Política y paz | Una sola humanidad | Espiritualidad | Sociedad | Tierra sagrada

Seguimos creyendo en Europa

Acabamos de recibir la noticia de rechazo francés y holandés al Proyecto de Constitución Europea. Este hecho, independientemente de su interpretación política, debe llevarnos mucho más allá, del mundo de los efectos al reino de las causas.
La evolución de la Naturaleza es siempre integradora. Un conjunto de átomos conforman una molécula. Las moléculas se integran en células; las células en tejidos, los tejidos en órganos y los órganos integrados configuran un ser vivo.

Y el ser humano, ¿en que estructura se integra? La historia demuestra que la biografía de la humanidad es un sendero de creación de estructuras sociales cada vez más complejas. Así del puro instinto individual pasamos a crear familias, hordas, tribus, poblados, comunidades, ciudades, reinos e imperios. En este proceso cada vez más abarcante hubo un momento en que, inspirado por Maquiavelo, los reinos europeos se configuraron en un modelo estatal, con territorios definidos por fronteras, con una población más o menos cohesionada, que compartía un idioma, una moneda, una tradición y una cultura. Comenzó el monopolio del modelo nacional estatal que ha perdurado hasta nuestros días, en el que las sociedades se han articulado en las limitaciones del corsé estatal y centralizado. Probablemente ha sido una etapa necesaria en el inevitable e imparable crecimiento de la Humanidad, pero una etapa que está acabando de manera inexorable.

Y el experimento más avanzado de superación del modelo estatal es el de la Unión Europea, en que, como ya hemos dicho, se busca un nivel de integración superior al nacional, más abarcante, y sobre todo voluntario, a diferencia de etapas ya pasadas en las que la incorporación de nuevos territorios se producía violentamente.

Este proceso de creación de la Unión, desde el punto de vista "espiritual" representa la avanzada de conciencia de la Humanidad, quien, imitando a toda la Naturaleza, prosigue su avance en el camino inclusivo e integrador, que sin remedio, terminará abarcando a todos los seres humanos. El ideal de una Humanidad unida no es utópico, es una seguridad que tarde o temprano cristalizará en realidad.

No debemos olvidar que la Humanidad en su conjunto representa un centro de energía, un chacra planetario dentro de este Organismo vivo que es nuestro planeta. Y la unificación política es el símbolo y resultado externo de esa unión interna de conciencia que vamos gestando lentamente, con altibajos, pero convencidos de que es inevitable. Y esa unificación no significa uniformidad, sino enriquecimiento del todo a través de las partes, y de las partes a través del todo, manteniendo las peculiaridades individuales. Al igual que Internet o la telefonía móvil representa una integración espiritual utilizando medios tecnológicos, la integración en entidades supranacionales es un nivel más elevado de unificación política que la de los Estados Nacionales. Y esto también es espiritual. Por lo tanto consideramos que:

La integración europea es necesaria e inevitable, como eslabón de la futura integración mundial, aunque su desarrollo debe vigilarse cuidadosamente para que no se generen consecuencias perniciosas que oscurezcan sus bondades. La consulta e información a los ciudadanos se hace imprescindible para que no se cree una conciencia de exclusión en la toma de decisiones. Esta llevará indefectiblemente a crear una Europa más de los ciudadanos y menos de los Estados.

Todos y cada uno de los europeos tenemos el derecho y la obligación de ser imaginativos en la elaboración de propuestas que hagan de la Unión un proyecto viable, y evolutivamente progresista.

No consiste en decir "no", sino en ofrecer la alternativa eficaz, realista y coherente que pueda ser aplicada, y que no sea enterrada en el cementerio de los sueños irrealizables.

Los europeos estamos embarcados en una empresa espiritual, porque genuinamente espiritual es crear un organismo vital compuesto de numerosos pueblos, culturas y tradiciones que deciden tener un destino común. Luchemos por ello, y la Humanidad habrá ganado.
Un poco de historia
Pero echemos un poco la mirada sobre esta Europa de complicada gestación.

El camino de integración europea tiene seis décadas recorridas. En un principio, los esfuerzos de los "padres de Europa", Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi, etc., perseguían algo tan simple (y a la par tan difícil) como evitar un nuevo conflicto generalizado entre los pueblos de este continente, que después de siglos de enfrentamiento se habían enzarzado, como trágico colofón, en dos sangrientas y grandes guerras.

Los primeros esfuerzos "comunitarios" buscaban integrar rápidamente a los países vencidos en instituciones supranacionales donde compartieran decisiones con las potencias vencedoras, a la vez que podía controlarse su desarrollo económico y tecnológico para que no fuera utilizado en el futuro con fines bélicos.

