por ella.

Cada geografía se halla en un punto del largo itinerario hacia el fin último que representa el ideal de fraternidad humana, utopía sostenida a los largo de toda la historia por sus manos más generosas. Hay lugares en los que "coexist" sigue siendo aún enorme desafío. Para una Jerusalén día tras día ensangrentada, para un Oriente Medio al borde de una guerra abierta, como acaba de anunciar provocativamente Sharon, el cese de la violencia, la convivencia entre las diferentes comunidades que comparten un mismo suelo sagrado, es, de por sí, un logro titánico.

Hay, sin embargo, escenarios multiraciales en los que sus habitantes se desenvuelven en el marco de relaciones más armónicas, incluso ya fraternas. Estos países, crisoles de razas, son simientes de un mundo nuevo, se asemejan a los prados que se ven embellecidos por nuevas variedades de flores que despuntan desde su suelo. Son sociedades prosperas y satisfechas de su diversidad humana. El progreso, entendido éste en un sentido global y no economicista, se localiza precisamente en esas sociedades que mayores cotas de integración han alcanzado en su seno. Estas comunidades, con gran potencial de futuro, han sabido refundarse y reorientarse a partir de la aportación de quienes han llamado a sus puertas.

Las grandes ciudades occidentales no necesitan dibujar los macro-carteles de "coexist". Se hallan ya en lecciones más avanzadas. Las torres de sus variados credos y religiones horadan sus nubes. El cosmopolitismo de las urbes es intenso laboratorio de fraternidad. Cuando hombres y mujeres de diferentes pueblos y razas se divierten, comen, sudan, trabajan. juntos, quedan vacunados contra las lacras de la división y el odio ya interracial, ya interreligioso.

A una escala individual la reflexión resulta más gráfica. Ya no se trata de "aguantarnos" los unos a los "otros", sino de comprender de que estamos aquí para ayudarnos y "cocrear" un nuevo porvenir para todos. Ya no se trata tanto de tolerar la presencia del otro, sino de aprovechar la oportunidad para "crecer" con él, puesto que por algo está al lado mío. Se trata de ver qué es lo que tengo que conseguir con él, puesto que el destino nos ha concedido la suerte de reunirnos.

Ya nos lo susurraron los antiguos mayas: "In lak’ ech. A lak’en". Es decir: "Tú eres yo, yo soy tú", tú eres la otra parte de mí. Tu timbre, tu canto, tu manera de mirar el mundo, el firmamento, la vida. es lo que a mi me falta, es lo que yo precisamente necesito para evolucionar. Evidentemente este mismo principio es preciso aplicarlo a los pueblos.

Es en la dimensión interna donde se borra todo vestigio de frontera, por más que hayan sido precisamente las religiones las que han levantado más elevados muros, las que han cavado más hondos abismos. El ser humano está más predispuesto a asumir el valor de la fraternidad humana cuando ha interiorizado un sentimiento de filiación divina. Ambas experiencias están indisolublemente unidas. La experiencia de Dios es simplemente la experiencia del Amor, y difícilmente podrá proyectarse éste sobre destinos humanos de primera y de segunda.

Con o sin vivencia espiritual de por medio, es necesario ir marcando horizontes más esperanzadores, escenarios más fértiles de convivencia. Dejemos al Ministerio de Asuntos Sociales que gaste sus duros en imprescindibles campañas a favor de la tolerancia y vayamos más allá de la mera aceptación de la diferencia. Ya no se trata sólo de existir "con" el otro, sino también de "existir" "por" y "para" el otro. En esta diferencia de preposiciones radica también un salto civilizacional. No podemos pasar por la tierra indiferentes a la suerte ajena, ya persona, ya pueblo. Nuestras vidas no alcanzan razón con el mero "coexist", se ven descafeinadas por el simple tolerar; por el contrario, se ven realizadas en su más elevado sentido precisamente cuando somos sostén, refugio y aliento del otro.

Una vez más, la disyuntiva entre la dimensión personal o transpersonal que podemos imprimir a nuestras vidas, llama con urgencia a la conciencia de cada uno. El ser humano en la antesala del tercer milenio debe ya plantarse ante su más imperioso interrogante: ¿está en la tierra para que progrese su peña de barrio, su equipo de fútbol, su religión, su partido, su pueblo., o se siente llamado a volcarse en un servicio más amplio y amoroso? ¿Está aquí preso de intereses particulares, o se siente impelido por más altos ideales que le llevan a trabajar por el bien común, a servir a una humanidad aún sufriente y necesitada de socorro? La respuesta viene cantada por las ciencias  humanas y divinas: la medida de que el ser humano y los pueblos comiencen a pensar en global, sientan y obren más allá de sus motivaciones propias, en la medida de que se preocupen también por el progreso y bienestar ajeno, estarán alcanzando su más plena realización.

Por lo menos "coexist", por lo menos aceptar tu rostro, tu sombrero, tu oración, tu cielo, tu historia, tus leyendas, tu sonrisa., por lo más, un mundo fraterno sin fronteras, sin armas, sin Cielo diferente, sin tuyo ni mío.; por lo más un mundo de amor y de paz sin carteles de primitivas lecciones por aprender, porque avanzado el tercer milenio, bendita la diversidad enriquecedora, seremos por fin todos uno.

 
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