Aumente por lo tanto el asombro, a falta del descubrimiento definitivo. Quede la rendición más allá de una meta que difÃcilmente hallaremos. Quede la adhesión a lo que la ciencia espiritual, la sabidurÃa arcana, siempre ha pregonado: el Origen, la Causa primera, siempre se nos escapará. Tan sólo por ley de analogÃa e intuición podremos muy de lejos avistarLa. En lo grande y en lo minúsculo la realidad nos seguirá desconcertando. El conocimiento esotérico nos dice que la Tierra entera representa para el Logos del sistema cósmico, lo que un átomo representa para nuestro cuerpo. Encima del Logos o Dios del sistema cósmico estarÃa El de la galaxia, por encima Éste, El del centro galáctico superior…, asà no sabemos hasta dónde. Por arriba y por abajo encontraremos sistemas en los que todo gravita alrededor de un centro luminoso. Por abajo y por arriba, en una condición u otra, siempre somos invitados a ser ese centro irradiante. Seguiremos chocados por la sorpresa sin fin, seguiremos chocando partÃculas a altas velocidades en medio del Gran Colisionador de Hadrones. Seguramente habrá que seguir explorando, entre otras cuestiones, cómo se crea la masa, qué nos aguarda tras el bosón…, pero también habrá que rendirse ante un Misterio siempre desbordante, inescrutable. Nuestras más avanzadas luces aún no dan con su Presencia siempre velada. Progresemos en ciencia no más que en humildad. No en vano los nuevos descubrimientos nos procuran nuevos y más agudos interrogantes. Los cientÃficos afirman haber descubierto la partÃcula subatómica que explicarÃa cómo se forma la materia, pero a la vez no ofrecen explicaciones sobre la diferencia de masa entre distintas partÃculas. Ello abre las posibilidades a la existencia de una quinta dimensión que se hallarÃa ahÃ, pero que nuestro cerebro no estarÃa en condiciones de captar. Ya que no damos con Dios, ya que siempre se nos escapa entre las estrellas, ya que se escurre entre las más minúsculas partÃculas, siquiera interioricemos Su lenguaje de orden, de belleza, de armonÃa perfectos. Ya que Dios quiere seguir jugando con nuestra supina ignorancia, hagámonos siquiera con las reglas del juego. Quizás podamos ser más y más Su expresión, Su naturaleza, puesto que hemos alcanzado un hito en la comprensión de ella, tal como afirma el laboratorio europeo CERN. Quizás podamos hacernos más y más con sus principios eternos, con sus máximas inmanentes; quizás podamos imbuir la ciencia de más y más conciencia, de más y más supremo respeto, de más y más sagrado amor. Quizás ese exquisito respeto, ese elevado amor sean condición para poder alcanzar los siguientes hitos cientÃficos que ya nos aguardan. Los cientÃficos profundizarán en la comprensión de la naturaleza del universo, sus propiedades, su historia, sus leyes… ; seguirán analizando las interacciones de las partÃculas que circulan por el Gran Colisionador del CERN, pero no sabemos si Dios se ha de manifestar necesariamente en medio de los 27 kilómetros del gigantesco túnel de Suiza; sin embargo sà de seguro en el seno del orden, la armonÃa y la fraternidad que seamos capaces de instaurar en la Tierra. A las puertas del mundo subatómico, deberÃamos estar también en la antesala de un mundo más armonioso, justo y feliz para todas estas bolsas de células que también constituimos los humanos; conjunto de células sÃ, pero también “partÃcula de Diosâ€, centro luminoso, que difÃcilmente el más sofisticado acelerador podrá encontrar. Dicen que el CERN es la catedral del conocimiento de nuestro tiempo. Sólo nos falta altar presidiendo ese templo mayor, ese santuario planetario, por supuesto ya no a un Dios de una religión, de un credo concreto, sino a un Dios inclusivo, universal cuya faz va persiguiendo la ciencia, cuyo infinito amor van descubriendo nuestros corazones. Sólo nos falta cabeza inclinada y rodillas dobladas, sólo nos falta una contemplación cada vez más fascinada. Podemos construir gigantescos túneles, reunir miles de cientÃficos de todas las partes del mundo, como afortunadamente ahora ya ocurre, pero quizás no deberemos olvidar que el ser humano rendido, e infinitamente agradecido está más cerca de la “partÃcula de Dios†que toda una vanguardia cientÃfica que aún no se desnude de orgullo. Nos debemos al empeño ancestral de seguir Sus huellas. Podemos y seguramente deberemos fotografiar la colisión de partÃculas a la velocidad de la luz en el marco de costosÃsimos proyectos, pero bastará ascender a la montaña en estos amaneceres de verano para empaparnos de Dios, para que el Sol, Su pura y excelsa expresión, penetre e inunde de sublime gozo e inocente sabidurÃa hasta el último de nuestros trillones de bolsones.
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