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Obama

Cuando se levanten muros en mitad del desierto y la nada, cuando a las puertas del médico pregunten por la cuenta corriente, cuando los costosos acuerdos contra el cambio climático de París sean papel mojado, cuando la Tierra nuestra Madre vuelva a estornudar, cuando los hermanos sudamericanos, musulmanes... deban de ir en masa a los grandes almacenes a comprar maletas, cuando el improperio sustituya a la mesura, el ataque a la voluntad integradora, la amenaza a la diplomacia, cuando Cuba, Irán... vuelvan a ser antojadizos enemigos y se engrasen las lanzaderas…, entonces nos acordaremos de ese presidente de color al que tan poco apoyamos, al que llegamos a vilipendiar, al que negamos el merecido honor de Nobel de la Paz. A menudo sólo la sonada ausencia es capaz de delatar el error antiguo.

Humano, como todos, con sus fallos inevitable, pero grande, integro, siempre positivo, hasta hoy a la tarde mismo en la hora triste del relevo. La conciencia norteamericana media no daba para más, él representaba su más alta cota y fue un grave error su bombardeo. Una inercia de "a la contra", del disparo indiscriminado a todo lo que se mueve por arriba, sigue incrustada en nuestro ADN colectivo. El antiamericanismo de carnet, sin revisión alguna en cuarenta años, es otra suerte de infantilismo agudo que habría que vacunar ahora junto a la gripe.
Nunca hemos escrito para ganar “me gusta”. Lo hemos hecho siempre de arreglo a conciencia. No nos arrepentimos de ninguna de las miles de palabras que durante ocho años vertimos en su apoyo. Sabíamos de la noche agazapada, de la noche que ahora ha saltado y apoderado de la nación más poderosa. Ninguna lágrima de cocodrilo ahora, más generosidad en la próxima champa, cuando la ola del progreso vuelva a empujar a hombres y mujeres de buena voluntad a los más altos despachos del poder planetario.

 
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