Además, los idealistas europeos soñaban con una Europa unida, donde sus ciudadanos se sintieran participes de una entidad viva, superior al concepto de estados separados por fronteras inviolables.

A lo largo de dos mil años de historia los europeos habían peleado entre sí, comerciado, generado una cultura y un arte, compartiendo un destino común que creó una entidad abstracta nacida de todas esas vicisitudes, y por supuesto de naturaleza superior a los entes territoriales que componían el continente.

No obstante, hasta ese momento (década de los años 40) había fracasado estrepitosamente todo intento de dotar a Europa de instrumentos políticos sólidos de cooperación, que dieran forma externa tangible a ese destino común secular.

Entonces, espoleados por las trágicas consecuencias de la II Guerra Mundial y por el sueño de una futura estructura supranacional política que englobase todos los anhelos de los diferentes pueblos continentales respetando sus peculiaridades, los idealistas de la nueva Europa se lanzaron a la creación de un conjunto de organizaciones que sirvieran de base a lo que entonces parecía una quimera.

En cualquier caso, lo auténticamente significativo es que no trataron de llevar a la práctica lo que en ese momento era solo una utopía, la unión política. Era impensable concebir para el conjunto de la población europea una institución que, superando las atribuciones estatales, tuviese competencias en materia monetaria, de inmigración, política exterior o defensa. Los rencores generados en las dos grandes guerras suponían entonces un escollo insalvable de odio, desconfianza y deseo de venganza.

La solución ideada por los "constructores de Europa" fue ingeniosa. Se dieron cuenta que la única vía factible de aunar los esfuerzos y voluntades de los europeos, que pocos años antes se habían matado entre si, consistió en ofrecerles un objetivo común, una meta que atrajera a todos por igual, más allá de las diferencias. Se trataba de aplicar ese principio, tan consolidado históricamente, de obtener una "rentabilidad psicológica" para todos los partícipes en el proyecto. Este sistema, que ha obtenido rotundos éxitos a lo largo de la Historia, se basa en una premisa básica: "Las diferencias entre varios grupos hostiles entre sí, se superan y eliminan cuando dichos grupos trabajan por un objetivo común que los satisfaga en mayor medida que la lucha por las diferencias anteriores". Es decir, otórguese a un número de personas, que hasta ese momento se han estado peleando, un proyecto apetecible, por el que van a obtener algún tipo de retribución (económica, de paz y equilibrio, de poder, etc.) que para todos es suficiente, y la lucha entre ellas finalizará.

Los "padres de Europa" visualizaron que el desarrollo y la prosperidad económica era un deseo común de todos los europeos, inclusive de los Estados que se habían enfrentado en la Segunda Guerra Mundial, y propiciaron la creación de instituciones como la Comunidad Economía Europea, la Comisión Europea, la Comisión Europea del Carbón y del Acero, o el Euroatom (organismo encargado de la regulación del uso de la energía nuclear).

En particular el Mercado común sirvió para ofrecer a los europeos la posibilidad de rentabilizar sus economías a través de medidas que eliminaban los aranceles a la importación, que produjeron mayor riqueza para los países miembros. Ese fue el germen de un proceso que año tras año fue creciendo en competencias y número de países miembros.
La unión europea
Poco a poco las políticas comunes se fueron ampliando, y en la década de los ochenta se llegó a la conclusión de que lo que hasta entonces había sido tan solo una colaboración económica podía ampliarse a otros ámbitos, y además se empezaba a concebir la posibilidad de crear una institución que englobase a todas las organizaciones europeas económicas creadas hasta entonces, y que diese "personalidad jurídica" a una realidad que a lo largo de décadas se fue forjando, tal como predijeron sus fundadores, y que no era otra que la creación de una conciencia europea que transcendía las fronteras estatales.

Así fue creada en 1991 la Unión Europea, institución mucho más ambiciosa que las anteriores, y que no solo basaba su actuación y funcionamiento en políticas en cooperación entre sus miembros, (como el resto de las organizaciones internacionales de todo el mundo), sino que, dando un paso más, ensayaba un experimento absolutamente novedoso en la escena planetaria, como era el de las políticas de integración, en la que sus miembros no solo cooperan, sino que ceden parte de su soberanía a un ente superior que coordina las decisiones. Además como se acaba de decir, la Unión amplió sus competencias a esferas como la justicia, la seguridad, la política monetaria, los fondos sociales y estructurales (de los que España está recibiendo tantos beneficios), las políticas de empleo, de defensa del medio ambiente, etc., y sobre todo, sentó los principios de esa Unión Política tan soñada por algunos, que sirviera para superar definitivamente las diferencias entre los diferentes pueblos europeos.

