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COSER CATALUNYA

Nos debemos a una constante revisión a nivel personal y colectivo de lo que hemos sido, de lo que hemos, con menor o mayor firmeza y acierto, abanderado. Antes del “tsunami” emocional al que nos arrastraran las bombas sobre la población ucraniana indefensa, del “shock” igualmente agudo que supuso el virus que privó a tanta gente de aliento y cambió nuestras costumbres de vida, ya habíamos vivido nuestra “tormenta” doméstica a partir de aquel intenso Octubre de 2017.

Fue una manifestación inesperada, en algún momento incluso violenta de la España intransigente, centralista, inquisitorial, que creímos en gran medida agotada. Los demócratas del Estado nos sentimos en alguna medida atizados. Era la España más cañí, más reaccionaria que galopaba de nuevo y golpeaba indiscriminado con aquellas porras. La pacífica rebelión estaba servida. Pusimos algún clamor en el cielo y cierta indignación en el teclado. Defendimos que los catalanes decidieran sobre su futuro, que aquello se resolviera sobre una mesa, sin prepotencias, cárcel ni represión. No voy a entrar en el precio que hubimos de pagar a nivel de relaciones humanas.

Conviene mirar para atrás y recapitular, entroncar aquel problema en el presente de aún mayores amenazas. En ese análisis no debiera pasar desapercibido un socialismo en el poder que intenta, hasta donde puede, resolver el problema de forma dialogada y una dirección de los populares sensiblemente más civilizada.

Nuestro convulso presente pudiera demandar el sacrificio de cuitas domésticas para que las grandes causas puedan prosperar. En la hora de los grandes desafíos globales, lo local tiende necesariamente a achicarse. La creación de nuevas fronteras sale cada vez más del ámbito de nuestros anhelos. El auge y ferocidad que manifiestan los autoritarismos planetarios han modificado nuestro mapa de prioridades. La jerarquización de los desafíos será por lo tanto inexcusable.

No debería pasar inadvertido lo prioritario y cada vez más urgente que torna la defensa de la vida. Ésta se halla en su conjunto amenazada sobre el planeta como nunca hasta el presente, a causa del cambio climático. Conviene por lo tanto calibrar la dimensión que hoy cobra aquel triste episodio que tanto nos fragmentó, tras todo lo acontecido a nivel global, tras el respeto que impone, no sólo la autocracia rusa, sino también una gran potencia como China que, sigue ocultando su intención de construir un orden internacional autoritario.

Una histórica solidaridad en su día obligaba, pero al día de hoy desconocemos hasta qué punto la Catalunya pacífica, no violenta y valiente, apaleada aquel triste otoño, tiene voluntad de erguirse y asir las riendas del futuro más allá del victimismo. Puigdemont debiera volver a casa, sacar de algún escondido bolsillo las llaves de su hogar, pero el “ex-president” y los suyos deberían dejar de alimentar el fuego de la radical confrontación. Fueron dos Catalunyas y ambas se deben hoy mutuo respeto. Ambas tienen el deber de reencontrarse, por más que la de las cinco puntas superara en su día algo a la que reúne senyera y rojigualda.

Después del drama, de la prisión y el exilio, después de la recapitulación de lo que cada una de las partes no hizo debidamente, es imprescindible coser esas dos Catalunyas, no aumentar el “roto”. La España de progreso que bien podría simbolizar el Partido Socialista no estaba interesada en la represión de aquel referéndum popular. El apoyo a Rajoy en aquel tan errado trance le vino más bien obligado. La España de progreso instalada en la esfera política y judicial ha sacado a los presos políticos a la calle, pero el lenguaje independentista no se ha modulado.

La ferocidad del ataque a una democracia, a una nación pacífica como la ucraniana, ha obligado a reamueblar nuestras cabezas y los problemas domésticos han cobrado una dimensión más limitada. ¿Hasta dónde no llegaría el déspota que dirige Rusia, si en vez de encontrarse con una Europa fuerte y hasta el día de hoy unida, tuviera al otro lado de sus fronteras un continente más fragmentado?

El tiempo contribuye a relativizar los problemas, por más que lo que de verdad ha empequeñecido, por lo menos ante nuestra mirada, la causa catalana han sido las crueles bombas de Putin. Nada tiene que ver con ello el supuesto flirteo difícilmente comprobable con sus emisarios. Ante el feroz, repentino e insospechado golpe a nivel global de las fuerzas más cavernarias y reaccionarias, hemos constatado la importancia de las grandes democracias consolidadas, de los Estados nacionales fuertes. Esta fortaleza en el caso europeo no debiera implicar de ninguna forma merma, más al contrario consolidación de amplias autonomías allí donde, como en Catalunya, son más que debidas.

 
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