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A modo de conclusión

Al alejarse la experiencia es momento también de esbozar nuestro más ferviente deseo: que toda esta gente tan castigada encuentre futuro más allá del espacio precario y limitado que marca la tienda “Quechua”. Devueltos a la cotidianidad, la isla se aleja y antes de que comience a desaparecer en el horizonte, será preciso extraerle reflexión y enseñanza a la estancia. En medio de este escenario privilegiado hemos visto gobernar a sus anchas a una ley de evolución.

Es precisamente el desarrollo de la conciencia colectiva, la que de alguna forma indica el nivel de evolución en que nos hallamos. Tras la experiencia en la isla de Chíos de diez días como voluntarios, creo humildemente, y consiente de lo polémico de la opinión, que los refugiados son también, en alguna medida, cocreadores de la situación que padecen, son corresponsables. Siempre, siempre “¡Welcomes refugiees!”. Nunca podemos poner en duda nuestro humano deber de acogida, pero al mismo tiempo el refugiado debiera dejar de ser únicamente un sujeto pasivo, receptor de ayuda. Es en la escasez, en la limitación cuando la ley de la evolución se puede observar con claridad. En el entorno de la precariedad, el humano en alguna medida evolucionado, no pensará exclusivamente en él. Tomará conciencia de la necesidad grupal.

Hay una inercia muy implantada de esperar a que toda ayuda venga de fuera. Muchos refugiados que alcanzan, después de enormes dificultades y riesgos, las costa de Europa vienen con esa conciencia y podría poner variedad de ejemplos que lo certifican. Es importante que comiencen a observar que el futuro es una afronta común y que ellos han de poner de su parte. Nosotros no hemos encontrado en Chíos atisbo de autoorganización, gestos, iniciativas para velar por el bien común.

No comparto el extendido “mantram” de que toda la difícil situación que padecen los refugiados es debido a “la cicatería e insolidaridad de la Unión Europea”. Evidentemente el viejo continente podría hacer mucho más, ser más generoso, abrir más las fronteras…, pero Europa no está en el origen de los salvajes conflictos de los que huyen. El viejo continente es al día de hoy parte de la solución, por más que indudablemente debiera hacer mucho más por aliviar esas lacerantes situaciones. Prueba de esta aseveración nos la pueden proporcionar por ejemplo las imágenes de la manifestación de los refugiados a comienzos de Mayo por las calles de Chíos. En ellas unos niños, que abrían el cortejo, agitaban una pancarta con una sola palabra y esa palabra era “Europa”. No ponían el nombre de otro país, ni continente, sino el nuestro. El viejo continente sigue representando alguna esperanza para todos esos pequeños y mayores expulsados de sus hogares. Había otras pancartas que expresaban su rechazo al traslado forzoso a Turquía.

Sin embargo, el paraíso no se halla necesariamente al norte de Europa. Los refugiados unidos podrían hacer mucho más que lo que ahora hacen por mejorar la situación que padecen. La autoorganización es vital para la detección de las necesidades, para la canalización racional de la ayuda. El campamento podría estar limpio, ordenado, mucho más agradable y ello no es sólo cuestión de presupuesto. Esta tarea, así como la de acogida de nuevos refugiados, la confección de cartillas familiares para recibir la comida…, son tareas muy elementales que no necesariamente se han de delegar a terceros. Hay una cultura demasiado establecida de asistencialismo, de “mesa puesta”, que inhibe de la adopción de una actitud más proactiva. El fomento de esa actitud de corresponsabilidad es imprescindible. Es tan necesario como las grandes cazuelas humeantes a la puerta de su tiendas, como la ayuda de fuera para la mejora de sus condiciones. Muchos de los recursos que se gastan en la ordenación de la población refugiada, en la detección de las necesidades, canalización de ayuda…, se podrían ahorrar si muchos refugiados en vez de estar tranquila mente fumando la pipa de agua (narghile), pegados al móvil o viendo sencillamente pasar el tiempo…, asumieran algún compromiso para la mejora de su situación colectiva. Hay muchas tareas que los propios refugiados podrían realizar y así aligerar sensiblemente la carga de trabajo y presupuestaria de la Unión europea, el ACNUR y las ONGs.

Me consta que esta opinión puede ser ampliamente contestada, pero uno ha de escribir en razón de lo que le dicta la conciencia. He visto a una mujer tirar hasta tres vasos de suculenta y nutritiva sopa, cocinada con cariño por el equipo coreano en Chíos, con la sola intención de quedarse con las tres correspondientes raciones de pan. He visto a personas repetir y repetir a sabiendas de que había otros compañeros refugiados que no se habían todavía acercado al mostrador. He visto platos y platos de ensalada tirados por el asfalto del parking donde se distribuye la comida, sin apenas ser probados, sin siquiera ser recogidos. He visto mucha dejadez y abandono, mucho mirar para uno mismo, sin cuidado de los demás.

El refugiado es nuestro hermano, digno de todo nuestro apoyo y solidaridad, pero seguramente el mayor favor que le podemos hacer, amén de acercarle la imprescindible ración de comida para su cuerpo, es alimentar también su conciencia, imbuirle esa noción de cuidado de lo colectivo. Vienen de lugares donde los humanos diferentes se encuentran para matarse y seguramente no les resulta fácil visionar y crear un lugar donde los humanos también diversos se encuentren para cooperar y ayudarse. No es tarea de un día para otro, pero habrá que intentarlo.

El espíritu insolidario socava las bases de cualquier comunidad. Preocuparse por la suerte del cercano, del vecino es un reto para la conciencia individualista. Unirse y comenzar a trabajar juntos es un paso más. Autorganizarse para ser fuertes, menos vulnerables, para mejorar la calidad de vida,… es el siguiente reto. Una comunidad autoorganizada es una comunidad madura, segura, solidaria. La tarrina diaria de arroz y legumbre deberá ir seguramente acompañada en el futuro de esta invitación a asir con más fuerza las riendas de su propio futuro.

Artaza a 18 de Mayo de 2016

 
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