La creación de la Unión sirvió para eliminar las fronteras entre los países miembros (hecho de autentico significado real y simbólico), para crear una moneda única, y para constatar la necesidad de aunar esfuerzos en ese "destino común" que nos corresponde como pueblo milenario.

Finalmente, el ultimo jalón de este proceso integrador, ha sido el Proyecto de Constitución Europea. El texto, que ahora esta siendo sometido a ratificación por los diferentes Estados Miembros, propugna el establecimiento de una ciudadanía europea, que manteniendo el sistema de estados soberanos, fortalezca la Unión Europea como elemento aglutinador de ideales, objetivos e intereses comunes. Ser ciudadano europeo no es dejar de ser español, francés o finlandés, sino añadir un plus a esa condición, el de adherirse a un proyecto histórico común, que mantenga o fomente las peculiaridades nacionales, y a su vez permita la incorporación de todos los europeos a un instrumento más universal de convivencia, paz y progreso.
Una constitución neoliberal
Desde su gestación, este Proyecto de Constitución ha tenido virulentos detractores; personas y grupos que desde diferentes ámbitos han criticado el texto, calificándolo generalmente de favorecer los intereses del "capital", olvidándose de otros aspectos igual de importantes.

Como hemos dicho desde el principio, el ideal europeo se basó desde su inicio en obtener una rentabilidad económica a este camino de integración, y hoy en día, a pesar de que el fin soñado por sus creadores (la unión política) se va consiguiendo, es cierto que el impulso prioritario viene dado por un interés financiero y monetario que ve a Europa como un inmenso mercado de bienes y servicios.

Bajo este punto de vista, no es inmerecida esta crítica, aunque aquellos que la sostienen, afirmando que el texto constitucional propuesto recorta derechos y libertades sociales, pasan del campo de lo razonable al de la especulación. Podremos criticar el modelo porque instaura en este continente el monopolio de la economía de mercado (ya instalada de hecho desde la caída de los regimenes marxistas europeos), aunque esa crítica entrará en el campo de lo ideológico, pero no podemos afirmar alegremente que se detraigan logros sociales ya conseguidos. En primer lugar un texto constitucional siempre es un instrumento de mínimos, es decir, un marco de obligado cumplimiento para todos los firmantes, que se comprometen a cumplir unas reglas mínimas de convivencia, legalidad y respeto a determinados derechos. Con este razonamiento, la instauración de una Constitución supone la exigencia de cumplimiento de todo lo contenido en ella, como mínimo, aunque la práctica constitucional de los países democráticos enseña que el desarrollo de derechos, protecciones y salvaguardas no queda restringido al nivel fijado en la Constitución de cada país, sino que partiendo de ese cimiento "a ras de tierra" se va construyendo un edificio que en mucho supera esos mínimos fijados en su Carta Magna.

Pretender que una Constitución Europea (que debe contar con la aprobación de pueblos tan dispares como el fines y el italiano, el portugués o el letón, cada uno con sus especiales sensibilidades) contenga de una manera explicita y desarrollada todos y cada una de las protecciones y garantías que hubiéramos deseado, es simple y llanamente utópico, y por tanto no es realista. No olvidemos que la política es el arte de lo posible, el oficio por el que se intenta acercar el ser al deber ser, y si la meta se fija inalcanzable, el día a día certificará el fracaso del proceso; nada se avanzará y la parálisis se instaurará, encargándose de certificar la defunción de algo que intrínsecamente era bueno, como es la integración cada vez mas abarcante de los pueblos.

Hay una segunda razón, probablemente de mayor profundidad y calado, para criticar el sistema por el que se quiere imponer esta Constitución. De todos es conocido que los políticos están llevando adelante la unión de Europa sin contar con sus ciudadanos. La existencia de instituciones comunitarias anteriores, en las que las decisiones se tomaban por los representantes de los respectivos gobiernos, sin consulta popular, llevó a que el diseño organizativo de la Unión se realizará de la misma manera. Solo algunos estados sometieron a referéndum su creación en 1.991, y este sistema "viciado" de consolidación ha perdurado hasta nuestros días, en que el Proyecto de Constitución, ahora sí, está siendo consultado a las ciudadanías de mayor número de países.

