Tuvimos que ponernos en marcha en búsqueda de aquello que se ajustaba más a los nuevos tiempos y a la demanda actual de nuestras almas, pero librémonos de cualquier peligroso orgullo espiritual, de cualquier tentación de rechazo. Echaré en falta a ese sacerdote anciano que en cada misa dominical se entrega en cuerpo y alma a su fiel parroquia. Nuestra espiritualidad sin nombre y más universal de hoy es heredera de cuanto acontece bajo esas altas y grandes cúpulas. Los nuevos sistemas de creencias no podrán confrontar con los que van cediendo. No procede rechazar al pasado. Al salir en pos de lo que nos aguarda por ser, al alumbrar por ejemplo la nueva ceremonia más circular, más horizontal e inclusiva, hemos de integrar también lo que hemos sido, lo que hemos sostenido y fortalecido. Deberemos ser siempre agradecidos. |