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¿Gobierno compartido? *

Reflexión tras las elecciones vascas  
El pasado domingo hemos vivido las primeras elecciones democráticas en Euskadi, con todas la papeletas en los colegios, con toda la paz, libre de hierro y amenazas, que ya merecíamos. Ello, más allá de los resultados concretos, constituye sin duda la mejor noticia. Las diferentes opciones políticas han concurrido por fin en una casi igualdad de condiciones. La nueva era que vive nuestro país ha comenzado más propiamente tras estas urnas, tras este domingo tan aparentemente desapacible. Apuntamos ese “casi” porque el espacio electoral que se le ha cedido a Bildu en TVE ha sido de breves segundos, “casi” inexistente, pese haberse posicionado como segunda fuerza política.

Abordando ya un breve análisis, los socialistas de Patxi López habrán de considerar que no se puede constante y gratuitamente airear el falso fantasma de la discriminación para con los no nacionalistas en el caso de que Urkullu alcanzara Ajurianea. Eso nadie lo permitiría, los jeltzales tampoco, y ellos lo saben. Hay que recurrir a otras armas más legales para ganar las conciencias. Por intentar arañar más votos han agitado la bandera del miedo a la falsa idea de “ciudadanos de primera y de segunda”. Faltar a la verdad pasa su factura y el PSE ha de tomar nota. Urkullu en su primer discurso público habló de un país de todos “los que viven y trabajan en Euskadi”, redundó en los grandes retos a atender juntos.

Euskal Herria Bildu erraría también si, pese a los buenos resultados generales, no reparara en el bajón de Gipuzkoa, donde gobiernan Ayuntamiento y Diputación. El “puerta a puerta” puede ser una opción muy adecuada en pequeñas poblaciones, una solución responsable y ecologista al problema de las basuras, pero las grandes decisiones no se imponen, se ganan en la conciencia de los/as ciudadanos/as. El desarrollo económico se puede desacelerar, se puede y se debe por supuesto compatibilizar con la defensa de la Tierra, pero no se frena en seco en virtud de votos. Otro tanto con el euskera, pues flaco favor se hace a nuestra querida lengua imponiéndola por la fuerza. El amor se contagia, no se decreta. El euskera se vuelca de corazón a corazón, de boca a oído, nunca con embudo.

Valga sólo un ejemplo de la política impositiva que empieza a significar a Bildu: el paseo aéreo sobre Mompás. Muchos vecinos de Gros se acuestan soñando con aquella pasarela de madera al borde del mar que no fue, estando como estaba preparado el dinero en Madrid y no originando daño alguno al medio ambiente. Bildu tiene en Gipuzkoa el gran reto del consenso, por supuesto el dejar a un lado todo anterior “tic” autoritario, pero sobre todo la izquierda abertzale tiene que culminar el recorrido que felizmente inició de distanciamiento claro de la violencia. Ha de pedir a ETA pública y tajantemente su inmediata disolución, para dar total carpetazo a una oscura etapa de la que ella es, en importante medida, responsable.

PP y UPD deberán ubicarse en nuestros días, abandonar su opción lastrada de revancha, de rencor, de perpetua confrontación con el mundo nacionalista. Deberán también ubicarse más plenamente en medio del país, arraigarse más entre sus montañas, no tanto por mero calculo electoral, sino por sincera iniciativa. Junto con el Partido Socialista deberán igualmente asumir, más pronto que tarde, el derecho de la ciudadanía vasca a decidir sobre su futuro y su ubicación en el concierto de España y de Europa. No hay ninguna excusa para que, al igual que el domingo pasado, en otra jornada festiva, los ciudadanos vascos no vuelvan, tranquila y civilizadamente, a unas urnas en las que se pregunte sobre su futuro y su relación con el Estado.

Por último Urkullu tiene ante sí el gran reto de pasar de la teoría a la práctica, de hacer de las intenciones realidades. El momento reclama el más ancho gobierno de unidad. El futuro lehendakari puede intentar sentar a socialistas y Bildu en el mismo gobierno. Al día de hoy no es posible que los populares compartan mesa en Ajurianea con la izquierda abertzale, pero los socialistas sí debieran intentarlo en el caso de que Urkullu optara por una fórmula ancha y no frentista.

¿Porqué no ensayar en estos tiempos de grandes apuros un gobierno con la más amplia base, que tenga tras de sí el mayor número de corazones y voluntades? La violencia lo impedía ayer, pero ahora ya no es el caso. ¿Porqué no aparcar para siempre la política de confrontación que ha imperado en el pasado? ¿Por qué no pretender, en medio de la encrucijada de nuestros días, una sincera colaboración nunca ensayada hasta el presente? ¿Porqué no juntar en el mismo de equipo gobierno a las dos grandes sensibilidades, nacionalista y constitucionalista, en torno a un programa de progreso consensuado? La ciudadanía vasca aplaudiría en su gran mayoría ese esfuerzo de unidad en la diversidad por parte de su clase política. En esta hora tan definitiva, esa ciudadanía, ahíta ya de las interminables refriegas en los palacios, reclama de los gobernantes, claros gestos de acercamiento y de trabajo cooperativo.

Tras décadas de implacable violencia política, hemos logrado conquistar una paz duradera, ¿porqué no ahora otro imposible, porqué ahora no vanguardia en el necesario ejercicio de compartir también poder? ¿Porqué no un gobierno de diferentes colores, donde cada fuerza sume, donde las formaciones vuelquen su entero potencial y capital humano en aras de un futuro más justo, más libre, más solidario, más verde…, en definitiva más de todos y de todas?

* Grupo de danzas de Beasain.

 
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