Pero el daño ya está hecho. La sensación por parte de los ciudadanos de que todo se ha diseñado a sus espaldas se ha instaurado masivamente. En definitiva, el grito de muchos: "Queremos una Europa de los ciudadanos y no del capital" parte de este error de apreciación de la clase política, que pecando de soberbia ha creído que podía llevar adelante un proceso tan importante sin ni siquiera informar y consultar a sus ciudadanos. En España, por ejemplo, los niveles de desconocimiento del texto constitucional han sido enormes, y solo la conocida tendencia de las españoles de votar aquello que les recomienda el gobierno de turno (aunque no conozcan su contenido), permitió que el resultado fuera favorable. En cambio, en países con una mayor cultura democrática, como Francia y Holanda, gran parte de la motivación del "no" resultante se ha debido a un castigo aplicado a sus gobernantes por no haberles consultado.

Hay otro grupo de motivaciones, de muy distinto orden, que defienden los partidarios de no ratificar el Tratado. Son razones basadas muchas de ellas en el miedo. Miedo a la diferencia, a la competencia laboral, a la delincuencia en la calle, etc. Se trata en definitiva de temores basados en la propia inseguridad, en la debilidad de valores y principios que se ha instalado en la Vieja Europa, que ve con pavor la posibilidad de perder "sus raíces" ante el joven empuje de culturas aledañas como las de los países del Este o la turca.

Este tipo de miedos debe superarse a base de educación, ausencia de prejuicios y una sana valentía que, asentada en la seguridad de una personalidad propia de cada pueblo, solo vea en la interculturalidad una oportunidad de enriquecimiento y no de disolución.
¿Es bueno el proceso de integración europea? Hemos analizado hasta ahora los argumentos que producen un déficit democrático a la construcción europea. Son defectos criticables y sustancialmente mejorables. Pero ¿estos problemas invalidad la posible bondad de todo el proceso? Analicemos desde una amplia perspectiva la situación.

Como dijimos al principio, una de las primeras consecuencias de la unión de Europa ha sido conseguir, por primera vez en dos mil años, que exista en su ámbito territorial una paz que ya dura sesenta años. Nunca se había producido un periodo tan dilatado con ausencia de enfrentamientos bélicos.

Para la psicología y la sociología es bien conocido que la economía, las necesidades de nuevos territorios para expandir mercados y comercio han sido uno de los motivos más recurrentes por los que las naciones se han peleado entre sí. Pues bien, la creación hace mas de cincuenta años de un mercado común, "desactivó" eficazmente esta fuente de conflictos, al derribar las barreras arancelarias y permitir un comercio libre ente sus países miembros. Esto no tiene nada que ver con un sistema neoliberal, sino con la característica genuinamente humana de comerciar e intercambiar productos y servicios con los vecinos.

Otra de las motivaciones conocidas por la que los pueblos se enfrentan, según enseña la polemología (ciencia que estudia los conflictos) es por el recelo y la desconfianza que genera el desconocimiento de la naturaleza, forma de vivir, deseos y cultura de los extranjeros. Las fronteras a lo largo de los siglos no solo han servido para delimitar países, sino que en la práctica se han convertido en muros infranqueables de incomprensión y falta de conocimiento del otro. La ignorancia sobre las presuntas intenciones de las naciones colindantes ha sido incansable fuente de agresiones basadas en la "guerra preventiva", que basa su razón en que es preferible acabar con el enemigo antes de que él acabe contigo.

Frente a esta constatación histórica, el proceso de construcción europea no solo ha creado un mercado económico de intercambios, sino que ha derribado fronteras, en el sentido literal (ya no hay pasos fronterizos en el espacio Schengen), y en el virtual, al permitir la libre circulación y establecimiento de los europeos en cualquier país de la Unión. Se es libre de viajar sin pasaporte, de quedarse a vivir y trabajar, algo totalmente novedoso en un sistema internacional de estados donde las restricciones al desplazamiento y sobre todo a la residencia son el modelo usual. Además, la puesta en marcha de programas como el Sócrates o el Erasmus permiten anualmente que miles de jóvenes estudiantes de toda condición viajen a cursar estudios en países diferentes a los suyos. Todo este proceso provoca necesariamente que el mutuo desconocimiento vaya dando paso a una mixtura cultural donde el recelo por la diferencia del otro desaparece. Se constata que las ilusiones, los proyectos, las dificultades, y, en definitiva la vida del alemán, ingles, polaco o italiano no son tan diferentes a las nuestras y que por tanto poco hay que temer de ellos. Este conocimiento mutuo se ha demostrado a lo largo de la historia de la Humanidad como un instrumento inapreciable de paz, concordia y estabilidad internacional.

