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¡CADÃVERES, NO LATIDO!

No le dan sus "cromos", sus cadáveres, su antojo... y arremete brutalmente contra los vivos. Rompe la tregua y, sólo en los últimos días, mata a más de cien palestinos, de los cuales treinta y cinco eran niños. En realidad, no es posible encontrar sus codiciados cadáveres bajo las miles y miles de toneladas de escombros que sus bombas han causado. La infamia de Netanyahu y sus correligionarios llega hasta donde jamás hubiéramos llegado a pensar. La gravísima responsabilidad en la que incurren es una losa que pesará sobre el futuro de su nación por generaciones.

Los humanos seguimos distinguiendo entre “los nuestros†y “los otrosâ€, entre los amigos y los “enemigos†y con esa ancestral miopía, con esa contabilidad tan errada, llegamos a pensar que un envoltorio de carne, un saco de huesos, una carcasa biológica con el sello de tu pueblo o de tu raza, vale más que una “alma ajena†desbordada de vida. Seguimos errando en la cotización de los valores verdaderos, de los principios eternos.

El latido jamás se troca por cadáver. Bajo ningún concepto se podrá caer en la grave confusión de comparar contenido y continente, esencia y forma. Los cuerpos sin vida en Gaza no desaten nueva guerra. “La casa está vacíaâ€, reza el axioma hermético a propósito de la urna corporal ya abandonada. Son deshechos que cumplieron ya su misión. En su día estuvieron “habitadosâ€, animados por unas almas. Parece ser así en todos los tiempos y lugares, también en Gaza, también para las almas cuyas personalidades profesaron fe judía, también para los rehenes muertos. No conviene apegarnos a unas formas pasajeras que además se tasan tan desmesuradamente.

Ni la carne, ni el ladrillo deberían repentinamente y sin justificación “deshabitarseâ€. A la postre, “el pueblo elegido†prefirió colocarse a la cola de la civilización. Los pueblos civilizados nunca exhiben tanta equivocada artillería, tan confundida fuerza bruta. ¿Cuántas viviendas y edificios llenos de vida no vació el ejército de Israel? ¿En cuántos apagó el aliento? ¿En cuántos sólo muerte, dolor y humareda? No conviene desalojar "casas habitadas", cargadas de futuro, de esperanza en un mañana definitivamente diferente.

Con la llamada muerte, las almas se aprestarían a volar a su morada correspondiente en el más allá. Sería únicamente esa urna corporal la que reposaría. En el caso de los cadáveres de los rehenes judíos, estos se hallan bajo montañas de cascotes. No dejan de ser meros vehículos de carne, en estos momentos muy difíciles de rescatar y en última instancia destinados, como todos, al subsuelo o a las llamas. Son sólo desechos corporales y los cadáveres de los muertos de ninguna forma pueden ser “casus beliâ€, motivo para reanudar la cruel e injustificable batalla entre los vivos. Todos los cadáveres reunidos nunca serán argumento para apilar otros más, nunca justificarán una sola bala disparada contra el supuesto adversario, a la postre siempre hermano. ¡Ojalá un poco de voz para los muertos que hoy son aviesa justificación para renovadas barbaridades! Todos sus silencios amontonados jamás llamarán a reanudar la batalla. Representan en realidad el más atronador clamor para la rúbrica de la genuina y definitiva paz.

La infamia de Hamas aquel aciago 7 de octubre de 2023 no puede justificar el estruendo y el “vaciado†de después; excusar los 67.000 hombres, mujeres y niños palestinos cuyos cuerpos Israel “desocupó†de vida, las ciudades que redujo a nada, la ingente cantidad de moradas que convirtió en escombros. Se ahorre Netanyahu más “ataques contundentes†para tapar sus cuentas con la justicia, sus propias miserias, su incapacidad de gestar un futuro de paz y de casas soleadas para los suyos y sus vecinos.

“Deja que los muertos entierren a sus muertos; ¡tú ve y anuncia el Reino de Dios…!â€, pone el médico y evangelista Lucas en boca de Jesús, también Mateo lo narra a su manera. Sin embargo, el Reino de Dios era la antítesis de la Gaza hoy devastada. Tanto polvo levantado en dos terribles años no permite a la luz aún aventurarse. Ese Reino de dicha sólo se podrá comenzar a edificar cuando imaginemos a los muertos de todo signo sentarse a la misma mesa, compartir un mismo Cielo sin alambradas, ni fronteras. Sobre todo, cuando reparemos en que jamás reivindicarán aquí abajo más sangre, invitarán a renovar antiguas inquinas y rencores.

 
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