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BRAZOS DE INFINITA TERNURA

Sólo sé que le aguarda una dicha aún inconcebible. Hubiera ido hasta el fin del mundo para ponerme a su cabecera. Habría recorrido la tierra entera con tal de poner mis labios junto a su oído. Habría cruzado montes y océanos con tal de susurrarle que la muerte no existe; que el Ángel de la llamada muerte que revoletea en torno al lecho final nos hace el gran favor de liberarnos de la forma caduca, de la materia ya inservible, del vehículo que ya no se presta para la evolución del alma.

El Ángel de la muerte nos corta el cordón de plata (ligazón etérico/astral que vincula los cuerpos pasajeros con los que no caducan), pero mete en nuestros bolsillos el pasaporte para la Verdadera Vida, para la Vida de gloria y luz asegurada a los seres que como ella lo han dado todo.

Educarnos en el silencio es quizás una de las lecciones más imperativas que tenemos por delante. Saber callar es infinitamente más difícil que saber hablar. Me cuesta tragarme estos silencios, cuando se acaban sus días en la carne, cuando se troca la apasionante eternidad por los escasos momentos que le restan para el tránsito.

No podemos, no debemos hablar, sólo volcar buen oro al bolsillo del barquero, sólo pedirle al Ángel liberador que extreme la ternura de sus brazos, pues ella la tiene sobradamente merecida. No podemos hablar, sólo pedir para que el recibimiento al otro lado del velo borre todo el recuerdo del cercano dolor físico, para que la Paz, el Amor y el supremo Gozo se le revelen en toda su intensidad. Sólo pedir que un día aquí su recuerdo mute en el absoluto convencimiento de que los lazos de genuino amor perdurarán por siempre.


* Artaza 4 de Agosto de 2022

 
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