Finalmente no podemos dejar de hacer mención en este apartado a la influencia que en las legislaciones nacionales tienen las leyes de la Unión.

En efecto, desde que se crearon las instituciones comunitarias, las Directivas y Reglamentos emanados por ellas, que son de obligado cumplimiento en los países miembros, han contribuido decisivamente a elevar esos requerimientos "mínimos" que la Constitución de cada país contempla en su texto. Así, las normas en materia de protección del medio ambiente y contaminación, seguridad de edificios, siniestralidad laboral, calidad de los alimentos y del agua, garantía efectiva de los derechos humanos, etc., siempre elevan el nivel de exigencia de las leyes de cada país, que, a partir de ese momento debe ajustar su legislación a estos requerimientos más estrictos.

Esto es aplicable a cualquier nación que pertenezca a la Unión o quiera incorporarse a la misma, con lo que supone una herramienta inapreciable de avance en la calidad de vida integral de sus ciudadanos.

Además, para ser candidato a dicha incorporación el país debe cumplir con determinadas condiciones, como son las de ser una democracia efectiva, abolir la pena de muerte y adherirse al Pacto Europeo sobre Derechos Humanos, con lo que se garantiza un grado aceptable de respeto a la dignidad de la persona.

Todas estas razones nos hacen pensar que, aunque los defectos en el proceso de construcción europea son grandes, y deben ser ineludiblemente corregidos, los motivos que abonan su continuidad tienen suficiente peso y profundidad. El trabajo consistirá en corregir errores, no en abortar la iniciativa.

Algunas consideraciones espirituales

En nuestro ámbito no podemos dejar de incluir algunas reflexiones más abarcantes que las hechas hasta ahora, y que analicen la situación desde otro ángulo más universal.

No es esencialmente correcto hablar de una perspectiva espiritual, porque lo espiritual lo abarca todo; la política, la economía, la sociología, el arte y el deporte son dimensiones espirituales, aunque con frecuencia restrinjamos ese termino a la mística.

En cualquier caso la reflexión sobre la construcción del continente que soñaron los padres de Europa quedaría coja si, apartándonos de lo concreto, no buscamos la implicación interna y más trascendente que tiene.

Desde el Derecho Internacional el proyecto de la Unión Europea es el intento más avanzado de integración de pueblos que ha existido en la historia de la Humanidad. Hasta el presente, todas las organizaciones internacionales han seguido un modelo llamado "de cooperación", por el que se constituyen y funcionan a través de los representantes de los estados que las componen. De esta manera no existe una voluntad de ceder capacidad de decisión a la Organización, no hay una traslación de soberanía al órgano supranacional que se ha creado, sino que los Estados siguen siendo los que toman las decisiones en el seno de la misma, sin que ésta ejerza una función autónoma e independiente.

Por tanto, la estructura creada no aporta un valor añadido a la comunidad internacional, al tratarse tan solo de la suma de las decisiones de los países que lo conforman, y aunque pueda realizar una labor necesaria en el campo en el que actúa, siempre estará supeditada de manera total a los intereses de los Estados.

El caso de la Unión Europea es diferente. Su naturaleza no sigue el modelo de cooperación, sino que, experimentando un nuevo sistema, se adentra en la aventura internacional de la "integración", algo totalmente novedoso en la Historia de la Humanidad.

A diferencia del resto de organizaciones internacionales, en la Unión los Estados ceden parte de su soberanía a la Organización, que a partir de ese momento tomará decisiones con independencia de los intereses individuales de los países. Ya no se producirá una simple cooperación para conseguir un objetivo común, sino que se creará un ente con vida propia, que no solo es la suma de sus partes, sino que aporta una "conciencia" de naturaleza superior más elevada. Podemos explicar esta situación con un ejemplo analógico. Si consideramos al cuerpo humano como la Unión Europea, cada estado miembro sería un órgano principal del mismo. Tendría su propia función necesaria para todo el organismo, irrepetible e insustituible. Además, la suma de los órganos supone la confirmación de un ser cuya conciencia es superior a la suma de las conciencias de cada órgano. Esta es la naturaleza del proceso integrativo. Cada órgano no persigue un objetivo común, sino que integrándose en un organismo vital aporta y enriquece la conciencia de ese ser, y por tanto queda enriquecido por esa conciencia superior. Ya no solo hay cooperación, hay vida unitiva, comunitaria ¿Queremos acaso vivir en la conciencia exclusiva del estomago o del hígado? ¿O quizás nos atraiga más la conciencia superior del ser humano integral?

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS