Humo negro y barricadas en los polÃgonos industriales donde empiezan a escasear pedidos y donde los obreros son alejados de sus puestos de trabajo. Para apagar ese olor nauseabundo de goma quemada, para que los obreros vuelvan a sus cadenas de montaje, el gobierno ha prometido enormes subvenciones a las grandes empresas automovilÃsticas. ¡No importa el peligro de metamorfosis hacia el robot, no importa la sobreproducción de máquinas que llenan el ambiente de CO2…, hay que volver a toda costa a las mismas cadenas de montaje! El Gobierno no lo duda: hay que invertir el dinero que sea necesario para que esas cadenas no se detengan por nada, para que cada cuatro o cinco años todos cambiemos de vehÃculo, para seguir llenando de coches todos los asfaltos. El objetivo es producir no importa cómo, ni a costa de qué. Los sindicatos azuzan también la piromanÃa en favor de la producción masiva de sea lo que sea. El puesto de trabajo es el valor incuestionable. Nadie puede poner en peligro el tejido industrial, el trabajo del obrero… Indudablemente hay muchas familias en apuros, indudablemente hace falta ayudas para evitar situaciones personales lÃmite, pero habrá que pensar en apoyar, no sólo las empresa del ayer, si no a las pioneras del mañana, a los/as emprendedores que vislumbran nuevos y más limpios horizontes… El otro mundo posible no es sólo consigna y proclama que, al calor del grupo, podemos proferir en las anchas avenidas de nuestras ciudades, sino principalmente actitudes consecuentes y responsables, incluso sacrificadas, en el ámbito personal desde que suena el despertador a primera hora de la mañana. La tierra se hunde como queramos sumar el falso y tan manido “confort†de sus 6.000 millones de habitantes. Hablamos mucho de cambiar el mundo, pero poco de cambiar las más peligrosas inercias de trabajo y modo de vida alienantes. Poco se discute la producción indiscriminada, la industria generadora de los más absurdos objetos. Poco se habla de cuestionar la fabricación de más y más vehÃculos, de limitar la invasión del coche en tantos espacios de convivencia y recreo en nuestras ciudades y pueblos… Poco se habla, no ya de subvencionar, sino por lo menos de facilitar el osado empeño de quienes en la ciudad, pero sobre todo en el campo, están formando ecoaldeas, núcleos, en buena medida, autosuficientes, comunidades de vida alternativas… Sólo quienes han dado ese decisivo paso, saben de las mil y un trabas legales que encuentran en todos los órdenes (construcción, producción, distribución…), al haberse salido de las pautas del sistema imperante. El puesto de trabajo en la gran factorÃa de turno no es un valor absoluto. Hay un cÃrculo vicioso de fomento del consumo para que aumente la producción, para sostener el “nivel de vida†y mantener los puesto de trabajo, que es preciso ya poner en tela de juicio. Además, aseguradas las necesidades básicas, nuestro nivel de vida es lo que somos y nuestra manera de relacionarnos, para nada lo que poseemos. ¿No será ya el momento de animar la creación de empresas de servicios más acordes con un nuevo paradigma, de alentar el trabajo creativo y emprendedor, la factura de bienes ecológicos…, en vez de intentar mantener a toda costa a flote un sistema productivo de tanto objeto superfluo, de tanto lujo innecesario? ¿No será el momento de incentivar seriamente alternativas de trabajo y de vida? Seguramente sobran tantas subvenciones para la producción de objetos de consumo desbocado. Seguramente habrá que frenar la producción de coches, habrá que guardar ayudas para los/as que se resistan a engrosar las cadenas de montaje, para los/as que se atrevan a soñar con otro tipo de trabajo más creativo y menos alienante. Seguramente es el momento de promover decididamente la bioconstrucción, la agricultura ecológica, la artesanÃa, el transporte no contaminante… Seguramente es el momento de la escuela, la salud, la ciudad, la comunidad, la vida, la civilización alternativas… ¡Pobre felicidad aquella levantada con cosas, aquella que se inaugura con tarjeta visa! ¡Pobre felicidad si urge al consumidor a asir en sus manos el volante de un potente 4x4! No nos hechizan los anuncios de formidables coches, no sucumbiremos a la fiebre del consumo alienante. Cuestionamos una civilización que basa su felicidad en la acumulación de objetos. Sugerimos menos millonarias subvenciones para seguir produciendo brillantes carrocerÃas y más apoyo a quienes reinventan sus vidas, a quienes reconstruyen sus viviendas, su futuro más allá del asfalto, a quienes establecen comunidades, a quienes rehabilitan pueblos abandonados... Sugerimos menos subvención al motor y a las cuatro ruedas y más aliento a quienes ponen motor y ruedas a sus sueños. Animamos a la administración a apoyar a quienes exploran otras forma de ser, estar y trabajar, a quienes están ya haciendo realidad con sus propios testimonios el otro mundo posible. Invitamos a unos partidos y sindicatos denominados de progreso a cuestionar una civilización materialista a la deriva, el modelo económico no sólo neoliberal, sino también de desarrollismo febril injustificado. ¿Hasta dónde apartó el gobierno a aquella valiente ministra que defendió la tierra, aún a costa de popularidad y votos? Seguramente no debÃan de salir tantos coches a rodar. Esta civilización, esta industria y sus cadenas que fabrican automóviles por demás y no importa cuantas montañas de objetos inservibles, no tiene mucho futuro. Seguramente, con la tan mentada crisis, llega también el momento de plantearnos un cambio de paradigma en lo personal y en lo colectivo. Las verdaderas revoluciones no meten ruido. Lo revolucionario no son las alborotadoras barricadas de los trabajadores de la Nissan o la Ford. El auténtico revolucionario es el hombre o la mujer que se arriesga a dar el paso, a salir de la nómina segura, a reorientar su vida. Si es necesario, se aprieta el cuello, recorta cervezas y gasto. Prescinde de cosas, pero comienza a hacer verdaderamente suyos sus movimientos, sus ideas, sus proyectos, su vida... Comienza en serio a buscarse y descubrirse por dentro. Fortalecida la fe en sà mismo/a, crea o da con un trabajo que satisface su vocación, su alma... Lo revolucionario no es quien se enfrenta a la policÃa por la perdida de su mensualidad asegurada, sino quien se enfrenta a un destino de trabajo mecanizado y ocio desnortado y decide reorientar sus dÃas en un sentido positivo, liberador y emancipante. Lo revolucionario no es la defensa del puesto de trabajo, sino el compromiso con el puesto de servicio que todos deberemos hallar en nuestra sociedad. Lo revolucionario no es pedir y reivindicar fuera, sino empoderarnos por dentro. ¿Cuándo, si no es ahora, reinventaremos el mundo, reinventaremos el futuro? Sólo desempleados en las fábricas de ayer, podemos adivinar nuestros puestos más creativos, más plenos, más constructivos en los tajos del mañana. |
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